Patriarcado, neoliberalismo y bragueta
La repentina dimisión de Íñigo Errejón ha sido una de las noticias destacadas de nuestra convulsa actualidad política. Sobre todo, por el infantilismo de su comunicado de renuncia (ha escrito agudamente Guadalupe Sánchez, que parece redactado por Antonio Ozores tras ser poseído por su tocayo Gramsci) y por la contradicción que pone de manifiesto su conducta personal con todo lo defendido -por él y sus correligionarios- desde hace diez años en muy destacados cargos políticos. Resulta francamente difícil encontrar una hipocresía mayor.
Con independencia de que se demuestren las acusaciones de acoso sexual de diferentes mujeres -pues goza, como todo el mundo, de esa presunción de inocencia que los de su partido nunca reconocen a sus rivales- su mensaje de despedida desvela aspectos lamentables de su errática personalidad. Y no me refiero a sus adicciones, ni a un socorrido supuesto brote de patología mental, sino a la irresponsabilidad de un dirigente adulto que se ha pasado la vida demonizando conductas ajenas y ahora descarga sobre la actividad política, el patriarcado y el modo de vida neoliberal su impresentable conducta sexual.
Alguien debería explicarle al inmaduro de Errejón que los políticos que viven sus mismas circunstancias nunca suelen acosar ni maltratar a nadie y que no dispensan habitualmente a sus mujeres prácticas sexuales humillantes. Su despedida, en la que reconoce los hechos pero no la culpa, es solo el ramillete de excusas -con pretensiones intelectualoides- de un niñato pillado in fraganti.
Otros aspectos del tema generan también una máxima preocupación. El primero, el conocimiento de esta situación de acosos reiterados que tenía buena parte de sus compañeros de partido, e incluso sus socios de gobierno, desde hace más de un año. Aunque todos callaron como puertas hasta que las denuncias han devenido incontrolables. Consta, además, publicado que su propia directora de comunicación paró la denuncia de una joven a la que Errejón había manoseado, de forma reiterada y sin su consentimiento, en un concierto feminista celebrado en 2023.
Otro aspecto altamente preocupante es el momento elegido para sacar a la luz todas estas miserias, que parece coincidir -para nada casualmente- con oscuras maniobras en Podemos destinadas a despejar obstáculos a una vuelta a la primera línea política del macho alfa Pablo Iglesias, contando con un especial interés de Pedro Sánchez en reforzar y unificar todo lo situado a la izquierda del PSOE de cara a un posible anticipo electoral.
No obstante todo lo anterior, que va a irse descubriendo -y seguro depurando- en las instancias oportunas -incluso, eventualmente, las judiciales- lo que hoy resulta insultante para la gran mayoría del pueblo español es la hipocresía desorejada de los antiguos dirigentes de Podemos con todo lo relacionado con las mujeres y el feminismo en España. Gente que quiso abanderar, entre insultos y acusaciones, la defensa de los derechos de la mujer y que no ha hecho más que causar estropicios, públicos (recuerden la suelta masiva de violadores por la infausta ley del sólo sí es sí) y privados (recuerden el «voy a refrescarme al baño, allí te esper», habitual de Pablo Iglesias con sus alumnas de la Complutense, o la humillación a su ex pareja Tania Sánchez colocándola en un escaño situado detrás de una columna en el Congreso de los Diputados, o la frase «la azotaría hasta hacerla sangrar» dirigida a la periodista Mariló Montero), demostrando no sólo ser unos sátiros patéticos, sino también unos machistas de manual.
Ya escribió Ricardo F. Colmenero, viendo la soltura de la bragueta de sus líderes, que «Podemos fue un invento para follar que se les acabó yendo de las manos».
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