¿Recuperaremos la degradación institucional?

Opinión Andrés Sánchez Magro
Opinión Andrés Sánchez Magro

Alguno dirá que soy catastrofista pero nuestras instituciones y su prestigio no gozan del mejor momento. Seguramente porque nos falta un auténtico sentido de Estado que ponga por encima del debate y la ciénaga partidista, muchas instituciones viven momentos críticos pues no deberían estar ni sujetas al mercadeo ni a la utilización según el turno político.

Cuando uno escucha a la buena gente y política que es Magdalena Valerio, actual presidenta del Consejo de Estado, cargo para que por otra parte no parecía estar muy preparada en cuanto ha sido siempre destino de juristas de muchísimo prestigio, excusándose y argumentando que al máximo órgano consultivo del gobierno se le piden los informes reglamentarios, tiene todo el aire de cortina de humo. Aunque en este caso también estuviera acompañada y avalada por quien fuera también presidente, este sí jurista de gran prestigio, como es Fernando Ledesma. La vía, por otra parte legal, de acudir a la proposición de ley del grupo parlamentario para eludir algunos informes del proyecto de ley, no deja de ser una muestra más de que aquí solo importa el minuto y resultado.

Del Consejo General del Poder Judicial ya ni hablamos, de la Fiscalía que evidentemente depende ya sin ningún tipo de ambages del Gobierno tampoco merece incidir, pero qué pasa con el Defensor del pueblo, cada vez más apagado, un Tribunal de Cuentas desaparecido en combate salvo cuando hay una refriega a cuenta catalana, o toda la maquinaria que un Estado en su arquitectura debe proteger por encima de vaivenes políticos. Seguramente el sistema de selección de las altas magistraturas hoy no sea el mejor, en cuanto domina necesariamente la opción más que ideológica directamente partidista, caso del controvertido nombramiento de la anterior Fiscal General del Estado, Magistrados del Tribunal Constitucional nombrados por el turno del gobierno, al que han pertenecido precisamente, y del que salieron no hace mucho, o una cascada de hatajos en el filo de la norma para llegar al fin último de la política.

Nadie puede cuestionar la legitimidad de quien tiene la representación de la soberanía mediante las elecciones y la formación de un gobierno. Pero sí que poco a poco vaya descosiéndose la credibilidad institucional. El propio Parlamento, que iba a ser el centro de la vida política, no deja de ser el gallinero de los miércoles, pero luego los grandes debates, incluidos los legales están fuera de aquel. Recuperar cuanto antes, con este Gobierno, o con los que vengan, la fibra del sistema es esencial para que por encima de las contingencias la gente, eso que tanto se le llena la boca muchos cuando se la cita, recupere la fe y la convicción en nuestro sistema democrático.

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