El Rey emérito y la Navidad

El Rey emérito y la Navidad

Yo soy de las que cree que el Rey Juan Carlos no debía haber salido de España en la forma en que lo hizo y sin más explicaciones. En esto pienso igual que Cayetana Álvarez de Toledo, cuya defenestración como portavoz del PP se relacionó en su momento con esta cuestión entre otras razones. Si “la guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares” como dijo Clemenceau, la monarquía es demasiado importante para que un rey vaya a su aire con la que está cayendo.  El equilibrio de España depende demasiado de su monarquía como para actuar con esa (aparente) falta de reflexión y transparencia.

Estos días he estado recordando la forma inicua con la que se trató al Rey Felipe en el homenaje a las víctimas de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils. El dolor causado por el yihadismo no importó nada a los nacionalistas que aprovecharon simplemente para cargar contra la corona. Muchísimos catalanes nos indignamos y rebelamos ante consignas mentirosas y abusivas como aquel «Els catalans no tenim rei» que exhibieron algunas pancartas y algunas declaraciones. Los nacionalistas, con su uso fraudulento de la semiótica del republicanismo, travistieron y travisten la oposición independencia-democracia en la dicotomía, tentadora donde las haya, de monarquía-república. A partir de ahí se instaura un falso lenguaje donde se presenta a monárquicos y republicanos (incluso felipistas y republicanos), como si quienes vemos en la Monarquía un anclaje rotundo de la unidad de España creyéramos en la sangre azul y otras supercherías.  Dando por sentado que es apriorístico y no fruto de la reflexión post ese convencimiento de que España encuentra su mejor expresión en una monarquía. No nos consideramos monárquicos en un sentido tradicionalista, de “ley vieja”, y nos produce una risa floja la idea (que alguno ha sostenido) de que una Cataluña independiente tuviera como jefe de Estado a un rey nuestro, «nostrat». No, por favor. Con los nacionalistas ni monarquía ni república. Además, ¿qué garantía sería una república catalana cuyo primer “alumbramiento” fue, recordemos, una Ley de Referéndum que atentó contra los principios más elementales de la democracia?

¿Va a volver Juan Carlos I por Navidad como al parecer desea? Pues al parecer era el plan, que se ha frustrado por una nueva filtración. Y se ha frustrado porque, según se dice, parte del problema radica en su voluntad de volver a vivir en Zarzuela, donde ha residido desde 1963.

Esta falta de claridad y de transparencia que comentamos lo único que consigue es alimentar el circo mediático y dar carnaza a los detractores de la institución (que son los mismos que ahora discuten el milagroso y sanador momento que significó la Transición, el régimen que nació en el 78). Esos fondos no declarados facilitados por el financiero mexicano Allen Sanginés-Krause han sido una sombra más en una trayectoria de la que ahora sólo se manifiestan las sombras, cuando muchos sabemos que importan más todas aquellas luces.

No parece un buen momento para su regreso a Madrid. Ni el Gobierno por un lado ni Don Felipe con sus serias razones están dispuestos a que esto suceda. Tendrá que pedir los turrones por Amazon (aunque ignoro si opera en Emiratos) y esperar lo que decida su hijo. Hasta ahora ni siquiera se ha presentado una querella, y todo lo que hay es mucho ruido por parte de quienes en su día se indignaron con las exigencias de verdad con los trapicheos de Monedero y sus fastuosos ingresos no declarados. Hay quien ha querido recordar que «los paralelismos con el linchamiento mediático al que fue sometido su abuelo Alfonso XIII durante años hasta 1931 deberían hacernos pensar a todos». Quizá exageramos.

Entre unos y otros, el tema está que arde. Y el primero que debería poner en orden su desván es el propio Rey Juan Carlos. Nos lo debe a quienes damos la cara por la monarquía española. Sobre todo, en Cataluña.

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