La «psicótica e histriónica» declaración de Ana Julia Quezada
La acusada ha llegado a mirar a cámara para pedir perdón al padre del pequeño Gabriel.
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La declaración de Ana Julia Quezada ha sido una de las más mediáticas del momento. Un relato que ha estado, sobre todo, cubierto de lágrimas y sollozos, y, al menos aparentemente, detalladamente preparado y casi guionizado. Los llantos aparecían con su primera afirmación, esa en la que Ana Julia confirmaba que, efectivamente, había acabado con la vida de Gabriel. Ahí se ha desencadenado su dramatización de los hechos propia, según la psicóloga Ana Villarrubia, de una personalidad psicótica e histriónica.
El llanto de Ana Julia se volvía alterado al hablar del crimen de Gabriel, pero rápidamente recuperaba la serenidad cuando recordaba cómo acabó con su vida. Un relato que ha hecho con una actitud calmada que ha mantenido, incluso, al ver la toalla con la que cubrió el cuerpo del pequeño. «No quiere saber nada de esta prueba incriminatoria, no hay nada que decir, ni nada que manipular», ha señalado Villarrubia.
Una prueba incriminatoria ante la que la acusada no ha podido fingir ningún sentimiento. Las lágrimas reaparecían al declarar que quería confesar el crimen, incluso, Ana Julia ha llegado a mirar a cámara para dirigirse al padre de Gabriel y pedirle perdón. Recordemos, además, que Ana Julia fue una de las personas que participó de manera activa en la búsqueda del niño durante alrededor de trece días, sin embargo, ella, bien sabía desde el principio dónde estaba el cuerpo de Gabriel. «Perdóname, Ángel, que me perdone toda la familia», ha dicho Ana Julia. Según la experta, la asesina confesa busca «la complicidad del público».
La acusada ha llorado en dos horas de declaración todo lo que no lloró durante los días de la búsqueda. Un hecho que lleva a pensar a los especialistas, según comenta la psicóloga, que la declaración de Ana Julia ha sido preparada de manera detallada. «Yo quería que me pillaran porque no podía más», ha dicho la acusada del crimen de Almería. Finalmente, concluye Villarrubia, «no llora por el crimen del niño, sino por lo que éste significa: su condena».