Sadomasoquismo lingüístico
Es despertar y sentir cómo la lengua te recorre de arriba abajo, desde la planta del pie derecho hasta el pliegue del lóbulo de la oreja izquierda. La lengua carnosa, húmeda, inquieta. Desde que te levantas hasta que te acuestas. Una herramienta esencial en el día a día que en plena era digital se desliza con fuerza y no ha encontrado soporte mejor para las relaciones humanas, por mucho smarphone, whatsapp y redes sociales que nos sirvan de conexión. La lengua se entrelaza en lo más íntimo de las personas cuando besan, cuando hablan y cuando saborean. Y algunos han decidido amordazarla. Agujerearla con un piercing para restarle movilidad y someterla a imposiciones absurdas. Como si la lengua no fluyese con vida propia, para liberarse de la claustrofobia punto en boca. Como si la lengua pudiese acotarse en un laboratorio y resecarse sin tener en cuenta la voluntad individual de cada legítimo portador.
Las lenguas no tienen derechos, ni necesitan protección. Las lenguas son de las personas a las que sirven y a ellas corresponde su elección libre, desatada, promiscua a veces: español, catalán, gallego, inglés… Todos construimos el lenguaje a base de manosearlo, desgastarlo, destrozarlo, remendarlo e inventarlo. Todos decidimos, sin saberlo, cuál debe ser su evolución. Qué lenguas deben sobrevivir y cuáles no. Ya lo hemos experimentado antes y mírennos, seguimos aquí, progresando, madurando e interactuando sin el griego clásico y sin el latín. Las lenguas regionales, sufrirán sin paliativos una selección natural en un mundo profundamente abierto, tecnológico, economicista y global. Darwinismo lingüístico. Pragmatismo comunicativo Apocalipsis idiomático. Llámenlo como quieran.
Asumámoslo. Un pequeño club de lenguas están llamadas a usarse con cada vez más intensidad y fruición, a ser las preferidas y mayoritarias —en detrimento de otras abocadas a la extinción— y una de ellas es el español. La segunda más hablada en todo el mundo, por detrás del chino mandarín. Absurdo entonces relegarlo a un segundo plano, subyugarlo por obra y gracia de la tiranía política, aislarlo en un reducto legislativo que a duras penas conseguirá resultados prácticos a largo plazo ni evitar a muchos ciudadanos inconvenientes prácticos y dosis doble de discriminación y frustración. Y a pesar de ello los nacionalismos en España, en su ceguera total, en su perenne masturbación identitaria, en su recurrente paletismo intelectual, han diseñado un conflicto artificial para potenciar —convenientemente regadas de subvenciones, ayudas públicas y campañas de propaganda— lenguas como el catalán, el gallego, el euskera o el valenciano, obviando que la cooficialidad reconocida por la Constitución habla de igualdad y libertad de elección de sus usuarios, nunca de imposición.
Qué más da. Cualquier excusa es buena para que el Estado justifique su intervención. Cualquier oportunidad aprovechada sin escrúpulos para complicar la vida a los ciudadanos y centrar en la anécdota su atención. Listas de nombres y apellidos con pedigree en Galicia y guías para normalizar los que no, cortesía del “nacionalismo amable” del PP de Feijoo; ahogamiento —me niego al eufemismo de la inmersión— de escolares en Cataluña, fruto de las perversiones supremacistas del Plan 2000 de Pujol; médicos en Baleares relegados al ostracismo profesional porque no dominan el catalán, aunque sean eminencias en su especialidad. Claro que sí, lo prioritario qué va a ser la salud, lo importante es satisfacer la fantasía pancatalanista de Armengol. Bondadge intensivo al español. Sadomasoquismo lingüístico hardcore. Disfruten de la sesión dominatriz de la húmeda mientras dure —hasta que algún gobierno central decida finiquitarla con valentía y determinación—. Pagan ustedes.