Los Reyes viajan a Cuba
El próximo viaje a Cuba de los Reyes de España no sólo será histórico, sino indispensable. La visita con motivo del 500º Aniversario de la fundación de La Habana muestra el compromiso del pueblo español con el pueblo cubano. Los monarcas estarán en la capital cubana defendiendo a España como siempre hacen. Su viaje no implica una defensa del régimen cubano, como algunos tratan de presuponer, sino de los lazos históricos establecidos desde hace 500 años entre nuestro país y las Antillas españolas. Quienes desaprueban la visita de los Reyes a Cuba no son conscientes que indirectamente con sus afirmaciones logran un objetivo contrario a los intereses españoles, es decir, la ausencia española alejaría a nuestro país todavía más de un territorio con el que ha tenido vínculos económicos, culturales y políticos durante siglos. Si España desatiende a sus deberes con sus hermanos americanos, otros países ocuparán ese vacío. Véase el caso de Noruega, un país que no tiene tradición alguna en Iberoamérica y que sin embargo ha desempeñado un papel relevante en el proceso negociador de paz en Colombia del pasado reciente. O véase también el papel que la corona británica siempre ha tenido para estrechar lazos entre Reino Unido y los territorios de la Commonwealth, algunos de ellos más ejemplares que otros en su desempeño democrático.
Cuando en 1976 el rey Juan Carlos desembarcó en el aeropuerto de Santo Domingo para realizar su primera visita al extranjero y la primera que un rey español hacía a América en toda la historia, en la República Dominicana gobernaba Joaquín Balaguer, un político cuyo único afán era perpetuarse en el poder a través de elecciones ilegales y mediante un modelo autoritario. Sin embargo, aquel viaje estuvo cargado de un simbolismo sin excepción, como el del rey Felipe VI y la reina Letizia.
En un año en el que estamos rindiendo honores a la geografía hípica y romántica de los navegantes españoles, al primus circumdedisti me de los Elcanos y Magallanes, también es justo rendir tributo a nuestros antepasados que decidieron crear un asentamiento en La Habana. Del mismo modo que deberemos estar presentes cuando se conmemore el quinto centenario de la fundación de otras capitales iberoamericanas, que de aquí a los próximos años van a ser muchas. En dos años, por ejemplo, recordaremos las proezas de los españoles en lugares como Puerto Rico, Guam, Filipinas y México. Nos haremos un flaco favor si caemos en el discurso del pensamiento único y obviamos nuestro legado histórico.
No estar presente en Cuba o en cualquier otro rincón del continente americano al que tantos siglos de historia nos unen supondría caer en un profundo amodorramiento, muy parecido al que Joaquín Costa se refería cuando España “dormía” antes sus obligaciones internacionales y otros países como la Alemania de Bismarck pretendían ocupar su lugar. No son pocas las ocasiones en las que los españoles nos lamentamos de la política revisionista de la historia de América que trata de implantarse en lugares de los Estados Unidos o México demonizando injustamente a los conquistadores españoles y alimentando el relato de la leyenda negra. Una manera efectiva de combatir esa maquinaria propagandística es precisamente estar allí desde donde se difunde o puede extenderse.
A veces creo, como dijera Joaquín Costa, que parte del pueblo español sigue sin recobrar la conciencia de su pasado y de su destino. Si enseñaran algo a los pueblos los escarmientos propios, no estaríamos ahora discutiendo ahora una visita que es oportuna y obligada.