Sánchez, como Napoleón: ¿De Madrid a Waterloo?

Sánchez, como Napoleón: ¿De Madrid a Waterloo?

Por si alguien no se había enterado todavía, ya está clara sin ningún género de duda razonable, la estrategia política de Sánchez para intentar ganar a Ayuso las elecciones del 4-M y perpetuarse en el poder, pues lleva instalado en ese montaje desde que llegó a la presidencia del Gobierno. Y ahí se mantiene de la mano de los separatistas, comunistas y de Bildu como compañeros de viaje en la moción de censura de 2018.

Al parecer, lo democrático es gobernar España con quienes la odian y están juzgados y condenados por sedición por intentar destruirla. Hacerlo además con los sucesores políticos de la derrotada y disuelta banda terrorista ETA —por la fuerza democrática del Estado, no por su propia voluntad— forma también parte de la «normalidad democrática» para el socialismo sanchista. Gobernar en coalición con comunistas que alardean de serlo, es de igual forma plenamente democrático en la España y la UE de siglo XXI. Para su concepción de la democracia, el peligro es el fascismo de los que se oponen a su personal proyecto. Que Vox tenga 52 diputados en el Congreso es inaceptable, por lo que es necesario hacerle un cordón sanitario para aislarlo, y evitar que contamine a los «democráticos» comunistas, separatistas y a Bildu. Lo inconcebible es que semejante patraña se la hayan comprado quienes se configuran como única alternativa. Aislando a Vox y esperando destronar a Sánchez, se van a quedar para vestir santos.

Aquella moción de censura contra Sánchez, convertida de facto en censura contra sus cooperadores necesarios para derrotar al sanchismo, va a ser estudiada en los manuales del pensamiento politico. De hecho, este PP que está en condiciones de ocasionarle un serio revés al socialismo sanchista en la actual campaña madrileña, no es el que se alineó con el bloque político de la censura contra el Gobierno del PP. Éste hace frente a su estrategia sin claudicar, y está dispuesto a darle sin complejos la batalla ideológica, cultural y espero que también de valores. En cambio, el actual PSOE, organizado a imagen y semejanza de su secretario general, está alineado con las mismas ideas y con las mismas fuerzas políticas que dieron un golpe de Estado revolucionario contra el legítimo Gobierno de la República en 1934, por haber osado nombrar su presidente a tres ministros de la CEDA, que fue el partido ganador de las elecciones. El argumento utilizado es el mismo con el que ahora aislan a Vox: por ser fascistas y suponer un peligro para la democracia. Aceptar que la patente de pureza democrática la den quienes tienen un pasado y un presente político del que tendrían que avergonzarse, nos lleva a la actual situación.

Es insólito que se atreva a acusar de violentos a sus adversarios quien alcanzó el Gobierno y se mantiene en él con el apoyo de quienes nunca condenaron el asesinato de centenares de víctimas, el dolor de incontables heridos, y las ingentes pérdidas materiales. Que lo haga con Pablo Iglesias, que mantiene como candidata de referencia a una condenada por violencia contra la policía, sin entrar en más ejemplos, supera el umbral del respeto debido a la ciudadanía.

A Sánchez «le conviene que haya tensión», y ya se ha aplicado a ello. Es de esperar que no declare durante la jornada de reflexión una «alerta antifascista», siguiendo el ejemplo podemita en Andalucía, y menos que organice tras el escrutinio electoral un asalto a la Asamblea de Madrid con falsa bandera, para impedir un Gobierno fascista, que no es feminista ni progresista, ni igualitario, verde, ecológico, y contrario al cambio climático.

Desde que comenzó la pandemia, Sánchez ha puesto a Ayuso como objetivo político a batir, y ahora puede salir escaldado en su intento, y de manera personal. Si el 4-M se confirmara esta posibilidad, sería la primera gran derrota de Sánchez y el sanchismo desde su acceso al Gobierno, siendo batido además por una novel presidenta autonómica.

Le conviene que haya tensión y barricadas, si es preciso: todo lo que pueda agitar la calle y despertar a sus desencantados votantes. «Esto va de democracia…», proclama ahora. Y no le falta razón: que se mire en su espejo.

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