Sánchez es una tragedia histórica

Sánchez es una tragedia histórica

¿Que importan dos o tres belarras más en el Gobierno? ¿Se caerá el país porque Laya abandone Santa Cruz? Y las universidades, ¿sufrirán porque Castells se vuelva a América? Son preguntas planteadas por un miembro de toda la vida del PSOE que las responde así: “El problema no es el Gobierno, es Sánchez”. Más que problema, tragedia. “Tragedia histórica”, me dice.  Este antiguo prócer es de los que opinan, también, que Moncloa ha dejado correr la especie de la crisis de Gobierno sencillamente para apagar el fuego de los indultos, para apaciguar la enorme hecatombe de las relaciones con Marruecos, y para disimular el trato de favor que Marlaska está otorgando a los más horrendos asesinos de ETA. Y quizá tenga razón, tanta como pueden tener los analistas políticos de obediencia siniestra, que aseguran que inicialmente es posible que la crisis haya sido una ensoñación sin fundamento, pero que, puesto el balón a rodar, la necesidad de cambio ha crecido y ahora ya no hay quien pare esta impresión.

En todo caso: de aquí al domingo, primarias del PSOE en Andalucía, ¿puede preverse una sustancial modificación del Gabinete? No parece probable, pero no es menos cierto, que Sánchez, en su egolatría patológica, quizá decida oponerse a los que piensan así, les propine un cacharrazo y proceda a alterar la composición de su Gobierno, más que nada para demostrar que él es el único que manda y que como tal se comporta según le viene en gana. También querrá disimular el protagonismo de la manifestación del día 13. Esta es la tesis, según se sabe, del gurucillo Redondo al que rechinan los dientes cada vez que otea que, por ejemplo la vicepresidenta Calvo le deshace la cama. Esta tentación del maléfico dúo Sánchez-Redondo habita en la Moncloa y por tanto no hay que descartar que ambos caigan en ella. Aunque no sea lo más evidente.

Las elecciones endógenas del PSOE en Andalucía se han planteado como un desafío del presidente del Gobierno a una dirigente regional a la que, en opinión de personas cercanas a ella: “No es que no quiera a Susana, es que le tiene manía, es que la quiere destruir para siempre”. Y ya se conoce cómo actúa Sánchez cuando alguien le reta con un pulso. Salvo sorpresas no imposibles, el resultado del domingo será muy ajustado, teniendo en cuenta a mayor abundamiento, que existe un tercer candidato, sanchista de procedencia, que complicará un recuento de por sí muy reñido.

Ahora, el interés de la Moncloa es doble: por un lado, disfrazar su próxima reunión con Aragonés prevista para finales de este mes, y previa a la plasmación a uno de los escándalos políticos más abyectos de la democracia: los indultos a los golpistas de octubre del 17. Eso, por un lado, por el otro, se trata de atizar al PP por el “caso Kitchen”. Aquí, ya no existen dudas: lo que pretende Sánchez, y así lo ha ordenado, es elevar el listón de las comparecencias judiciales y obligar a Rajoy y a Sáenz de Santamaría a justificarse por sus presuntas responsabilidades en el proceso desatado por las filtraciones de Villarejo. Cospedal no es el vértice, la culminación de las imputaciones inducidas desde la Moncloa; son los antedichos, presidente y vicepresidenta del Gobierno del PP, las víctimas a las que Sánchez desea llevar al cadalso de un juicio tan oral, como popular. Ese es el doble interés al que nos referimos.

En consecuencia, la pregunta es ésta: ¿ayuda en tal tesitura al jefe cambiar ahora su Gobierno? Le da lo mismo. ¿Qué le importa a este hombre una Belarra más, una Montero más, una Calvo más, una Laya más, un Marlaska más, o quién se sabe qué más? Los puede encontrar igual de malos, e incluso un punto por encima, que ya es decir, pero la cosa seguirá de esta manera: no hay más cera que la que arde, el problema no es este Gobierno o el siguiente Gobierno de incapaces (apenas se salvan un par de ministros) sino el jefe de la manada, un personaje atrabiliario, procaz, miserable que lleva al país a la ruina conscientemente (este no es un total bodoque como Zapatero) por la única conveniencia personal y política de seguir montado en el helicóptero que tanto le fascina. A este menester dedica Sánchez sus mejores esfuerzos. A culminar para España una tragedia histórica.

Pero es que además, un nuevo Ejecutivo, tan malo como éste que sufrimos, ni resolverá alguno de los enormes problemas pendientes que tiene España, desde la humillación ante los secesionistas catalanes, al doblegamiento a los intereses de una potencia menor como es el Reino de Marruecos, ni le va a servir al preboste para decolorar tales conflictos. Eso, no por no hablar del atraco fiscal a que va someternos a los españoles. Él lo fía todo, primero, al resurgimiento económico que, desde luego, no se va a producir ni porque este Gobierno produzca estabilidad en los mercados universales, ni porque Calviño haya tomado una sola medida que favorezca el despegue. Segundo, tampoco le servirá la masiva vacunación, como si ésta se hubiera producido porque el fantasmal “doctor Sánchez” haya  trabajado años en la inmunización universal contra el maldito virus. Son los dos artificios que maneja La Moncloa junto, además, con el del acoso y derribo al Partido Popular por supuestas corrupciones anteriores. Esos son los poderes del tipo más inconveniente que haya padecido nunca España desde los tiempos del felón Fernando VII. Por eso, ¿qué más da si, por fin, este hombre se anima a cambiar de cromos? No importa nada; seguirá quedando él, responsable primero y último de todo lo malo que está ocurriendo en el país. Lo dicho, el problema no es éste, ni el siguiente Gobierno de inanes jerifaltes, el problema, la tragedia, es él, Sánchez. “Tragedia histórica”, me repetía un socialista que todavía conserva el carné. Es Sánchez el protagonista de la mayor traición que pueda recordarse. Sus colaboradores son asesores lanares, nada más. No tienen otra prestancia.

Lo último en Opinión

Últimas noticias