Sentido de Estado

Sánchez Estado

La formación de los Ayuntamientos de Barcelona y Vitoria después del 28M ha proporcionado un respiro, ya veremos si de corto, medio o largo recorrido, para la tan atribulada vida de la España constitucional. El apoyo brindado por el Partido Popular para que en las capitales de Cataluña y del País Vasco gobiernen alcaldes socialistas, en vez de los independentistas de Junts y los proetarras de Bildu, respectivamente, ha hecho saltar las suturas más profundas de lo que Pérez Rubalcaba llamó el «Gobierno Frankenstein».

A ello se suma la voluntad del PP de impedir los Gobiernos de Bildu en cinco municipios vascos, y singularmente, por lo que tiene de calado moral, en el de Durango, donde ETA asesinó al concejal popular Jesús Mari Pedrosa, a cuyo recuerdo su compañero Carlos García, un tipo realmente extraordinario, tributó su simbólico gesto, así como a la memoria de todas las víctimas del terrorismo etarra.

Todo ello ha puesto de manifiesto que sigue habiendo futuro para la España de la unidad, la libertad y la concordia que retrató el gran Juan Genovés, y que es en la que mayoritariamente creen los españoles en su día a día. Por contra, debajo del pellejo mortecino de la criatura sanchista, no hay nada más que la paja y el serrín de un proyecto de poder que trata de mantenerse erguido, como un oso disecado, por la sola voluntad de su creador.

Un proyecto al que, pese a su patitiesa realidad, Sánchez ha alimentado arrojándole a pedazos el cuerpo legal que nos defendería de futuros golpistas. Porque la derogación del delito de sedición y la rebaja de la malversación de fondos públicos han dejado a nuestro sistema constitucional indefenso incluso contra la voracidad de un oso de peluche.
Sánchez pasará a la historia por haber encarnado sin escrúpulos un modelo de gobernabilidad que ha terminado de sacrificar cualquier idea propia a las frías aritméticas del poder y al asiento caliente del Falcon. En este festival mediático de impugnación de sí mismo en que anda ocupado estos días, todos le recuerdan su camaleónica actitud para adaptarse a todos y cada uno de los aliados de su Frankenstein. Sus indultos a los golpistas catalanes, después de decir que le avergonzaban los políticos que indultaban a políticos o el pésame a Bildu desde la tribuna del Senado por el suicidio de un etarra en la cárcel, serían algunas cuentas de su interminable rosario de mimetismos.

El reciente respaldo a Feijóo anunciado por una socialista y feminista histórica como Amelia Valcárcel, por su apoyo a la reforma de la ley del sólo sí es sí ante la riada de excarcelaciones y reducciones de condena de violadores, es un aviso muy notable de que puede seguir aumentando la factura que desde las filas socialistas le pasaron a Sánchez el 28M precisamente por convertirse en un Zelig aún más mudadizo que el personaje original de Woody Allen.

A la vez, Sánchez ha promovido la división y la confrontación, convencido de que la regurgitación de las dos Españas es provechosa para aquilatar lealtades viscerales, no racionales, para que, cuando a tu alrededor todo sean ruinas, tus seguidores crean ver la tierra prometida. Pero no puede ignorar que es a sus socios independentistas a quienes más les conviene la cantinela de las dos Españas, porque no hay nadie más interesado en la idea de las dos Españas que quien quiere que no haya ninguna.

En ese juego ha estado el presidente del Gobierno en todo su mandato, imposibilitando que su partido pudiera soltar de una vez por todas ese lastre zapateril. Es de esperar que entre las reacciones del PSOE ante la previsible quiebra del poder de Sánchez se produzca una enmienda de fondo también a esta deriva.

La convicción de Feijóo de que hay que superar la España de blocaos y trincheras alienta un cambio de escenario y unas primeras luces al final del túnel. Sin duda, Sánchez se hallará sumido en el desconcierto al ver que su rival ha sido capaz de anteponer el sentido de Estado, del que él ha carecido durante todo su mandato, a la refriega partidista. Con ello, Feijóo ha lanzado un mensaje motivador para fortalecer de nuevo el sentido de la España constitucional, reconstruyendo los puentes entre los distintos, pero los igualmente leales al marco que nos dimos en 1978, para afrontar los retos de la nación.

Este pasado fin de semana se ha hecho patente que hoy en España tener sentido de Estado consiste más que nunca en que el Estado tenga sentido. El 23J no se trata de decidir entre dos Españas, una supuesta mejor o una presunta peor, como pretende Sánchez. Se trata, simplemente, de que la España que vivimos vuelva a tener sentido para todos, pensemos lo que pensemos, votemos a quien votemos. Y, para desgracia de Sánchez, muchos españoles saben muy bien que él se ha empeñado con todas sus fuerzas en hacer de España un auténtico sinsentido para dar sentido a su poder.

Lo último en Opinión

Últimas noticias