La embarazosa coexistencia Casado-Ayuso

La embarazosa coexistencia Casado-Ayuso

Es líder, se siente líder, y no quiere, ni acepta, ser tratada simplemente como una líder regional, por más que sea Madrid su Gobierno. Si alguna duda existía sobre este particular el discurso de investidura de Isabel Díaz Ayuso ha disipado todas las dudas. No es mujer para quedarse sentada, recogidita, en la Puerta del Sol.

Ha acreditado un modo distinto de hacer política y lo va a respetar hasta sus últimas consecuencias. En la dirección de su partido se notan evidentes recelos, aunque -este es un testimonio personal- nunca se han escuchado admoniciones, ni descalificaciones contra ella. Pero el tándem Casado-Egea tiene otra forma de pensar. Les gustaría quizá que Ayuso se centre en la cuarentena de ofertas que ha hecho en su intervención en la Asamblea de Madrid, querría una apuesta así y no la que, de forma permanente, realiza la presidenta. La peripecia del papel del Rey en los indultos a los golpistas catalanes de octubre de 2017, ha sido un ejemplo de lo que los dirigentes populares no necesitan -lo dicen- de Ayuso. Pero Ayuso no se somete a encajarse únicamente en la ilusionante bajada de impuestos que ha prometido para Madrid, ni en las muchas ideas de reforma política y social que ha expuesto en su discurso. Ella no es sólo eso. Ni mucho menos.

Le encanta tocar los costados a Pedro Sánchez, colocarle ante todos sus embustes, sus falaces compromisos, sus rendiciones a lo peor de la sociedad española. Suele actuar, sin filtros aparentes, como esos toreros decididos que apartan con gestos a la cuadrilla al grito de: «¡Dejadme solo!» Y como en las elecciones del 4 de mayo no le ha ido mal practicando esa faena, pretende repetirla una y otra vez. A las pocas horas de conocer la entraña del discurso del jueves, cuatro o cinco periodistas planteábamos una pregunta común: ¿cuál ha sido lo más importante de lo que ha dicho la candidata? La respuesta era unánime: los prolegómenos de su prédica, los párrafos en los que reivindicaba la libertad frente al grosero intervencionismo de Sánchez, aquellos en los que denunciaba la existencia de este país “desgajado” (era el término literal) que está dejando el preboste socialista, o la definición de los indultos a los secesionistas regionales de Cataluña como “ilegales e inmorales”. Ahí es donde se conocía segura Ayuso.

Esta es, por lo demás, la plática política que le ha hecho ganar las elecciones de forma tan rotunda, unos comicios, por cierto, de los que Sánchez, en su extrema cobardía, no ha querido decir una sola palabra. Ayuso, en sus cien minutos parlamentarios, se permitió un par de veces mirar, casi de rondón, a su izquierda donde, claro está, ya no se hallaban un líder nacional al que ha triturado, el leninista Pablo Iglesias, y un outsider de la política, Angel Gabilondo, que ha dejado huérfana de representación a su desvencijada formación política. “Aquí estoy yo”, parecía decirse a sí misma, para luego añadirse: “Mirad, socialistas y comunistas, dónde estáis vosotros”.

De manera que ésta es Ayuso. Si no tuviéramos suficiente conocimiento de ella, de lo que representa, de lo que va a hacer y con quién pretende confrontarse, su discurso lo dejó claro. Ella se eleva por encima del reloj de Sol y se dirige hasta Moncloa, donde le espera un personaje que directamente la repudia, la odia por decirlo más claro. Esto es una evidencia para todo quisque y tiene que serlo también para sus jefes nacionales. Nunca la coexistencia en una misma habitación es sencilla, deja de ser embarazosa, y en política mucho menos. Ayuso soportó con paciencia de Job a un sujeto como Aguado que hizo de la deslealtad su forma de comportarse. Lo de ahora parece, sólo parece, más simple; pero no lo es; la presidenta, con o sin consciencia, siembra celos y recelos ante sus próximos, alguno de los cuales no guarda con ella la misma resignación que Pablo Casado. Es cierto que la convivencia entre éste y la mandamás de Madrid es ahora mismo notable, pero no lo es menos que el círculo de poder de Génova a veces se despacha con un “zapatero a tus zapatos” que es toda una crítica nada velada a las actuaciones de su más victoriosa líder territorial.

Pero ambos tendrán que amoldarse a la nueva situación. En rigor, bastaría con que Ayuso recordara que su candidatura inicial se la debe a Casado, y éste entendiera que su prestancia actual en las encuestas se deriva en gran parte del triunfo arrollador en Madrid. Hemos escrito en infinidad de ocasiones esto: la derecha casi nunca repara en quién es su verdadero enemigo, con quién se juega los cuartos, a quién tiene que ganar. El problema para los dos citados no son discrepancias más o menos funcionales, la cuestión es cómo sacar de la Moncloa a un tipo que utiliza la gobernación para su propio beneficio (el anuncio de su vacunación televisada es, aparte de un esperpento, un acto amoral) y que, eso sí, tiene una habilidad especial para pinchar donde más duele en el cuerpo político del centro derecha. La coexistencia es problemática, embarazosa a veces, la disidencia pública entre afines es sencillamente una estupidez monumental. Un atentado contra la victoria.

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