Un convidado diabólico

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Arnaldo Otegi, en el Velódromo de Anoeta. (EFE)

Arnaldo Otegi es un convidado diabólico en el centro neurálgico de la democracia europea. Cuando Podemos e Izquierda Unida (IU) le abran las puertas del Parlamento continental caerán en un grave oprobio contra el inviolable respeto a las reglas que deben regir cualquier sociedad moderna. Unas reglas que defienden el derecho a la vida y las libertades fundamentales del individuo y que han de ser taxativas contra cualquiera que intente coartarlas. Sobre todo, si es a través del terror. Un ámbito en el que Otegi es una siniestra eminencia. De hecho, cuando pertenecía al comando de ETA político-militar (ETA pm) participó en el secuestro del director de Michelin en Vitoria, Luis Abaitua, y del político Javier Rupérez. Unos hechos que tanto Pablo Iglesias como Alberto Garzón parecen obviar al permitir que sus respectivos partidos inviten a una persona con semejante currículo.

Desde que Otegi saliera de la cárcel el pasado mes de marzo, se ha afanado en lavar su imagen. El objetivo es, como él mismo dijo, «ser el candidato a lehendakari más peligroso para el Estado». El mismo Estado al que ha atacado sistemáticamente y del que ahora pretende vivir. A pesar su estudiada puesta en escena al comparecer como un teórico hombre de paz, no ha conseguido desprenderse de la ominosa sombra de su pasado, donde la violencia era el modus operandi para conseguir los propósitos políticos. Aunque se presente como un demócrata convencido, a lo largo de estos meses ha secundado marchas en favor de los presos de ETA, ha pedido un proceso independentista «como el de Cataluña» y ha justificado «las razones» para que los terroristas sigan matando.

Ése es el «político» al que invitan a Bruselas tanto los morados como IU. Dos partidos que están inmersos en plenas negociaciones de cara a una potencial alianza para las próximas generales. Pablo Iglesias y Alberto Garzón deberían considerar las consecuencias que puede tener esta iniciativa. Desde el punto de vista moral, es totalmente abyecto. Dos políticos que pretenden tener peso específico en el Congreso de los Diputados de un país como España han de proteger la integridad de las víctimas de ETA. Más, si cabe, cuando hay representantes que son familiares de las propias víctimas. Por ejemplo, la eurodiputada Teresa Jiménez-Becerril, hermana de Alberto Jiménez-Becerril, concejal en el Ayuntamiento de Sevilla asesinado por la banda terrorista en 1998.

Desde el punto de vista electoral, la connivencia con Otegi la pagarán cara. Los ciudadanos están cansados de inestabilidad política y abogarán por un Gobierno que les dé seguridad. Dos representantes que coquetean con los etarras se deslegitiman por sí solos. Sin embargo, a nadie le puede sorprender este comportamiento. El secretario general de Podemos llegó a decir que “la libertad de Otegi es una buena noticia para los demócratas”. Una senda de abominable justificación que también siguió Garzón al catalogar al vasco de “preso político”. El acto en Bruselas será el colofón de una gira de cinco días que ha llevado al dirigente de la izquierda abertzale por Irlanda, Reino Unido y Bélgica. Intentos por maquillar la verdad de una trayectoria que siempre ha tenido asiento en la pertenencia, complicidad y colaboración con ETA.

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