Los tontos útiles de los hoteleros
Hubo una época, aunque ahora nos parezca increíble, en que la izquierda balear clamaba contra la modalidad del todo incluido que permitía a los hoteles llenarlos de turistas de bajo poder adquisitivo. El PSOE, PSM y EU-EV no veían con buenos ojos el todo incluido porque, argüían, incentivaba un tipo de turista que se conformaba con emborracharse sin salir del hotel y no apreciaba las infinitas maravillas que ofrecía la isla, como eran su gastronomía, su cultura, su paisaje y en general toda su oferta complementaria. No nos convenía aquel «turismo de alpargata» que se quedaba en el hotel porque sus únicos beneficiarios, decían, eran hoteleros y turoperadores.
Ahora los mismos partidos se quejan exactamente de todo lo contrario. El alquiler vacacional, a cuya expansión por otro parte tanto han contribuido al extenderlo a los pisos turísticos, llama y acomoda a quien era aquel arquetipo de turista deseado. Este tipo de turista se mueve en coche por toda la isla, sale a cenar a restaurantes, compra en los supermercados, visita los pueblos de interior, se va de excursión a la Serra, le gusta darse un chapuzón en nuestras bonitas calas, asoma la nariz en nuestras fiestas patronales, visita los mercados de los pueblos, disfruta de ir en bici por nuestras carreteras secundarias y se sale de los circuitos trillados por los guías turísticos. Es un turista disfrutón que le saca partido a la isla, más que los propios residentes.
El mismo turista por el que la izquierda suspiraba hace 15 años es ahora nuestro principal enemigo. Hace poco, para justificar la legalización del alquiler vacacional en modalidades más allá de los chalés unifamiliares, Gabriel Barceló Mita y Francina Armengol nos vendían que el alquiler vacacional contribuiría a repartir la riqueza generada por el turismo y así no se quedaría toda en manos de los pérfidos hoteleros. Y así ha sido, en efecto, muchos mallorquines han cumplido su sueño más húmedo: convertirse en pequeños hoteleros y si no, en rentistas, es decir, en vividores de rentas de los inmuebles y comercios que han heredado de sus padres y abuelos. Cada vez trabajamos menos y somos cada vez más los baleares cuya principal actividad económica es vivir de las rentas que nos proporcionan los alquileres, sean turísticos o no, legales o no. Incluso las arcas públicas se han beneficiado de ello y han visto en pocos años ingresar la fabulosa cantidad de 350 millones de euros sólo en licencias de alquiler turístico. Grosso modo, 100.000 nuevas plazas turísticas x 3.500 euros/plaza = 350 millones de euros.
Con la campaña furibunda contra el alquiler turístico, de momento contra el irregular pero todo se andará para que el ruido y furia se concentre también en el alquiler legal como causante de la escasez y la carestía de la vivienda (Barcelona siempre nos llevará la delantera en cuanto a estupidez progre), la izquierda balear trabaja, tal vez inconscientemente, para favorecer en última instancia a los hoteleros, los principales interesados en acotar y degradar el alquiler vacacional. La izquierda genera un clima de opinión y crea a golpe de grandes titulares una demanda social irresistible mientras un PP sobrepasado y siempre a remolque, gracias a su «clarividencia», decide dar respuesta a esta demanda social. Finalmente, son los hoteleros los que terminan haciendo caja.
Lejos de ser una ironía de la historia o una paradoja casual se trata de una ley de hierro balear. En los cuarenta años que llevamos de autonomía se ha producido el mismo proceso una y otra vez. Las soflamas y proclamas del movimiento ecologista han sido las aliadas involuntarias del lobby hotelero, que ha encontrado en el discurso conservacionista de los ecologistas la atmósfera moral y la fuente de legitimidad necesarias para defender su propio proteccionismo a ultranza. Visto en perspectiva, los ecologistas y la izquierda han sido sus tontos útiles. Mientras de cara a la galería se escenificaba un combate a cara de perro que enfrentaba al «pueblo explotado» con los ricachones hoteleros con chistera y habano como los que le gusta dibujar el ínclito Ferran Aguiló en sus viñetas de Vuits i Nous, la izquierda balear no ha dejado de gritar, vociferar y rasgarse las vestiduras para terminar engordando al fin y a la postre al Sector al que señalaban como cabeza de turco de todos los males contra el territorio y el medioambiente.
Los decretos Cladera, las DOT de Matas y la Ley Delgado
Años 80, 90, 2010. Si repasamos los grandes hitos legislativos destinados a frenar el desarrollo urbanístico y proteger el territorio bajo epítetos como la ordenación territorial observamos una secuencia que se repite. La izquierda mueve el árbol y caldea la calle con sus soflamas de «sostenibilidad», «consumo de territorio», «decrecimiento» o «saturación». El PP balear, aprovechándose de este clima de opinión, se «siente obligado» a dar una respuesta a esta demanda social y termina plegándose a los intereses de los hoteleros que son los que finalmente recogen las nueces en detrimento de la competencia.
En los 80, tras las grandes movilizaciones a favor de la conservación de Sa Dragonera, Es Trenc y S’Estalella, el conseller Jaume Cladera legisla a medida de las ansias proteccionistas del sector hotelero. Cladera impedirá de facto con sus decretos a las empresas hoteleras de fuera instalarse en el archipiélago y competir con los ya aquí instalados, con efectos tan contraproducentes como una masiva, salvaje y veloz construcción de nuevos hoteles en Ibiza por parte de inversores rezagados que no quieren dejar pasar la última oportunidad que les brindan los decretos Cladera.
En los 90, desclasificar unas zonas y mantener otras intocables, como ordenaron las Directrices de Ordenación del Territorio (DOT) que aprobó Jaume Matas en 1999, supuso un impresionante trasvase de valor de la propiedad hacia el sector hotelero que era quien más se había beneficiado de haber construido en la costa. La Mallorca interior, la Mallorca agrícola y la Mallorca rural fueron descapitalizadas en favor del sector turístico. Sin ninguna compensación económica y con el aplauso de PSOE, PSM y EU-EV que, simultáneamente en el Consell de Mallorca, se apresuraban a hacer lo mismo que el Govern de Matas con la aprobación de un primer Plan Territorial de Mallorca que finalmente no prosperó. La izquierda, en vez de defender a los «pobres», terminaba defendiendo también a los «ricos» que habían llegado primero. Una confiscación de la propiedad en toda regla como ocurriría con la implantación de la parcela mínima de los 14.000 metros cuadrados. La tierra, despojada de todo valor de uso, entraba en un proceso imparable de deterioro y abandono en términos paisajísticos y medioambientales, disparándose además las ilegalidades, los vertederos y el urbanismo salvaje en suelo rústico de los que tampoco se escaparon los municipios gobernados por PSOE y PSM.
Doce años más tarde las acerbas críticas de la izquierda al todo incluido y al turismo barato habían pavimentado el camino para la ley Delgado, que modernizaría la planta hotelera, terminando con los hoteles de una y dos estrellas y elevando de categoría al resto. Delgado da otra vuelta de tuerca a las políticas proteccionistas de Cladera en beneficio de los grandes y medianos hoteleros locales que, por fin, verán desaparecer una oferta de bajo poder adquisitivo que deseaban eliminar desde hacía tiempo. La modernización de la planta hotelera se financiaría con un incremento de las plazas hoteleras, mientras se prohibían los apartamentos y pisos turísticos. Como consecuencia, los precios por noche se multiplicaron, saliendo beneficiados los de siempre.
Todo indica que ahora va a pasar lo mismo. Marga Prohens, a quien se supone que tenemos que aplaudir su clarividencia e inteligencia al apropiarse de una bandera de la izquierda mientras renuncia a todas las de la derecha, quiere dar respuesta a la demanda social contra el alquiler turístico como principal culpable de la carestía y escasez de la vivienda. Nos queda todavía saber qué hará y cómo lo hará pero lo único cierto y verdadero a día de hoy es quién va a salir ganando del envite. Y quien, naturalmente, va a salir perdiendo con su descapitalización: la nueva clase de pequeños rentistas. Hay constantes históricas que nunca cambian.