Confinamiento

Salir de casa a las once de la noche y volver a las seis para… ¡ir de fiesta a casa un amigo!

Varios jóvenes han aprovechado la primera noche de alivio de las restricciones para incumplir las normas y reencontrarse con amigos en casa para hacer una fiesta

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Joan Guirado

Once de la noche. El timbre de uno de los cuartos pisos del número 56 del carrer Llançà de Barcelona empieza a sonar de forma insistente. No es ninguno de sus cuatro arrendatarios que se haya dejado las llaves. Los cuatro están en casa probando música, luces y proveyendo de bebidas y hielo la nevera y el congelador. Es el primer día de relajación de las medidas de confinamiento y hasta las once hay permiso para estar por la calle. Luego ya, hasta las seis de la mañana, todo el mundo debe permanecer encerrado en sus casas.

Una situación parecida pasa en un piso de la calle Libertad de Madrid. Aquí los invitados llegan un poco antes, sobre eso de las diez. Es fácil distinguir que ni vienen de correr ni van a pasear. La ropa que visten no es la de ir a hacer deporte. En lugar del timbre, en este caso, el anfitrión les pide que le avisen por mensaje cuando estén en la puerta. El objetivo es llegar hasta el segundo piso sin ser detectados por el resto de vecinos. En el bloque de al lado, pegado a la puerta, un cartel indica que no pueden acceder ni amigos ni familiares de los residentes.

Algunos españoles, en su mayoría jóvenes, han pasado de la fase cero a la fase uno directamente, la que permitirá reunirse con amigos en un domicilio siempre que no se superen las diez personas. En el caso del piso de Chueca no llegaban a la decena. En el caso del de l’Eixample de Barcelona, la superaban. En ambas viviendas llevaban cincuenta días recluidos y sin ver a sus allegados, como todos los españoles. Cada sábado, por eso, se conectaban a la aplicación Zoom y bebían o fumaban en grupo de forma virtual. Hasta anoche. Este tipo de encuentros, previos a acudir a una discoteca, ahora se alargan durante toda la noche en el interior del domicilio.

En estas fiestas caseras, donde no han faltado ni el alcohol, ni el tabaco ni en algún caso las drogas, ha habido de todo. Baile, risas e incluso sexo. Ya avanzada la madrugada, cuando muchos españoles se disponían a volver a la calle por segunda vez para hacer deporte al aire libre, en una de las dos viviendas la música dejaba paso a lo que se conoce como ‘chemsex’. Se trata de la práctica de sexo entre varias personas mientras consumen sustancias estupefacientes. Poco antes de las diez de la mañana, casi tras doce horas de fiesta, los invitados se ponían las gafas de sol y, camuflados entre la muchedumbre que ha salido a tomar el sol, se disponían a volver a casa. «¿Esta noche más?» se preguntaban entre ellos.

Saben que lo que han hecho no está bien y que si les pilla la Policía les puede caer una buena multa. Son conscientes de ello. Entre los fiesteros hay abogados, médicos o economistas. Aunque reconocen que se han saltado las normas, se defienden que «no estamos haciendo mal a nadie». Se lamentan de que «hemos cumplido ya durante muchas semanas» y dicen que necesitan esparcirse. La confianza entre los amigos, en estos casos, es esencial. «No hay ningún infectado», explica uno de los asistentes. Confían en la palabra de los otros. Y aunque saben que está mal, «lo volveremos a hacer», se sincera.

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