Once años de reinado de Felipe VI

Mañana 19 de junio se cumplen once años de aquel día para la historia en el que don Felipe de Borbón y Grecia se convirtiera en Rey de todos los españoles, sean monárquicos o republicanos. Este ascenso al trono ejecutado con una solemne ceremonia, quizás demasiado austera pero digna, marcó el inicio de un periodo que comenzó entre muchas incertidumbres y no demasiados apoyos entusiastas y ha evolucionado de tal manera que a día de hoy nadie se atreve a afirmar nada que no sea reconocer que el reinado de Felipe VI es un éxito rotundo.
Y no lo ha tenido fácil en ningún momento. Sin duda, la parte familiar de cara a la opinión pública ha sido difícil de gestionar pues muchos de los acontecimientos que hemos vivido con la Corona parecían imposibles de imaginar durante los años de gloria de Juan Carlos I. Cuando arribó la tormenta, el shock que la ciudadanía sufrió fue creciendo hasta la incomprensión de lo que hasta entonces había sido una seguridad casi absoluta, la confianza en la institución que cobija al jefe del Estado español.
Perder la confianza en la Corona es lo peor que como país podía suceder, pero sucedió, de manera tan rápida que parece inexplicable. De hecho, todos los logros con la restauración en la persona de don Juan Carlos se habían logrado pasaron al olvido en un santiamén. Cuando don Felipe fue proclamado Rey pocos recordaban ya las grandezas de su padre, cuya popularidad estaba por los suelos, mientras crecía la de doña Sofía, la reina de la que nunca se ha podido criticar nada importante porque nunca ha olvidado cuál era y es su papel.
Y ahí, entre los antiguos reyes y una foto en el despacho del actual monarca en la que Juan Carlos y Sofía se dan la paz durante la boda de la infanta doña Elena, seguramente está la semilla que ha creado de don Felipe el Rey que a día de hoy los españoles no sólo quieren, también respetan.
Don Felipe ha bebido de ambos progenitores, pero claramente su carácter se ha decantado por imitar el de doña Sofía. Las claves, en mi opinión, son fáciles de ver a poco que uno observe los últimos años del monarca en ejercicio. Un comienzo de reinado discreto pero digno y acto seguido una revolución tras otra que le ha obligado a apagar fuegos que él no ha creado. Barcelona ardía y de repente la princesa de Asturias, otro gran plus, se puso a discursear en catalán y los fuegos de la calle de repente se apagaron.
Obviamente es una metáfora, pero lo que cuento se acerca bastante a la realidad. Hubo insultos, ataques en plena calle injustificados hacia un joven monarca que participaba junto a su pueblo en una manifestación en contra del atentado de las Ramblas y en su seguridad el Rey demostró la valentía que se le supone a un gran monarca.
Podría seguir y seguir haciendo de este resumen un no parar de anécdotas que se han quedado en eso, en simples anécdotas en medio de un reinado que acabo consolidándose otra vez cuando nadie lo esperaba, en Valencia, durante la riada que destrozó cientos de vidas. Un palo de escoba lanzado al aire hizo que el presidente del Gobierno saliera corriendo, mientras Felipe VI y su esposa, igualmente expuestos a las iras lógicas, decidieron quedarse entre los suyos, el pueblo, con barro en la cara y con temple, serenidad y mucha humanidad en el rostro. Esa humanidad recorrió el mundo.
Y no podemos olvidar en esta minicrónica festiva la alegría que como Familia Real nos han dado los Borbón Ortiz. Doña Letizia y sus hijas no dejan de ser las acompañantes de un hombre que en la cima ha de sentirse muy solo. Y lo deben estar haciendo muy bien como familia porque el fruto que ha dado es excelente. Tanto la Princesa de Asturias como la Infanta Sofía son un referente, un orgullo nacional, un modelo para los de su generación. Y que así siga siendo.
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