Sánchez contra Sánchez

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez dijo que pasaría a la Historia por haber exhumado los despojos del general Franco, pero en realidad lo hará por haber desenterrado al peor PSOE de la Historia: una formación volcada en la parasitación del Estado, de sus instituciones y de sus presupuestos, es decir, del fruto del esfuerzo de todos los españoles, hasta lograr que el partido y el Estado sean uno solo, indistinguibles e inamovibles.

Sólo de esta manera se entiende la inclinación permanente de Sánchez a practicar la papiroflexia con la Constitución para perpetuar su vida de nuevo rico en La Moncloa, de manera que la igualdad de los españoles proclamada en sus páginas se convierta en una Justicia con un menú en la mano y no una balanza, por esa amnistía a la carta aprobada para sus socios prófugos y delincuentes.

O que la solidaridad entre las regiones adquiera con el cupo catalán la forma de un cocodrilo independentista con las fauces abiertas, dispuesto a devorar los recursos de los españoles y hacer inviables los servicios públicos en el resto de la Nación.

O que la autonomía fiscal de las comunidades de régimen común se transmute en unos grilletes para condenarlas al socialismo obligatorio, como se quiere hacer con Madrid, la región con menos presión fiscal, que favorece principalmente a los que menos tienen y es la que más recauda. En consecuencia, es la que crea más empleo y riqueza y la que más aporta para costear los servicios públicos de otras regiones.

O que el relato sobre la lucha por la libertad y el pluralismo reconocidos por la Constitución, y la dignidad de quienes dieron su vida por defenderlos, se entregue atado de pies y manos a quienes quisieron destruirlos mediante el terror, premiando además con excarcelaciones anticipadas a los criminales más sanguinarios.

A esto se ha reducido la sincopada trayectoria de Sánchez desde el 23J: a retorcer las páginas de la Carta Magna con el fin de calzar con ella su poltrona cuando ha temido que se le viniera abajo por la falta de apoyo de alguno de sus socios extremistas.

Ahora, en plena erupción del volcán de detritos que oculta bajo esa misma poltrona, Sánchez es prisionero de las palabras que le llevaron a La Moncloa por vez primera. Palabras inapelables, como Sánchez quiso que fueran, sin imaginar que se volverían contra él como una bandada de pájaros en la película de Hitchcock. Esto es la justicia poética.

Las páginas del Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados número 126, del 31 de mayo de 2018, que recogen el debate de la moción de censura presentada por el PSOE contra Mariano Rajoy, se han convertido a la postre en el testamento más descarnado del sanchismo.

La sentencia contra el PP que motivó la moción de censura -fue condenado como beneficiario a título lucrativo en el caso Gürtel, lo que supone no sólo no participar en el delito, sino incluso no conocerlo- tiene una distancia infinitamente sideral frente a los graves indicios de la trama del caso Sánchez y Cía.

Aquellas frases lapidarias que lanzó Sánchez contra la corrupción pesan hoy, ciertamente, como una lápida sobre los despojos de su ambición, aunque se tomase cinco días en vez de tres para resucitar después de la imputación de su mujer.

El laborioso escribano que mojó la pluma para redactar el discurso de Sánchez no sabía hasta qué punto su tintero se iba a convertir en el brocal desde el que asomarse a un gigantesco pozo negro con vasos comunicantes entre La Moncloa, una decena de ministerios, empresas y organismos públicos, y comunidades autónomas regidas por el PSOE.

Aquí van los diez mandamientos que el hoy presidente del Gobierno presentó al pueblo desde la tribuna del Congreso, cual profeta en marcha hacia una tierra prometida que ha resultado serlo sólo para su familia y sus allegados. Cualquier punto de este decálogo puede ser cincelado ahora como un epitafio en la tumba del sanchismo:

  1. «La corrupción actúa como un agente disolvente y profundamente nocivo para cualquier país. Disuelve la confianza de una sociedad en sus gobernantes y debilita, en consecuencia, los poderes del Estado».
  2. «Pero también ataca de raíz a la cohesión social en la que se fundamenta la convivencia de nuestra democracia si a la sensación de impunidad por la envergadura de los hechos que están siendo investigados y a la lógica respuesta lenta de la justicia se une la incapacidad de asumir las más mínimas responsabilidades políticas por los actores concernidos».
  3. «La corrupción merma la fe en la vigencia del Estado de Derecho cuando campa a sus anchas o no hay una respuesta política acorde a la entidad del daño que se ocasiona».
  4. «La corrupción destruye la fe en las instituciones, y más aún en la política, cuando no hay una reacción firme desde el terreno de la ejemplaridad».
  5. «¿Va a dimitir, señor Rajoy? ¿O va a continuar aferrado al cargo debilitando la democracia y debilitando y devaluando la calidad institucional de la Presidencia del Gobierno?».
  6. «Ante toda la Cámara persiste la imagen de un presidente que opta por la peor de las respuestas, que es atrincherarse en el cargo aupado por el peso de una Cámara fragmentada, con grupos parlamentarios cuyos intereses son difíciles y complejos de casar -eso es evidente- y que el propio Gobierno de España ha tratado de ensanchar precisamente para perpetuarse en el poder».
  7. «En este punto, señorías, a mí me gustaría hacer -como ha hecho el diputado Ábalos- una mención especial a uno de los eslabones más valiosos de nuestro Estado social y democrático de derecho. Ese eslabón lo conforma un pequeño grupo o un pequeño gran ejército, mejor dicho, de hombres y mujeres honestos que no se dejan intimidar por las presiones y que consagran su labor al servicio público desde la judicatura, desde el ministerio fiscal o también desde las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado».
  8. «Quiero invocar el auténtico patriotismo cívico de esos hombres y mujeres que se esfuerzan por luchar contra la corrupción, en muchos casos jugándose hasta sus propias carreras profesionales y asumiendo un coste personal y también profesional muy amargo».
  9. «Una ciudadanía que hoy, independientemente de cómo piense o cómo vote, independientemente de sus lealtades ideológicas y de sus afiliaciones políticas, está esperando de todos ustedes la ejemplaridad que es incapaz de encarnar el hoy presidente del Gobierno…».
  10. «…alguien que prefiere refugiarse en la trinchera de un cargo que ocupa desde la soledad del grupo parlamentario que lo sostiene y que no se da por aludido».

Palabra de Sánchez contra Sánchez, a quien, según salen a la luz los sumarios judiciales sobre su entorno familiar y su partido, se le van reduciendo esos mandamientos, como a aquel Moisés de Mel Brooks que torpemente rompía una de las tablas de la ley bajando del Monte Sinaí. Lo mismo que ha hecho Pedro para seguir en La Moncloa.

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