Rufián es un burdo ejemplo, el poder del Estado una necesidad

Rufián es un burdo ejemplo, el poder del Estado una necesidad

Este chico no falla. El portavoz adjunto de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, defendió este miércoles el referéndum del 1 de octubre enseñando una impresora desde su escaño y pidiendo al Gobierno que «deje de hacer el ridículo». Son más que habituales sus sonoras intervenciones parlamentarias. Son comunes sus bravatas de matón de barrio venido a menos. Rufián, de aspecto garitero, “pijo soberanista”, es hijo y nieto de la inmigración. Representa una nueva generación de independentistas, heredera de aquella que acudió a forjar su futuro a la Cataluña española de los años cincuenta y sesenta y que fue capaz, desde el sacrificio y el esfuerzo, desde la lealtad y una idea común de España, de constituir la mano de obra que construyó la Cataluña del desarrollo y del cosmopolitismo. Este altanero petulante, muy ramplón en formación y modales, es también fruto de la desidia.

No debemos lamernos las heridas por los lances que de forma aburrida acontecen en Cataluña en los últimos meses. Es obligatorio reconocer que comediantes como Rufián son consecuencia del fracaso que como Estado hemos tenido con respecto al “tema catalán”. Y todo y solo por burdos y groseros intereses políticos que nos están pasando cansina factura. No se ha sido diligente a la hora de conformar un espíritu de nación, a la hora de educar a nuestras generaciones en el orgullo de ser español. En definitiva, responsables han sido, por acción y por omisión, los incapaces de apuntalar y consolidar la identidad de España con la gravedad que esto supone. Se ha sido pacato y pusilánime a la hora de plantarse y mucho más a la hora de aplicar solo la ley, pero toda la ley. Al enfermo en su momento no se le quiso administrar una determinada medicación y hoy el enfermo empeora, siendo necesario, por mor de semejante pasotismo histórico, emplear un tratamiento de choque mucho más fuerte.

Se ha cedido en demasía, otorgando competencias, como la educación, que con mortífero veneno se ha vuelto contra toda la nación. Se ha roto el mercado único y se ha violado de manera flagrante la igualdad entre los españoles. El llamado “Estado de las Autonomías” fue un irresponsable invento que nos ha conducido de forma despiadada a una extrema orfandad y desamparo de ideales, valores y objetivos comunes. Se acabaron las cesiones sin fin pues desde hace cuatro décadas llevamos cediendo ante un monstruo voraz e insaciable. Se debe impedir de una vez por todas que los nacionalismos más exigentes aparquen su glotonería hacia España el día en el que España ya no exista. Se debe ser claro y directo. Por el bien de todos no podemos prolongar más esta provocación que parece no tener fin, prescindiendo de los que quieren desmembrar España y de los que con indecorosa jactancia y chulería no pretenden otra cosa que chantajearla en su propio beneficio y en el de sus perversas ensoñaciones.

Por seriedad institucional las faltas de respeto constantes de este provocador de barrio no se pueden permitir, como no son tolerables sus permanentes ofensas que enmascaran un odio enfermizo y una muestra translucida de incultura. El complejo de inferioridad que demuestra Rufián nos ofrece cual es la personalidad y categoría de quienes presiden, conducen y alientan el “procés”. Qué paradoja la de Rufián como ejemplo. Con semejantes pilotos no muy lejos llegará la nave. Pero debemos con humildad reconocer los errores cometidos. Se debe aprovechar la actual coyuntura para zanjar in saecula saeculorum una amenaza y una afrenta que no cesa. Frente a los locos, el poder del Estado. Como dijo el historiador y poeta rumano Nicolae Iorga: «El valiente mira al peligro, el temerario lo busca, el loco no lo puede ver».

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