El suicidio de Occidente

El suicidio de Occidente

Con el título de El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber (Encuentro), la que fuera viceconsejera de Educación de la Comunidad de Madrid, Alicia Delibes, ha publicado un libro que ofrece un apasionante e intenso viaje intelectual a través de los pensadores que, para bien o para mal, han dejado una huella indeleble en el universo de la educación occidental a lo largo de los dos últimos siglos.

El libro ofrece también, a través de la aplicación práctica de las ideas de estas figuras, un clarificador examen de las políticas educativas desarrolladas en ese tiempo en Europa y Estados Unidos, con una atención especial en el primer caso a las de España, Francia, Reino Unido y Alemania. Este ameno tour por la historia del pensamiento referido a la educación alcanza nuestros días, y lo hace con un pesimista augurio de lo que la renuncia a la misión clave y esencial de la escuela, que es la transmisión de los saberes y valores de una a otra generación, nos está deparando ya en nuestras sociedades, con el avance de «una novísima izquierda que promueve la destrucción de las creencias, los valores, la cultura y el arte propios de la civilización occidental», en palabras de la autora.

Este viaje al pasado y presente de la educación que nos brinda Delibes se inicia en la Revolución francesa, donde se desarrolla el primer proyecto de escuela pública de la mano del matemático Nicolás de Condorcet, formado con los enciclopedistas. Este revolucionario de la pedagogía defendió ante la Asamblea, mediante su Informe sobre la Instrucción Pública, la necesidad de una formación que instruyera ciudadanos libres, capaces de crecer en la vida de acuerdo con sus principios, capacidades y sueños.

Para alcanzar este objetivo, Condorcet señalaba que el poder político debía proporcionar a cada individuo las enseñanzas necesarias para ser realmente autónomo, desarrollar su espíritu crítico y formar su propia idea del mundo, mientras que incumbía a la familia su formación moral y religiosa.

La caída en desgracia de Condorcet, que fallecería en una celda bajo el Terror, propiciaría que Robespierre recondujera el proyecto educativo republicano hacia un sentido político utilitarista de la mano de las ideas pedagógicas de Jean-Jacques Rousseau.

«Maestro de la humanidad», según Robespierre, y «falso, orgulloso como Satán, ingrato, cruel, hipócrita y malvado (…) un monstruo», en palabras de Diderot, la figura de Rousseau se eleva mefistofélicamente como el auténtico prócer de la sumisión del individuo al poder político con la excusa de preservar su libertad natural. Isaiah Berlin no dudaba en considerarle uno de los grandes enemigos de la libertad.

Resulta chocante que el ginebrino diera lecciones sobre el cuidado y la formación de la infancia cuando entregó a la inclusa a los cinco hijos que tuvo con una lavandera. Que pudiera ser algo acostumbrado en la época no le disuadió de tratar de justificarse constantemente por ello, llegando a decir que el cariño de los padres debilitaba a los hijos.

La pedagogía de Rousseau rompe con el modelo humanista de la educación para implantar el modelo político, según Alicia Delibes: al niño se le educa para formar a un hombre nuevo capaz de crear una nueva sociedad. Todo se reduce a que el individuo aprenda a someter su libre voluntad a la voluntad general, en pos de un hipotético bien común.

La falacia, según Delibes, es que la educación que proponía Rousseau sin reglas ni autoridad, sin enseñanzas ni disciplina, tendente a preservar la libertad natural del hombre, convierte a éste en un autómata, un ciudadano «libremente» sometido al poder del Estado. Desde entonces, dice la autora, el dilema entre Condorcet y Rousseau ha marcado el devenir de la educación en Occidente en los últimos 200 años.

En un brillante repaso de los movimientos pendulares que las políticas educativas han experimentado entre los cánones pedagógicos de ambas figuras, el libro nos asoma a la apoteosis rousseauniana de Mayo del 68, cuya resaca salpicó a mi generación como un vómito desde un puente encima de los viajeros de una barcaza que navega por el Sena.

También trae Delibes a sus páginas las exitosas Grammar Schools británicas establecidas en los años 40 del siglo pasado por los conservadores: escuelas muy exigentes que preparaban para el acceso a la universidad. Los laboristas las consideraron elitistas, pese a ser públicas y gratuitas, y las sustituyeron por el modelo unificado de las Comprehensive Schools. Tendría que ser otro laborista, Tony Blair, quien emprendería el rescate de la escuela pública de calidad frente al modelo igualitarista de las Comprehensive.

El gran aliciente de El suicidio de Occidente es que está escrito con incuestionable autoridad por una mujer que ha dedicado toda su vida a la educación. En los últimos años hasta su jubilación, Alicia Delibes fue presidenta del Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid. También ha sido consejera de Educación en la delegación de España en la OCDE y la UNESCO.
Pero fue como directora general de Ordenación Académica y viceconsejera de Educación donde demostró su compromiso con la mejora de la educación pública, participando de forma clave en la revolución que Esperanza Aguirre promovió en los colegios e institutos de Madrid. Este martes será la propia Aguirre la que presente el libro en el Ateneo de Madrid, junto con Cayetana Álvarez de Toledo, Jon Juaristi y Carlos Rodríguez Braun.

A esta revolución en la educación madrileña le está dando un nuevo impulso la actual presidenta, Isabel Díaz Ayuso, consciente de que son las personas las que, con su esfuerzo, talento y fuerza innovadora, pueden generar riqueza y avances en la sociedad.

En Madrid destaca no sólo por la libre elección de educación y centro o por la enseñanza bilingüe, sino sobre todo por la defensa de la autoridad del profesor, la disciplina, el mérito y el esfuerzo. Todos esos valores que un progresismo rancio y desnortado considera una amenaza para el igualitarismo en la mediocridad que vienen promoviendo las leyes educativas socialistas, que han sido casi hegemónicas en la vida española del último medio siglo.

Alicia Delibes se ha fajado incansablemente en la arena intelectual contra una izquierda nihilista que está dispuesta a sacrificar las oportunidades de ascenso social de los alumnos, sobre todo las de los más necesitados y vulnerables, antes que reconocer el fracaso de sus consignas.

Para reconocer ese fracaso, Tony Blair tuvo que descubrir lo que muchos de sus correligionarios se negaban a ver: que el sueño de los trabajadores era que sus hijos pudieran disfrutar de una vida mejor que la suya a través del esfuerzo y el estudio. Hoy esto se defiende desde posiciones liberales y conservadoras frente a una izquierda decidida a ultranza a que las nuevas generaciones vivan peor que las anteriores con tal de no claudicar de sus prejuicios. Y este es lamentablemente el signo de los que hoy nos gobiernan.

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