Torra contra Omella
Daba cuenta OKDIARIO del anuncio realizado por el Presidente Torra de que abrirá un expediente sancionador a la Iglesia de Barcelona por celebrar un funeral en la Basílica de la Sagrada Familia con un 23% del aforo. Al parecer, todo se basa en una disposición administrativa prohibiendo funerales de más de diez personas. Una limitación que no se aplica a las Misas corrientes (las de un día o Domingo cualquiera), en las que puede haber más gente. Una limitación que tampoco se aplica al uso turístico de la Basílica, por la que la víspera del funeral desfilaron 1200 turistas. En su parlamento anunciando la sanción, Torra aprovechaba para lamentarse de que el Arzobispo de Barcelona no hubiese condenado estos años “la represión de Catalunya”.
El tema de fondo no tiene mucho recorrido: la Iglesia ha actuado conforme a la norma (pues no dejaba de ser una Misa), en el ejercicio de una libertad constitucional que una disposición administrativa no puede derogar, y por tanto resultará absuelta de cualquier sanción. Sin embargo, el modo en que ha procedido el Presidente de la Diputación del General de Catalunya (que es como se llama la Genelitat en español) tiene una especial gravedad política. Gravedad en las formas, y gravedad en el frente de hostilidad que abre frente a la Iglesia católica en Cataluña.
En cuanto a las formas, lo normal cuando se abre expediente a una persona o entidad se suele resolver entre el expedientado y la administración. No suele haber publicidad política salvo en casos que afectan gravemente al orden público. La decisión de Torra de anunciar el expediente públicamente coloca en el ojo del huracán sin necesidad a la Iglesia. Torra ha buscado crear un problema y un culpable donde no lo hay. Una maniobra que constituye una enorme injusticia después de la actitud que ha tenido la Iglesia toda la pandemia: mientras los supermercados y otros servicios esenciales funcionaron con normalidad, la Iglesia se impuso a sí misma unos límites que superaban en precaución lo dictado por las leyes.
Como si Cataluña y su Gobierno no tuvieran ya bastantes problemas (o tal vez para taparlos), Torra ha decidido abrir un frente contra la Iglesia. Una torpeza la suya si realmente buscase el bien común, pues el espíritu de diálogo del Cardenal Omella unido a la condición de católico practicante del President, abrían puente de resolución de conflictos muy interesante. Torra ha decidido volar ese puente, por puro afán de confrontación. Un afán que al parecer ha decidido ejercer contra su misma madre (en este caso la Iglesia, madre espiritual), anteponiendo el electoralismo a vínculos muy valiosos. Con ello pone además en entredicho años y años de respeto hacia la Iglesia por parte de la mayoría del nacionalismo. Un respeto que al parecer se supedita ahora a que la Iglesia haga de comparsa del proceso independentista. Con lo cual lanza un mensaje contundente para cualquiera que se pueda dar por aludido, sembrando el terror: aquí solo se admiten apoyos cerrados, no actitudes dialogantes, pues no se quiere solucionar nada, sino vivir de un problema alimentado artificialmente más allá de “lo que a nivel de calle es simplemente normal”.
No suelo hablar del tema catalán y tampoco he hablado nunca sobre Torra en esta mi columna (y mira que da oportunidades para opinar de él). Pero lanzar un ataque contra su Obispo me parece muy torpe, y desacredita mucho al personaje ante muchos de sus partidarios. Y en tanto constituye una injusticia y una torpeza, había que decirlo, y dicho queda.
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