‘Spoil system’ judicial

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Hace casi 100 años, al presidente de EEUU Andrew Jackson (demócrata, por cierto) se le ocurrió cambiar al embajador en Londres y ello provocó que se montase un buen follón. A parte de eso, los de Jackson venían metiendo en el servicio de Correos (en aquel entonces el departamento con más empleados de la Administración Federal) a sus simpatizantes, echando a cientos de jefes y, según parece, también a los carteros.

En su defensa salió el senador Marcy, que dijo aquello de que “todo el botín es para el ganador” (“to the victor belong the spoils of the enemy”). Así nació el “spoil system”, término con el que se conoce la práctica de los gobiernos de quitar a los que están para poner a los suyos.

Aquí no teníamos a Marcy pero teníamos a Benito Pérez Galdós, que venía a decirnos lo mismo con su funcionario Villamil, al que poco caso se ha hecho. Basta echar un vistazo a los boletines oficiales cada vez que hay un cambio de gobierno y ver cómo se llenan de ceses y nombramientos, desde altos cargos hasta funcionarios de tercera.

O tiren de hemeroteca y vean qué bien se coloca el hermano músico, o cómo se crea una dirección general para el amigo arquitecto y se enchufa a un montón de amiguetes cuyo curriculum no cabe en un post it pero compartieron tienda quechua el 15M.

Pero Sánchez es insaciable. No le basta la Administración o las empresas públicas donde poner sueldos de 200.000 a sus amigos (pregunten al presidente de Correos, por cierto), ni le bastan las redes clientelares tejidas con el sector privado (pregunten a su mujer). No le basta con ello. Ahora quiere controlar el poder judicial.

Y aquí ya no solo se trata de pasarse por la entrepierna los principios de igualdad, mérito y capacidad en el acceso a los cargos públicos. Aquí estamos hablando de separación de poderes, estamos hablando de democracia.

Permitir que la mayoría que elige al presidente sea suficiente para nombrar a 12 de los 20 miembros del Consejo General del Poder Judicial es abrir la puerta al spoil system en el poder judicial. Y sin poder judicial independiente, sencillamente, no hay democracia.

Algún bien pensado dirá que no es para tanto, que todos los jueces son unos profesionales que aparcan sus sesgos y su ideología cuando se ponen la toga. Yo también creo que muchos de ellos lo son, pero cuando leo tuits (aquí) como los de Jueces para la Democracia o escucho a algunos jueces metidos a tertulianos me echo a temblar.

Tener que cumplir las normas y que cuestionen tus decisiones ante un juez es un obstáculo para las ensoñaciones bolivarianas, para los anhelos indepes, para los adanistas de la política que creen poder obviar la Ley y se quejan de la judicialización de la política; bonito eslogan con con el que pretenden que sus acciones y decisiones, por tener un fin político, puedan estar al margen del control de legalidad.

¿Qué hacer entonces?, se preguntan todos ellos, y Sánchez e Iglesias responden: como decía Monedero: “Cuando no sepamos que hacer, preguntémonos que haría el presidente Chávez” Pues lo mismo, ¡A por los jueces!

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