Sonrisas a ETA, mimitos a Hamás y cara de perro a Israel

Sonrisas a ETA, mimitos a Hamás y cara de perro a Israel

Prácticamente a la misma hora que Pedro Sánchez estaba visionando el escalofriante documental que ha elaborado el Gobierno de Israel sobre ese Pearl Harbor que fue el 7-O, el arriba firmante hacía lo propio por obligada y resignada gentileza de la Embajada del país hebreo en Madrid en un pase restringido en el despacho de abogados de Javier Cremades. Poco más de tres cuartos de hora en los que se recogen imágenes inéditas procedentes en su inmensa mayoría de las cámaras GoPro que los terroristas de Hamás llevaban adosadas a su cabeza durante el salvaje ataque en el que asesinaron a 1.200 israelíes, hirieron gravemente a cientos y secuestraron a otros 237.

Vídeos que ponen los pelos de punta, espantosos, terroríficos, que certifican más allá de toda duda razonable la satánica catadura moral de los animales de Hamás. Gentuza financiada por esa teocracia iraní que untó ilegalmente a base de bien a Podemos y que recibía por todo lo alto a los lugartenientes de Yolanda Díaz en una Gaza en la que llevan 17 años imponiendo la muy progresista y más feminista sharía. Nada nuevo bajo el sol esto de que todos los caminos del mal conducen a la extrema izquierda española. Su primera parada y fonda la hicieron en Venezuela, luego fueron a trincar a ese Irán que ahorca a los homosexuales y lapida a las mujeres y finalmente pusieron rumbo a Gaza, donde aplauden con entusiasmo norcoreano lo que para ellos son las «hazañas» de Hamás.

Todas y cada una de las secuencias de este documento gráfico devastan la conciencia más fría y bregada que uno pueda imaginar. Espeluzna observar cómo estos animales asesinan lanzando una granada al habitante de un kibutz delante de sus dos hijos, que salen vivos de milagro. Vivos, que no ilesos, uno de ellos queda ciego de un ojo. Los gritos de pánico de los muchachos, los sollozos por la pérdida de su progenitor y sus respectivos «¡ojalá yo también hubiera muerto!» no dejan indiferente a ninguna alma de buena voluntad excepto a los islamistas que les preguntan inquisitorialmente, como si nada hubiera pasado, dónde hay botellas de agua. Escoria que sólo merece ser llevada lo más rápida y expeditivamente posible a la vera de su creador, Satanás.

Pedro Sánchez está dotado de una facilidad pasmosa para ejercer el mal sin que se le mueva un músculo ni se le remueva un ápice del alma

Algunos de mis compañeros de incursión en el teatro de los horrores no pudieron soportarlo y optaron por poner tierra de por medio antes que continuar certificando tamaña crueldad. Las decapitaciones de judíos fueron moneda de uso corriente aquel sábado para la infamia: en el estremecedor reportaje se observa cómo se separa la cabeza del tronco a un cadáver a golpes de azadón y cómo se degüella como si fuera un cordero a un soldado igualmente inerte. Por no hablar del despiadado trato dispensado a sus víctimas mujeres, muchas de las cuales fueron inequívocamente agredidas sexualmente.

El antaño jefe de la comunidad judía en Madrid, David Hatchwell, y siempre jefe de facto, hijo del celebérrimo Mauricio, justificó la emisión siquiera restringida de las imágenes tirando de analogía. «Cuando George Patton llegó a los campos de concentración tras ser liberados del horror nazi», rememoraba, «ordenó que se grabasen todos los rastros de la barbarie para impedir que alguien pudiera, años después, negar lo ocurrido».

Lo visto nos impactó para siempre a las tres decenas de personas que nos pasamos por el salón de actos de Cremades/Calvo-Sotelo. Nunca lo olvidaremos. Sensación parecida a la que un servidor experimentó hace 26 años al visitar por primera vez Yad Vashem, el museo del holocausto a las afueras de Jerusalén. O como cuando plantó sus reales en Auschwitz, donde Hitler gaseó a más de un millón de hijos de David. Estos ejercicios de memoria son inexcusables para evitar que se repitan los peores episodios de la historia de la humanidad.

Que Pedro Sánchez es un amoral ya lo sabíamos. Lo que nunca llegamos a calibrar es su nivel de vesania. Ver lo mismo que yo y luego entrevistarte con el primer ministro del país que ha padecido el múltiple ataque terrorista y ponerle deliberadamente cara de perro como si estuviera ante el mismísimo Adolf Hitler, Pol Pot o Stalin es para que se lo haga mirar. Y para que nos lo hagamos mirar como país y como votantes, aquéllos que le hubieran otorgado su confianza el 23-J —no es mi caso, obviamente—. Más que ante un tipo carente de moral estamos ante un psicópata dotado de una facilidad pasmosa para ejercer el mal sin que se le mueva un músculo ni se le remueva un ápice del alma.

Sánchez olvida que no es lo mismo una víctima que su victimario, que la legítima defensa es un derecho incluido en la Convención de Ginebra

El presidente, que tiene sentados en el Consejo de Ministros a auténticos hooligans de Hamás, no sólo dibujó cara de malas pulgas al primer ministro que eligieron democráticamente los israelíes sino que horas después habló de «matanza indiscriminada» de civiles en Gaza y condenó con la boca chica el salvajismo infinito del 7-O. Del hospital gazatí bombardeado por la Yihad Islámica por error o deliberadamente para culpar a los de siempre, ni mu. Tampoco de la utilización por parte de la basura humana de Hamás de conciudadanos suyos como escudos humanos en toda suerte de edificios teóricamente civiles como hospitales o escuelas.

La reacción del Ministerio de Asuntos Exteriores hebreo no se hizo esperar. Cortita y al pie, que apostillaría un futbolero. «Condenamos las falsas afirmaciones de los primeros ministros de España y Bélgica [Alexander de Croo] que están dando apoyo al terrorismo con sus palabras», enfatizaba el comunicado de la Cancillería. El cristo ya estaba servido. Sánchez olvida que no es lo mismo una víctima que su victimario, que la legítima defensa es un derecho universal contemplado en la Convención de Ginebra y que la versión de Hamás tiene más agujeros que un queso gruyère. Que el inquilino monclovita está fuera de madre lo prueba más allá de toda duda razonable el hecho de que ahora pretende reconocer el Estado palestino al margen de la Unión Europea. Se debe creer que es Biden o Xi Jinping y no el primer ministro de una nación que cada vez pinta menos en el concierto mundial.

El pájaro parece desconocer que Israel es una potencia mundial en nuevas tecnologías, en agricultura, en un sinfín de actividades y que, para más inri, es el creador de ese Pegasus que permitió a Marruecos chupar su móvil de pe a pa. Está jugando tanto con fuego que al final acabará devorado por las llamas y no precisamente las de ese infierno para el que está comprando todos los boletos. No estaría de más que alguien le haga saber que los grandes financieros mundiales son judíos: los Rothschild, el baranda de Blackstone, y sistemáticamente todos los principales ejecutivos del banco de inversión por antonomasia, Goldman Sachs. En fin, que su demagogia —éste no cree ni en Palestina ni en nada— nos va a salir por un ojo de la cara.

Hay que admitir que Sánchez siempre sorprende. A peor, naturalmente. Hoy es más perverso que ayer pero mucho menos que mañana

Contrasta su careto en Israel con las sonrisas y el entrañable colegueo que regaló a Mertxe Aizpurua, portavoz parlamentaria de Bildu y antaño autora de portadas de Egin como esa madre de todas las vilezas que fue la que llevaba por título «Ortega Lara vuelve a la cárcel» tras su liberación o esa asquerosidad moral y legal que fue el «Aparece con dos tiros el concejal del PP [por Miguel Ángel Blanco]». Una despreciable tipeja que sólo reconoce una autoridad: la de Arnaldo Otegi, mandamás de una banda que asesinó a 856 españoles, hirió, incineró o mutiló a miles, extorsionó a decenas de miles, sembró España de huérfanos y provocó el éxodo de 200.000 vascos y 50.000 navarros que dejaron su tierra para salvar la vida. En cinco palabras: los socios preferentes de Sánchez.

De mal nacidos es ser agradecidos. A Hamás le faltó tiempo para reconocer los servicios prestados por Pedro Sánchez. Ayer mismo, le aplaudieron por enfrentarse a Benjamín Netanyahu e Isaac Herzog durante su visita oficial a Jerusalén y protestar «por las matanzas indiscriminadas que el Estado ocupante está perpetrando [en Gaza]». De la matanza de verdad, la del primer sábado de octubre, ni palabra. Ni ellos ni su amiguito español.

Un presidente del Gobierno digno de tal nombre jamás actuaría así. Nunca se acostaría con Bildu, es decir, ETA; no se le ocurriría ni por asomo dar el pésame a la familia de un etarra que se ha suicidado; jamás pactaría con quienes perpetraron un golpe de Estado; y en caso de duda siempre se situaría del lado de un país democrático y no a muerte —y nunca mejor dicho— con una organización terrorista financiada por Irán, que ha sido calificado tanto por EEUU como por la UE como lo que es: «Un Estado terrorista».

Un ser humano, máxime si tiene hijas de la edad de las asesinadas por estas malas bestias, no se conduciría por la vida de esta manera tras haber visto el escalofriante reportaje que recoge una mínima parte del sadismo desplegado por los terroristas palestinos en ese Sabbat desgraciadamente para la historia. Al menos, aparentaría pelín más de ecuanimidad. En honor a la verdad hay que concluir que Pedro Sánchez siempre nos sorprende. A peor, naturalmente. Hoy es más perverso que ayer pero mucho menos que mañana. Cualquier día se descolgará afirmando que Kim Jong-un es una hermanita de la caridad o que Vladimir Putin tiene sus razones para masacrar Ucrania. A malo ya no le gana nadie.

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