Si se quiebra la igualdad, se rompe España

Si se quiebra la igualdad, se rompe España
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¿Qué significa “romper España”? ¿Únicamente si se desgajara del todo una parte del mapa nacional (una especie de Brexit a la española) se podría decir que se ha roto España? La cosa es mucho más compleja, por lo que creo que en un momento en el que la comunicación política se hace principalmente a través de eslóganes y/o de tuits merece la pena dedicar algunas líneas a reflexionar sobre lo esencial, sobre lo que significa “romper España” así como sobre las consecuencias que tiene para los ciudadanos españoles una ruptura que en buena medida ya se ha producido. El mapa no se ha roto, pero la igualdad si.

La España que verdaderamente importa y  la Nación que defendemos los constitucionalistas es aquella que garantiza a todos sus ciudadanos derechos y libertades por igual. Por eso, y más allá del modelo de organización política del estado, la unidad de la Nación resulta ser el instrumento más poderoso- diría que imprescindible- para garantizar la igualdad entre españoles. Cuando se quiebra la igualdad se rompe la Nación que nos importa, que no es un mapa sino un territorio en el que todos sus habitantes disfrutan los mismos derechos y libertades.

Así que la pregunta a responder sería cuanto de “iguales” somos en este momento los españoles. La verdad es que si analizamos la igualdad entre conciudadanos fijándonos no en los derechos proclamados en la Constitución española sino en la posibilidad de ejercerlos efectivamente nos daremos cuenta de que una parte muy importante de los españoles disfrutan de derechos diferentes derechos en materia social y/o económica en función de la zona de España en la que vivan y de que cada día que pasa son mayores las diferencias en función de su vecindad administrativa. Dicho de otra manera: en materia de derechos el hecho de ser vecino de un pueblo de Extremadura o de Navarra es más determinante que ser ciudadano español.

A esta situación no hemos llegado de la noche a la mañana, ni por generación espontánea, ni como consecuencia de un imprevisto cataclismo. Tampoco todo ello es atribuible a la negra etapa de Sánchez, ese impostor. La ruptura de la igualdad entre españoles se inició desde el mismo momento en el que dejaron de funcionar los instrumentos compensadores que tiene el Estado para equilibrar las rentas de las Comunidades Autónomas, lo que llevó aparejado una forma de hacer política en la que la deslealtad para con el Estado se convirtió en un privilegio que garantizaba mejor trato y mayores recursos para incumplidores y/o chantajistas.

Pero fue Zapatero quien hizo de la ruptura entre españoles una estrategia. Fue Zapatero quien, emulando a Miterrand, decidió confrontar las dos Españas con el único objetivo de dividir el voto conservador para favorecer la mayoría al Partido Socialista.

Después, con el caldo de cultivo de la división perfectamente arraigado, llegó Sánchez, que en esa materia es un cáncer político secundario, aunque más virulento que el primario. Él heredó un partido político sectarizado por Zapatero y en el que lo más estigmatizador que a cualquier afiliado le podían decir es “pareces del PP…”. El mérito que sin duda puede atribuirse Sánchez es haber superado la deriva de Zapatero a una velocidad de vértigo. Sánchez llegó cuando creíamos que Zapatero era el peor Presidente que había tenido España desde que recuperamos la democracia. Y él solito decidió demostrarnos que estábamos equivocados, que todo lo que puede empeorar, empeora. Y traspasó las pocas líneas rojas que resistieron a la etapa de Zapatero. Y pactó su Moción de Censura con los bolivarianos, los bilduetarras y los golpistas; y formó gobiernos de coalición municipales y autonómicos con toda esa patulea; y entregó la tutela de Navarra a los bilduetarras; y eligió a los golpistas catalanes como socios municipales y provinciales.

La llegada de Sánchez al poder (primero al PSOE y después al Gobierno) ha supuesto una vuelta de tuerca a la apuesta de quiebra de igualdad en derechos y libertades entre españoles que preconizó su antecesor socialista en el Gobierno. Porque las alianzas políticas elegidas por Sánchez han provocado una notable restricción de derechos civiles tales como la libertad de expresión o movimiento; para ejemplo, miren ustedes hacia Cataluña.

La España que importa se rompe porque Sánchez y sus socios nos han dividido oficialmente en buenos y malos españoles: los españoles buenos son aquellos que comulgan con la ideología de esa secta reaccionaria que llaman “progresista” y que está formada por los socialistas de Sánchez, los bolivarianos de Iglesias y Errejón, los pro-etarras de Otegi y los golpistas del huido Puigdemont, el xenófobo Torra y el encarcelado Junqueras. El resto, “no bonita, no”, somos oficialmente  malos españoles.

La España que importa se está rompiendo no solo por la mala política del Gobierno en materia educativa, sanitaria, de empleo, fiscal…( o por la ausencia de ella) sino porque Sánchez ha optado por desprestigiar el Pacto de la Transición, esa gesta compartida que ha hecho posible cuarenta años de democracia.

La España que importa se está rompiendo porque Sánchez prefiere combatir a los golpistas muertos que enfrentarse a los golpistas vivos.

La España que importa se está rompiendo porque en el PSOE de Sánchez (el único que existe) no parece haber nadie dispuesto a alzar la voz para demostrar que aún hay en ese partido gente que tiene más amor por su país que lo que odia a la derecha. Vamos, que en ese partido otrora nacional, otrora progresista, no se vislumbra a existencia de ningún Besteiro mientras emulan muchos burdos emuladores de Largo Caballero.

Uno de los síntomas más preocupantes de que se está rompiendo la España que importa es que pareciera que la sociedad está adormecida. Por eso, a estas alturas el momento político, con unas elecciones convocadas en las que vamos a poder ejercer nuestro libre albedrío, la cuestión está en comprobar si es real esa percepción de resignación y  hasta que punto nos ha hecho efecto el cloroformo. La gran incógnita a despejar es si vamos a permitir que nuestro falsario Presidente remate la faena y consiga la mayoría suficiente para pactar un nuevo modelo de Estado con los partidos políticos que se han declarado con sus actos enemigos del Estado social y democrático de Derecho que es España.

La incógnita a despejar es si, como yo creo, somos muchos más los españoles que defendemos el sistema democrático que nació con  la Constitución del 78 que los españoles adoctrinados por el régimen sanchista.  La incógnita a desvelar es si seremos capaces de organizarnos para preservar la España que importa, la de las libertades, la de la igualdad, la de la democracia. Por mí no va a quedar.

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