Ana Julia Quezada: retrato de una asesina (confesa)

Ana Julia Quezada no tiene contacto con prácticamente nadie, más allá de sus abogados, en la cárcel almeriense de El Acebuche desde que fue detenida hace ya año y medio.

Ana Julia Quezada
Ana Julia Quezada, asesina confesa del niño Gabriel Cruz.
Joan Guirado

Este lunes empieza, en la Audiencia Provincial de Almería, el juicio contra Ana Julia Quezada. La mujer de origen dominicano que confesó haber acabado con la vida de Gabriel Cruz, de ocho años, se enfrentará durante las próximas semanas al veredicto de un jurado popular que tendrá que determinar si fue un asesinato o un homicidio. De esa calificación, dependerá que Ana Julia se pase casi el resto de su vida en la prisión almeriense de El Acebuche.

El caso de Gabriel conmocionó a todo el país durante los doce días que duró la búsqueda. Se perdió su pista en un pequeño camino de arena que conectaba el domicilio de su abuela y el municipio de Las Hortichuelas. ‘El Pescaíto’, como le apodaban, salió como muchos otros días para ir hasta casa de sus primos, pero nunca llegó a su destino.

Según el relato de los investigadores, justo al salir de casa, el pequeño se topó con una mujer despiadada y sin alma. El menor era un obstáculo en los planes de la mujer, muy ambiciosa, que quería dar un giro a su vida de la mano de su pareja sentimental y padre del niño, Ángel Cruz.

Cómo consiguió montarlo en el coche, cuando la relación entre ambos no era la mejor, y llevarlo hasta la finca familiar de Rodalquilar, será una de las cuestiones a las que deberá responder a partir de este lunes Ana Julia Quezada. Ella participó en la búsqueda, incluso actuó de portavoz ante algunos medios. Era la única que sabía que el niño estaba muerto y dónde estaba.

A sangre fría, acompañada del padre, dijo haber encontrado una pieza de ropa de Gabriel cerca del domicilio de la ex pareja sentimental de la acusada, para despistar a los investigadores y poner la lupa de la acusación sobre su ex novio. En ese momento, la Guardia Civil ya sospechaba de ella, pero la  quería pillar in fraganti.

Acorralada, el segundo domingo de la búsqueda cogió su coche y se dirigió hasta la finca de Rodalquilar. Sin saberlo ella, la Guardia Civil la vigilaba de cerca. Desenterró el cuerpo, lo cargó en su vehículo y empezó a circular sin rumbo fijo, buscando dónde deshacerse del niño. Todo fue grabado por los investigadores que, antes de que entrase en el garaje de su piso en Almería, le cortaron el paso y fue detenida. Incrédula, entonces decía que ella no había sido.

Ana Julia Quezada, de 45 años, llegó a España en 1992 para ejercer la prostitución, dejando a su hija Ridelca en la República Dominicana. Según su propia familia, era una mujer que necesitaba mostrarse poderosa. Fue un cliente, que la dejó embarazada, quien la sacó de la calle y le dio una nueva vida en Burgos. Tras contraer matrimonio con él, consiguió la residencia.

Con este hombre tuvo su a segunda hija, Judit, que continúa viviendo en Burgos. En un barrio humilde, Ana Julia trabajó de carnicera. A los meses de contraer matrimonio, logró traer a su hija Ridelca, a la que abandonó en su país nada más nacer. Cuatro años más tarde, en 1996, la pequeña murió por causas inexplicables. En pleno invierno, según el atestado policial, la bebé abrió la ventana y se tiró. Ella jamás declaró.

Tras acusar a su primer marido de malos tratos, Ana Julia se divorció. Se recorrió toda la península hasta instalarse en Las Negras (Almería). Allí conoció a un hombre con el que mantuvo una relación sentimental. Juntos montaron un bar de copas, que se quedó Ana Julia tras separarse. Lo acabó cerrando. Acababa de conocer a Ángel, el padre de Gabriel Cruz.

La mujer de piel oscura y pelo abultado, que durante los doce días que España miraba a Las Hortichuelas lloraba a lágrima viva ante las cámaras y consolaba al hombre al que le había arrebatado lo que más quería, ha esperado juicio hasta ahora en la cárcel de El Acebuche.

No tiene contacto con nadie, más que con sus abogados. Parte de su familia la repudia. De vez en cuando, consigue hablar con su madre, que vive en una chabola en la República Dominicana. Su ambición por el poder y el dinero recala ahora entre cuatro paredes frías de un centro penitenciario.

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