Tour de force
A los niños en España hace una semana que les han dado las vacaciones. Tienen por delante dos meses largos para embrutecerse a voluntad en nuestras playas o en nuestros pueblos (o quizás en nuestros barrios, ya que dice el INE que la inflación va a dejar en casa a un número mayor de familias). Y bien que deben aprovecharlos, porque a la vuelta caerán en manos de la nueva Ley de educación, que llega como un nuevo impulso en el proceso de traslado de los españoles al orwelliano matrix progre-comunista.
En un acercamiento lego a la nueva norma y a los planes de estudio que la acompañan se perciben muchas de sus incongruencias, pero lo grave es que su pésima valoración ha venido de los educadores, de los sociólogos, de los científicos…, de todos los que tienen un reconocido criterio para juzgarla. Y es lamentablemente unánime la opinión de que lo mucho que le sobra en adoctrinamiento ideológico es comparable a lo mucho que le falta en la exigencia y valoración del esfuerzo, en la profundidad de los conocimientos y, sobre todo, por la práctica eliminación de la historia y de las disciplinas de humanidades.
Un autor, tan poco sospechoso para la izquierda como el catedrático de Cambridge, Peter Burke, señala que esas políticas educativas responden a un utilitarismo que prescinde de `todo saber que no tenga un uso práctico inmediato´, e insiste en que es una `estrategia miope ignorar el valor de la historia, la filosofía o la literatura para muchas profesiones y, especialmente, para desarrollar el pensamiento crítico´. Está entonces claro que nada es casual viniendo de quienes aspiran a controlar todo y a todos; las ausencias en la nueva ley, enmarcadas en el proceso de cambio sociológico, tienen inevitablemente dos efectos: conseguir, por un lado, que la población esté cada vez menos formada y, por otro, que tenga, por desconocimiento de la misma, un desapego creciente con la historia que nos une y nos explica como nación. Y esos efectos son objetivos instrumentales del fin último: facilitar el dirigismo y la manipulación de la sociedad.
Y no crean que el proceso del que hablo es un riesgo potencial. En nuestro país es ya una realidad constante y consciente en la actuación política del Gobierno, de los partidos que lo integran o que lo apoyan y, en general, en todo el cuerpo institucional y comunicacional del sanchismo. Por escoger uno entre los innumerables ejemplos que nos ofrecen, fijémonos en el intento de manipulación que encierra la explicación torticera del papel de Pedro Sánchez en la cumbre de la OTAN de la semana pasada.
Estaría bueno que, en un país como el nuestro, en el que tenemos oferta y condiciones para recibir anualmente a más de 80 millones de visitantes, no hubiera sido capaz de ejercer de buen anfitrión. Porque exactamente eso es lo que ha hecho el presidente del Gobierno. ¿Méritos? Claro que los tiene, por utilizar los recursos de que dispone; pero el imán, el glamour y el valor diferencial lo han puesto nuestro patrimonio artístico y nuestra Monarquía. Fuera del papel organizativo en sentido, digamos, logístico, la participación de Sánchez en la parte medular de la cumbre ha vuelto a ser silente, tanto en la preparación de la agenda, que la había puesto Putin con su guerra, como en la adopción de unas decisiones que fueron planteadas por el secretario general Stoltenberg siguiendo las orientaciones del secretario de Estado americano Antony Blinken.
Sin ningún rubor, aunque sin ningún rigor, la maquinaria mediática del sanchismo ha utilizado la celebración de la cumbre, y la presencia y el educado agradecimiento de los líderes internacionales, para exagerar las capacidades personales del presidente y para permitirle sobrepasar la crítica situación en que se encuentra su popularidad como consecuencia de su política de alianzas internas, de la gestión sanitaria y social de la pandemia, de la catastrófica gestión económica, del continuismo en las absurdas políticas comunistas de Podemos y, sobre todo, de sus falsedades.
En los medios más afines, en los que además se ha prodigado con entrevistas y apariciones, se le ha concedido indulgencia plenaria, aunque no haya habido arrepentimiento. Y es muy conspicuo como muchos analistas, que se tienen por no alineados, consideran evidente y exitoso el `desquite´ del presidente, al que le han puesto ya el contador a cero. Es posible que a muchos de esos opinadores les gustaría que así fuera, pero no parece que, para una gran mayoría de los españoles, la cumbre le haya servido para redimirse.
Se conoce que todavía no estamos en el pretendido nivel 1984; por eso hace falta la nueva Ley de educación. Lo dicho, un nuevo impulso, pero como una verdadera y efectiva tour de force.