La tragedia que lo arrumba todo menos a Sánchez
El 14 de octubre de 1957 cayeron sobre la ciudad de Valencia casi 400 litros de agua por metro cuadrado. Ya el Ateneo Mercantil de la capital había predicho que las llamadas, entonces, riadas, podrían producirse, más o menos, cada 27 años. Aquel siniestro pronóstico se equivocó en cuatro años porque la anterior catástrofe de que se tenía conocimiento databa de 1949, veintidós años antes. Ahora, la que está padeciendo la provincia valenciana (la ciudad afortunadamente ha sufrido menos daños) ha aparecido de repente, 67 años después, pero todas estas referencias tienen como dato interesante el mes en que se han presentado: siempre en octubre.
La riada de 1957 aún se recuerda por los más viejos del lugar en Valencia. Causó no menos de 300 muertos (la cifra total me temo que nunca se pudo aquilatar) y tuvo una enorme y estupenda consecuencia: la remodelación de la capital, fundamentalmente la desviación del río Turia que comenzó en 1965 y acabó, creo, allá por 1973.
Fue aquella una auténtica conmoción nacional que incluso acarreó problemas políticos, todos los que se podían soportar en aquella España de Franco que ya se extinguía poco a poco. El alcalde de Valencia, Tomás Trenor, un apellido arquetípico en la región, se enfadó con la Administración Central, quizá por la carencia de medios que ésta había colocado para combatir los efectos de la riada y hasta tuvo reproches públicos nada menos que con el Generalísimo que aún mandaba en el país: Francisco Franco.
El Ministerio de la Gobernación -que así se denominaba en aquel momento el del Interior de ahora- lo ostentaba otro general: don Camilo Alonso Vega, amigo personal del jefe del Estado y hombre de indeclinable rigor en sus métodos. Tantos, que la gente, por lo bajini, claro está, le apodaba como Don Camulo. Pues bien: el general, héroe de muchas guerras desde luego, no aceptó la discrepancia de gestión que le planteó el alcalde Trenor y le mandó a freír espárragos, con el consentimiento, claro está, de Franco. Fue la única víctima política de aquel drama
Después de aquella riada, veinticinco años más tarde, estalló la presa de Tous, una tragedia que rápidamente tuvo un nombre propio: La pantaná. Fueron ocho los muertos que se contaron en aquellos días también de octubre de 1982, un momento que precedía a una auténtica revolución política en España: la victoria del PSOE el 28 de aquel mes. Calvo Sotelo, presidente aún del Gobierno, se llevó a la sazón todos los palos: los merecidos y los inmerecidos; todos. Incluso alguien llegó a escribir que don Leopoldo Calvo Sotelo terminaba su mandato con un drama propio de su falsa calidad de cenizo.
Se dijo: «Tous es lo peor que le puede ocurrir a un ingeniero de Caminos». Entonces no hubo piedad alguna con el postrer presidente de la Unión de Centro Democrático. Desde aquella fecha, ya lejana, la región levantina ha venido soportando, mal que bien, las diferentes acometidas que le ha enviado la Naturaleza. Las cosas se hicieron bien y el peligro de que el Turia se desbordara de nuevo ha desaparecido. La obra -hay que repetir el dato para dar a cada uno lo suyo- se sustanció en tiempos del dictador. Las cosas como son.
Y ahora, a finales de este 2024, nada feliz para España, el drama ha vuelto a Valencia. De entrada hay que señalar una constancia: todas las previsiones, también la de la Agencia Estatal de Meteorología, han venido anunciando la Dana, pero ninguna, que se pueda mencionar, ha anticipado las dimensiones de esta hecatombe, sobre todo humana. Es posible que hasta dentro de unos días no sepamos exactamente cuántas personas se ha llevado por delante esta letal Dana.
Los muertos que ya conocemos son suficientes como para calificar de catástrofe histórica esta acometida que ha arrumbado con decenas de poblaciones valencianas. Es cierto que los medios con los que ahora se cuenta son enormemente superiores a los del 57 del pasado siglo, pero existe una similitud en el análisis de este siniestro que pocos responsables de su minoración se atreven, siquiera, a mencionar: ha sido, como fue entonces, muy negativa la actitud de algunas personas que, sin caer en las consecuencias de sus actos, pretendieron irresponsablemente salvar enseres desafiando al infortunio. Algunos efectivos de Seguridad coinciden en este hecho.
Y los políticos, ¿cómo se han comportado? Pues ha habido de todo, empezando por un presidente del Gobierno, en viaje absolutamente prescindible a la India, que debería haber acortado su presencia en ese país emergente desde el momento en que se fueron conociendo los primeros datos del gran accidente.
Luego ha hecho lo acostumbrado: aparecer compungido en las televisiones en este tipo de comparecencias públicas, tipo la Covid, en las que se muestra como el gran salvador no ya de España, sino del mundo entero. El Parlamento reaccionó tarde y así permitió que, con los fallecidos ya sobre la mesa, el PP y el Gobierno se enzarzaran en un combate que, francamente, no era del día. Al fin, Feijóo cayó en la cuenta de la prescindibilidad de aquella sesión de control y utilizó a su portavoz Tellado para solicitar la suspensión del acto parlamentario.
Aún, Yolanda Díaz, la vicepresidente del Gobierno, la jefa y cómplice del depravado Errejón, atribuyó al PSOE la iniciativa en un gesto probablemente destinado a sumar apoyos para su continuidad en el Gobierno. Penoso. Al final se suspendió el control, pero no la votación para refrendar el asalto a Radiotelevisión Española.
Así son estos individuos. Igual o peor que el tal Rufián, que aprovechó unos canutazos en los pasillos del Congreso, para volcar sobre los gobiernos autonómicos, naturalmente los del Partido Popular, toda serie de vituperios y falsedades, una de ellas de carácter miserable: la de haber regateado y recortado todas armas de lucha contra este tipo de tragedias. Una mentira procaz pero, al fin, ¡qué se puede esperar de un sujeto como ese!
La tragedia lo ha arrumbado todo en la región valenciana. Ha aplazado, sin embargo, la lidia política de estos días basada en la multicorrupción del Gobierno, y ha disimulado asimismo el escándalo del perverso, del muñeco diabólico, Errejón. Sánchez, como en los tiempos del maldito virus, se ha subido al carro de la emoción, y se ha aprovechado políticamente de ella. En su papel. Asco.