Yihad y vileza independentista

Yihad y vileza independentista

Nunca faltan los voluntarios dispuestos a superar la plusmarca de la villanía y la ruindad, comprometidos en testar hasta dónde puede descender la miseria humana, entregados a calibrar el más visceral sentido de lo que significa la iniquidad o la bazofia ética. Por desgracia, en las últimas horas ha comparecido en primera línea una legión de éstos. No ha hecho falta buscarlos, porque han dado un paso al frente indisimuladamente, en su desvergüenza, al desnudo en su vileza, náufragos de la misericordia o la compasión. Llevando una bandera independentista que, por grande que han intentado que sea, era imposible que tapara tanta infamia: la que ha cuasi monopolizado la demencial alineación de la CUP, del primero de sus prebostes al último de sus correveidiles. Pero no sólo estos epígonos y amiguetes de la desalmada Batasuna. También los desesperados personajes de cartón-piedra que apuntalan en balde al inane Puigdemont.

Hemos tenido que sufrir, como españoles, que amenacen a Felipe VI denunciándole por financiador del terrorismo islamista —¡a nuestro Rey!—. También, que comparezcan en canales de televisión internacionales vendiendo la autonomía de Cataluña como Estado por encima del dolor de los heridos, mutilados, despellejados y asesinados por las ruedas y los cuchillos del Islam militante. También, que separen como víctimas por nacionalidades a quienes son hermanos de una misma patria. También, que proscriban la rojigualda y reclamen echar mano si es menester de la estelada para recordar a los inocentes que han sido estrangulados por los bárbaros que estaban aquí, en Ripoll o en Cambrils, escondidos a la vista de todos. Aún más. En su delirio antisistema y marxista, en su difusión de veneno y su complacencia con el Mal, no hemos olvidado a quienes declararon con luz y taquígrafos que los yihadistas son “gentes trabajadoras” y que, por el contrario, la Policía y la Guardia Civil se transforman —cuando les persiguen— en bestias de la islamofobia. ¡Qué fuerte!

Llamemos a las cosas por su nombre. Alto y claro. El proceso separatista del 1-O está en el desguace, moribundo. Es pura chatarra y ni siquiera puede ser mantenido con respiración artificial. Habrá ingenuos que, compartiendo este diagnóstico, piensen que era inimaginable que los promotores de este golpe molesto pero fallido a la Constitución tendrían algunos límites en sus obsesiones delirantes y sus planes ilegales. Otros siempre hemos pensado que no. Cuando se está dispuesto a escupir sobre el marco de convivencia que nos une a personas civilizadas y buenas, incluso los malvados sediciosos son capaces de explotar y exprimir la barbarie mahometana y el dolor de los cementerios para impulsar, patética y estérilmente, su bastarda hoja de ruta. Los escrúpulos se arrojan pronto al WC y se tira de la cadena. Punto.

Es una lástima, pero es lo que hay, y lo que no hemos hecho por evitar que hubiera. Si por desgracia para algo ha servido el mazazo importado de sitios tan dispares como Siria, Bélgica o Marruecos para clavarse en una hermosísima región española, es para colegir que no hay barreras en lo abyecto y lo inmundo en el caso de los separatistas. Nada bueno podremos esperar nunca de mentecatos, en apariencia de carne y hueso, a los que les sobrándoles por quintales la necedad les falta el alma.

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