El retorno de lo reprimido

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Aviso al lector de que me voy a elevar un poquito. Si no puede seguirme, no se desmorone, seguro que es culpa mía por tener una falta de filosofía. He titulado esta columna con una frase que recoge un concepto del psicoanálisis de Sigmundo. La ley biológica externa  que se autoproclama como un reinado -corona-virus- opera interponiéndonos unas líneas de actuación limitadas. Esta represión a la que estamos obligados se normaliza en el gran orden objetivo de las cosas, que recompensa más o menos adecuadamente a los individuos sometidos (seguridad) y, al hacerlo, reproduce más a o menos adecuadamente a la sociedad en su conjunto (“nueva normalidad”).

A pesar de la aceptación, las restricciones impuestas están creando una fuerza internalizada. La autoridad social impuesta es absorbida por la conciencia y por el inconsciente para actuar de acuerdo a los deseos que se van forjando. El principio del placer está olvidando su exigencia de una gratificación fuera de tiempo reforzado por el miedo a la muerte, que es la melodía de fondo desde hace un año. La sociedad acata medianamente las nuevas normas, pero las restricciones van ejercitando una influencia seductora, que sabe que si se salva de este estrangulamiento saldrá ahí fuera más perversa y fantasiosa que antes.

Se reconocen y acatan las represiones, pero se van guardando. La imagen de la liberación va creciendo, una energía imaginaria que tiene retranca, que no se evapora ni descarta elementos explosivos. ¡Cuántas historias de amor murieron, siendo apenas un enjambre de ilusiones, aquel 15 de marzo! Otras se han mantenido, aunque con una movilización total hacia el retorno de lo reprimido. La imagen de la liberación la vimos a los 99 días del primer confinamiento, pero fue un espejismo. El bicho asesino siguió jugando con ilusiones que se desvanecen tan rápido como crece el síndrome de abstinencia.

El virus sigue sin estar satisfecho. Debe seguir sintiéndose rechazado y se reinventa en nuevas cepas, a ver si así nos consigue destruir del todo. La agresión es introyectada otra vez: no es la supresión, sino lo suprimido lo culpable. La agresividad vuelta contra el ego amenaza con llegar a ser insensible. La juventud estallará ante tanta represión, envolviendo todas las esferas de la vida en todo el mundo. Me temo una regresión a niveles históricos, sin sublimación ni expediciones punitivas, todos a una, el animal racional haciendo de las suyas. El confinamiento y las ganas de todo lo que ha privado se están entrelazando en un proceso de reactivación de personalidades reprimidas que encaran el futuro como a un adversario. Eros se va imponiendo.

Será tragicómico el regreso a la perdida libertad de movimiento. Propongo un brindis por esas historias del amor que el virus se llevó por delante. La conquista gradual de la escasez será la superación de tantas restricciones irracionales. Esta dominación del hombre por parte de la naturaleza está tomando una magnitud que requiere un considerable grado del control represivo sobre los instintos. Estas restricciones instintivas se saldarán con una revuelta entre los oprimidos. Sucederá entonces un motivo para imponer regulaciones todavía más restrictivas por parte de los grupos que no hayan sido limitados. Ocurre que en este caso el mundo estero está reprimido bajo el mismo instinto de la muerte. Todo ello marcado por el principio de la realidad.

La salida de este angosto túnel será epopéyica. Les recuerdo que estamos en época de Carnaval, una evasión más sin cumplir, otra cruz negra que tragar.  Toda crítica sistemática es negativa, pero todo latigazo oportuno es alentador. Cuando no el látigo, el espejo. Aquí habrá que vengarse del látigo, del espejo y de la jeringuilla. Sólo espero estar viva para no perdérmelo.

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