La ruina como palanca para asaltar el cielo

La ruina como palanca para asaltar el cielo

Hace casi seis años, Pablo Iglesias dijo que “el cielo se toma por asalto”. Esta formación comunista, no procedente del famoso “eurocomunismo” sino del comunismo más rancio, extremista y totalitario, se ha ido abriendo paso hasta que convenció al líder del PSOE para formar un Gobierno conjunto. Tras una estudiada inicial moderación al hacerse cargo de la vicepresidencia segunda, ha vuelto a mostrar su verdadero rostro, cuyo modelo se inspira en Lenin, Stalin, Castro, Chávez y Maduro. Todos ellos instauraron un régimen comunista en sus países, una tiranía que empobreció a sus ciudadanos.

Ese empobrecimiento no fue casual: no se trata sólo de la incapacidad de gestión que la izquierda radical, en general, y comunista, en particular, tiene para generar prosperidad, sino que, además, no busca mejorar la vida de las personas, pues su verdadero poder para mantener los puestos que alcanzan es generar un empobrecimiento general de la sociedad, que elimine toda posibilidad de desarrollo individual de las personas y de las empresas, para hacerlos dependientes de un subsidio del Estado.

De esta manera, el comunismo crea una sociedad -o una parte de ella- completamente dependiente de la voluntad del Gobierno. Poco a poco, va anulando a la persona como individuo independiente por sí mismo, hasta convertirlo en un miembro más de un grupo de voto clientelar, ya que desprovisto por el comunismo de toda capacidad para prosperar por él mismo, le deberá todo al Gobierno, que le recordará, convenientemente, que el subsidio, sea el que sea el nombre de éste, se lo debe a él, y que si no los vota y llega otra opción al poder, lo perderá.

Para que eso cuaje, es necesario, como he dicho, crear un estado de máxima necesidad y precariedad, porque a mayor necesidad y precariedad, más dependientes se puede hacer a las personas. Primero se las empobrece y después se las capta con el señuelo de un subsidio, del que, desgraciadamente, difícilmente saldrán ya al anular el comunismo todas las aptitudes personales para valerse por uno mismo. Dicho subsidio sólo les permitirá vivir míseramente, pero malvivirán con lo que el supuesto Estado benefactor les dé. La anulación de la persona hace que, al final del proceso, dichas personas subsidiadas, al haberles roto su futuro, sólo puedan optar entre el subsidio y nada, y ahí es de donde se nutre el comunismo para tratar de imponerse y extender su poder. No hay nada más que mirar a Venezuela: Chávez ganó unas elecciones y fue violando, después, la constitución a cada paso, poco a poco, hasta establecerse la actual tiranía totalitaria. Acabó con las empresas venezolanas, nacionalizó y expropio por doquier y envió al paro a muchísimos venezolanos, a los que empobreció con una hiperinflación que hace que el poco dinero que pueden obtener los venezolanos no valga nada. Él y su sustituto, Maduro, subieron unas cuantas veces el salario mínimo, que cada vez podía comprar menos por la inflación, entre otras cosas porque ésta era alimentada por los incrementos de dicho salario mínimo y por los costes derivados del mismo, que destruía empresas y puestos de trabajo, generando estanflación, esto es, alta inflación -allí ya hiperinflación- y alto desempleo.

Por tanto, el comunismo empleó, en todos esos casos y lugares, la ruina como palanca con la que conseguir su objetivo. Y eso es lo que parece que Podemos está queriendo hacer en España y, al permitírselo Sánchez, todo el Gobierno. No se entiende, por más incompetentes que fuesen, su insistencia en destruir todo el tejido productivo español: a las empresas no les dan la liquidez suficiente y lo hacen tarde; lanzan comentarios contra la industria del automóvil, tan importante en España y para el sector exportador; la ministra de Trabajo manda inspectores para que comprueben si hay esclavitud en la agricultura, como si esto no fuese un Estado de derecho; la propia ministra dice que la hostelería, turismo, ocio y comercio no abrirán hasta diciembre, que constituiría su ruina; el ministro de Consumo, cuyo modelo de esta rama es Cuba, dice que el turismo es un sector estacional, precario y de poco valor añadido, hundiendo a los 2,6 millones de personas que trabajan en él y, además, insultándolos con esas declaraciones; presumen de tener a 5,2 millones de beneficiarios de prestaciones por desempleo, que muestra su objetivo; y Sánchez se niega a emular a Italia y reabrir rápidamente la economía, que se desangra, como ha constatado este lunes el gobernador del Banco de España, pues prefiere imitar a Maduro cuando éste ha firmado otros treinta días de prórroga de estado de alarma en el país hispanoamericano, al grito y proclama de que eran “treinta días más de estado de alarma constitucional hasta más allá de junio para seguir protegiendo a nuestro pueblo”. Sánchez, el sábado, dijo que quería prorrogar el estado de alarma otros treinta días, y que el confinamiento había evitado que hubiese 300.000 muertos. El paralelismo entre lo dicho por ambos dirigentes es claro.

Con todo ello, lo único que se puede pensar es que el ala podemita del Gobierno ha anulado definitivamente a las personas más formadas de dicho Ejecutivo, como pueden ser Calviño, Robles o Escrivá, y, a cambio de mantener a Sánchez -al presidente lo único que le importa es seguir él- ha logrado imponer sus tesis comunistas, que aniquilan la estructura económica de España para poder implantar después la renta mínima y demás prestaciones con el objetivo de conseguir una red clientelar de votos, en el camino podemita para lograr un cambio de régimen al que nos podría llevar esa “nueva normalidad”, cuyo adjetivo asusta por el riesgo de poder perder libertades y derechos que pueda significar al adjetivarlo.

Se está empezando a destruir parte del tejido productivo. Cada día que pasa es una jornada en la que cierran 6.412 empresas que ya no volverán nunca a abrir sus puertas, como se desprende de las 121.827 compañías que se destruyeron en diecinueve días de marzo, como se puede extrapolar de los datos de la Seguridad Social. Cada día que pasa es un nuevo día que se asoma a la destrucción diaria de 19.178 puestos de trabajo, que son los que, jornada a jornada, se perdieron en los cuarenta y nueve días que median del doce de marzo al treinta de abril, hasta contabilizar 939.709 puestos de trabajo destruidos durante ese tiempo del encierro domiciliario y la parada por decreto de gran parte del sector productivo que se le impuso a la sociedad y economía españolas. Cada día que pasa es el que hace que 23.555 autónomos al día en esos mismos cuarenta y nueve días, hayan necesitado la prestación extraordinaria por cese de actividad al verse obligados a cerrar sus negocios por decisión gubernamental, hasta sumar 1.154.195 autónomos. Y cada día que pasa ha visto cómo se han incrementado diariamente en 62.744 las personas afectadas por un ERTE por fuerza mayor en ese período, hasta sumar los 3.074.462 españoles en esta situación, que se suman a las 312.323 personas afectadas por ERTE no derivado de la situación del estado de alarma, hasta sumar un total de 3.386.785 personas afectadas por un ERTE, según se puede comprobar en los datos de la Seguridad Social.

Son unas cifras que producen escalofríos: con 3.831.203 personas desempleadas -donde no se recoge todo el millón de afiliados perdidos, ya que muchos no se habrán inscrito en los servicios públicos de empleo, con lo que no contabilizan como parados-, otros casi tres millones y medios de personas en un ERTE y más de un millón cien mil personas que han cesado su actividad como autónomos debido al decreto de cierre, nos encontramos con 8.372.183 personas que o no tienen ingresos o los han visto disminuir en una cuantía muy elevada, muchas de los cuales, además de eso, están a punto de perder sus pequeños negocios. Son casi ocho millones y medio de personas que no saben si tienen futuro o no; si en los próximos meses y años podrán pagar su hipoteca o el alquiler; si podrán dar un futuro mejor a sus hijos; o, simplemente, si podrán tener recursos para alimentarse. Ese camino hacia el empobrecimiento, el hacer dependientes a todas esas personas, ese sendero a la ruina, en definitiva, es la palanca con la que pueden pretender “tomar el cielo por asalto” mientras muere nuestra prosperidad, primero, y nuestra libertad, después.

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