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El próximo sábado 12 de febrero, se celebrará en el Palau de les Arts, la 36ª edición de los Premios Goya 2022. Un certamen en el que El buen patrón, Maixabel y Madres paralelas parten como grandes favoritas para llevarse un gran número de candidaturas. Sin embargo, entre esas tres grandes producciones se refugian, al acecho del Premio a Mejor Película, tanto Mediterráneo como Libertad, la gran sorpresa en forma de ópera prima con la que Clara Roquet nos ha demostrado, una vez más, que se puede hacer cine desde rincones aparentemente más pequeños de nuestra sociedad.
Libertad se contextualiza en el verano, una época que cinematográficamente nos ha dejado grandes historias relacionadas con la madurez y la adolescencia, como la Call me By your name de Luca Guanadigno o, en un pretexto de la niñez, también tenemos a Verano 1993 de Carla Simón. Sin embargo, lejos de un crecimiento a partir del autodescubrimiento y del amor, aquí es la amistad y las diferencias sociales las que marcarán el rumbo de toda la película. Nora es una joven de 14 años que vive un momento familiar algo complicado, pero por suerte, pertenece a una clase de familia burguesa acomodada. En la otra cara de la misma moneda de esa adolescencia se encuentra Libertad, la hija de la criada. Conforme pasen los días, ambas navegaran juntas bajo la independencia que ofrece el verano. La estación liberadora de preocupaciones y ataduras por excelencia, será el ecosistema perfecto que contraste de manera sutil, con una cuenta atrás hacia la vida adulta que llega sin avisar.
Un guion con una perspectiva precisa
No hay recurso más potente para entender y comprender a un personaje que situarse bajo su perspectiva, un formalismo del séptimo arte que en nuestro día a día sería el equivalente a colocarnos en los zapatos del otro. Libertad no tiene una protagonista absoluta, por más que su arranque o planteamiento a menudo, quieran aludir a ello. Libertad es para Nora un mundo por descubrir o más bien, la realidad de una sociedad que, de no ser por sus privilegios de clase, conocería sin la necesidad de entablar esa relación con la hija de la cuidadora de su abuela.
Roquet nos sitúa a menudo bajo una perspectiva precisa que, como si de un peloteo de tenis se tratase, va de Nora a Libertad y de Libertad a Nora. Esas diferencias o las relaciones de poder heredadas del clasismo social, no son mostradas por la cineasta de manera evidente, sino bajo la sutileza precisa de anécdotas y gestos que arañan la superficie de una película que posee varias capas de profundidad. Posiblemente, la historia de Clara Roquet no sea tan llamativa en la premisa como el resto de sus competidoras, pero al contrario que las demás, consigue el dominio de una autoría arriesgada que no se conforma con un simple chapuzón veraniego.