Terminó la farsa y comienza el drama
Pues claro que era mentira. Era una gran farsa, y resultaban patéticos los que durante estos días se mostraban tan indignados porque no nos lo tomábamos en serio.
Es que, si hubiera sido verdad, habría sido mentira todo lo anterior: el manual de resistencia, la vuelta a España en el Peugeot, las coaliciones imposibles, los indultos, la sedición, la amnistía… Este hombre ha hecho de todo, primero para conseguir el poder y después para conservarlo; desprenderse del mismo por una afectación personal irresistible no es una opción en alguien tan carente de escrúpulos. Teniendo en cuenta cuál es el alimento que le da la inmortalidad, no es creíble que el conde Drácula se ponga melindre por verse un poco de sangre en una herida.
Y sabiendo que era una más de sus patrañas, nos repanchingamos para descansar cinco días de su insufrible presencia. Pero como tan merecida holganza no era asumible para sus huestes, han obligado a todo el mundo a estar pendiente de sus performances. Han sido tan efectistas algunas plañideras que muchos llegaron a pensar que la amenaza pudiera ser cierta y se han pasado estos días haciendo elucubraciones.
Ayer, cuando salió por fin para dar la noticia, con una cara de severidad que mal disimulaba una risa tonta por su nueva tomadura de pelo a los españoles, hacía recordar aquel chiste de Forges en el que un político, encadenado a una poltrona con un enorme candado, decía: «Yo dimitiría, pero no encuentro la llave».
Pero hasta aquí tienen que llegar las bromas sobre su berrinche y pataleo, y sobre el esperpéntico ridículo que ha obligado a hacer a su partido, a sus ministros y a su claque mediática y pseudoartística. Basta ya de chanzas y vamos a centrarnos en lo que nos viene por delante, porque partiendo de la farsa este drama está escrito para terminar en tragedia.
Y es que todo este montaje, presentado como una humilde apelación a los sentimientos, pretendía ser en realidad otras muchas cosas. Por un lado, una llamada a la cohesión del PSOE y del sanchismo, y por otro, el rearme de su ataque a las instituciones o colectivos que no están incondicionalmente en su lado del muro.
La regeneración democrática es un sintagma polisémico; la que él pretende no consiste en intentar evitar la corrupción institucional o personal, sino en impedir que se denuncie la que acontece dentro del sanchismo. Más en concreto la que tenga lugar en Moncloa, ya sea en el Consejo de Ministros o en la parte privada del complejo.
Porque sobre los asuntos concretos de su entorno familiar, la carta del día 24 decía que ya los ha ido «desmintiendo» y que «Begoña ha emprendido acciones legales para que esos mismos digitales rectifiquen». Aunque ambas afirmaciones son manifiestas mentiras, evidencian que Pedro Sánchez ya ha pasado página y que de lo que se trata ahora es de que la pasen los demás, especialmente los periodistas y los miembros del Poder Judicial.
Aunque no pueda disimular lo ensoberbecido y encolerizado que se encuentra, es difícil llevar a cabo una venganza personal. Por eso, el ataque vendrá desde arriba, asegurando el control de los órganos institucionales que todavía no domina y aprobando leyes que debiliten la independencia y la libertad en el ejercicio del tercer y del cuarto poder.
Puede que se busque también el escarmiento personal de alguien, pero eso será a más. El camino es el Tribunal Supremo, el CGPJ y el abuso de poder; las oportunas medidas en el control de las carreras profesionales de los magistrados, las incrementadas competencias de la fiscalía y las medidas de presión a determinados grupos de comunicación terminarán infiltrando la autocensura por atrición de jueces y periodistas.
Ya podemos rezar para que desde Europa alguien venga al rescate, porque se demuestra que la ingenua sociedad española no está preparada para defender su institucionalismo. Mientras pasaba el fin de semana pensando si el presidente se iba a quedar o no, él estaba re-alfombrando Moncloa con un apoyo explícito de los más díscolos del sanchismo y re-municionándose contra la legítima crítica de la oposición y las nomológicas investigaciones periodísticas o judiciales.
Tics autoritarios los ha llamado Feijóo. En realidad, la farsa inicial y la tragedia final evidencian que el presidente Sánchez no solamente es genéticamente incompatible con la verdad, sino también con la democracia.
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