Un rato con Leopoldo y Lilian
Cuando uno vive en el Occidente libre piensa que sus problemas son un drama irresoluble. El fin del mundo. Y más si eres un personaje más o menos público, siempre al albur de una amenaza, un intento de agresión, una calumnia o una injuria. No hay nada más grave porque, afortunadamente, periclitaron los tiempos en los que te mandaban al otro barrio por tus ideas. Sea como fuere, en España somos maestros en el masoquista arte de hiperbolizar la más nimia contrariedad. Las cosas de ese etnocentrismo que tiende a interpretar la realidad conforme a los cánones que uno vive desde niño. Que hay lúgubre vida más allá de las democracias liberales que disfrutamos en Europa desde hace 79 años y en España desde hace 47 se ve, se siente y se palpa cuando gozas de la oportunidad de pasar un rato con Leopoldo López y Lilian Tintori o con Lilian Tintori y Leopoldo López, que tanto monta, monta tanto, toda vez que el orden de los factores no altera el producto.
El Mandela venezolano y su mujer llegan a mi casa como unos ciudadanos cualquiera: en taxi, sin séquito y carentes de la más mínima escolta. Circunstancia que llama poderosamente la atención porque es el objetivo número 1 a batir por una narcotiranía, la de Nicolás Maduro, que lo mantuvo encerrado en ese penal de la muerte que es Ramo Verde durante tres años, más otros tres en arresto domiciliario, por un delito muy concreto: pensar diferente, pensar libre.
Una tiranía que a día de hoy cuenta con el sangriento deshonor de sumar ocho millones de exiliados sobre una población de 30 millones, más de 8.000 ejecuciones extrajudiciales, cientos de manifestantes asesinados y doscientos y pico presos políticos. Un descomunal historial criminal que no evita que partidos como el PSOE los relativicen, que otros como Podemos los presenten como la quintaesencia de la democracia —el que paga, manda— y que el 99% de los medios se niegue a llamarles lo que son, una dictadura. Quiero que mi hijo pequeño esté en la velada para que compruebe por voces más autorizadas que la mía que la libertad no es como un puesto de funcionario, que dura toda la vida, sino un bien moral que hay que defender como si no hubiera un mañana. Al terminar, tiene más claro aún si cabe que antes que esta batalla hay que darla por tierra, mar y aire; mañana, tarde y noche; desde el primero hasta el último de los 365 días que componen un año, todos los segundos de nuestra vida.
La tiranía chavista suma ocho millones de exiliados, más de 8.000 ejecuciones extrajudiciales y cientos de manifestantes asesinados
A Leo no lo asesinaron ni lo torturaron físicamente por el mismo motivo por el que los afrikáners del Apartheid no quitaron de en medio al superlativo Nelson Mandela que se pasó nueve veces más tiempo que él entre rejas: sus figuras son tan bestias, tan populares, que un fusilamiento o uno de esos accidentes a los que nos tienen acostumbrados los regímenes totalitarios hubieran provocado un cristo worldwide que se habría llevado por delante a Maduro en un caso y a Botha o De Klerk en otro. Lo cual no quitó para que al venezolano lo privaran de la luz del sol 12 horas diarias y para que al sudafricano lo tuvieran aislado en la isla de Robben buena parte de su vida adulta.
Las tres horas largas de charla demuestran varias cosas. Todas ellas buenas: que la oposición democrática venezolana está más viva que nunca, que goza de un nivel intelectual estratosférico que ya quisiéramos en España para los días de fiesta y que nuestros protagonistas son genética y sociológicamente unos líderes. Los que les rodeamos permanecemos boquiabiertos desde el minuto 1 hasta el 180 por el relato pero también por la mirada increíblemente limpia de Tintori, por su magnetismo, por su incuestionable carisma y por haber tomado la antorcha en los tiempos en los que el narcotirano le robó a Leo. Fue por obvia devoción personal pero también por la convicción que le insufló el letrado canandiense Irwin Cotler, el genio que había defendido treinta y tantos años antes a Nelson Mandela. El Michael Jordan de la abogacía mundial fue tajante: «Para que no se olviden de él es importante que el mundo vea que Leo tiene mujer, hijos, madre, padre, una familia que mantenga viva la llama ante la opinión pública internacional».
No es lo mismo haber estudiado en Harvard, caso de Leo, que carecer de oficio, beneficio y carrera como sucede con muchos de los que mandan en España. Salvo honrosísimas excepciones, una de ellas llamada José Luis Martínez-Almeida, el que más sacó la carrera de Derecho en 10 años y el que menos robó su tesis doctoral negro y tribunal comprado mediante. Nada que ver tampoco lo de Lilian, que aterrizó en la vida pública para mantener viva la llama de su marido encarcelado y tras una exitosa carrera en el sector privado, con lo de esos políticos profesionales made in Spain que no han hecho otra cosa de provecho que vivir de la mamandurria porque no saben hacer la O con un canuto.
López y Tintori evidencian que la oposición democrática venezolana está más viva que nunca y que goza de un nivel intelectual estratosférico
No menos sorprende el estado de forma, físico y mental, de una persona que se ha pasado seis años aislada del mundo, tres entre rejas y otros tres en la jaula de oro que primero fue su domicilio y más tarde la Embajada de España en Caracas. La reclusión no doblegó su moral ni su determinación de resucitar la democracia en Venezuela. Todo lo contrario: una vez más quedó demostrado que la cárcel constituye para los presos políticos tanto un infortunio vital como un acicate para proseguir el camino hacia el bien moral. El libro que recoge su peripecia en Ramo Verde lo puede resumir más alto pero no más claro ni mejor: Preso pero libre.
El discurso del antaño líder socialdemócrata, hoy instalado en el liberalismo tras contemplar impotente cómo la Internacional Socialista compadreaba con su carcelero, es impecable. En el fondo y en las formas. En un involuntario aviso a la oposición española, que no para de comprar la dialéctica woke para hacerse perdonar por el autócrata y sus socios comunistas e independentistas, deja meridianamente claro que el relativismo, la renuncia a los principios, es muy beneficiosa, sí, pero para el tirano. Que se lo digan o se lo cuenten a un Nicolás Maduro, que salvó el pellejo, el poder y el fortunón acumulado gracias a la torpeza tontaina y complaciente de una oposición que pensaba que con paños calientes se le podía botar. Que se puede convencer a un sátrapa de que se vaya por donde vino. Su antaño aliado Henrique Capriles sabe de qué hablo: ganó las elecciones y aceptó, sin tan siquiera echar pacíficamente a la ciudadanía a la calle, que el dictador se quedase con una Presidencia que le había correspondido a él.
Muchos de los que tomaron el testigo del pardillo Capriles, con encomiables excepciones como la del ahora exiliado Juan Guaidó, han optado por la misma estúpida táctica: dialogar con la dictadura cuando de toda la vida de Dios está claro que con esta chusma lo único que hay que hablar es cuándo se va y cómo paga sus crímenes. La negociación con una tiranía es siempre un acto inmoral, que se transforma en infinitamente indecente cuando, como sucede en el caso que nos ocupa, se dedica al tráfico de drogas, a expoliar y vender urbi et orbi el oro venezolano, a saquear el petróleo de la mayor reserva mundial y a lavar el dinero con criptomonedas o en cuentas offshore del Caribe —el paraíso de Turks and Caicos es una de las lavadoras de estos gángsters—.
Tintori arrebata la palabra para agradecer el rol esencial jugado por Mariano Rajoy, el embajador Jesús Silva y los GEO en la liberación de su marido. No le duelen prendas tampoco a la hora de reconocer sin ambages las facilidades otorgadas por Pedro Sánchez para que su esposo pudiera ser evacuado a España tras esos infernales seis años de prisión y arresto domiciliario. El obligado cumplido se extiende a los estadounidenses y, más concretamente, a un Donald Trump que la recibió en el mismísimo Despacho Oval con surrealista anécdota incluida.
La infame reclusión en una cárcel chavista no doblegó la moral ni la determinación de López de resucitar la democracia en Venezuela
Lilian también nos enseña lo que es la dignidad de verdad. La de aquéllos a los que asiste la razón moral frente a quienes se instalaron en esa madre de todas las inmoralidades que consiste en asesinar, encarcelar y robar a tus compatriotas. Aún recuerda el encontronazo en un avión con la hija del histórico número 2 del chavismo y capo del narco en Venezuela, Diosdado Cabello. La hija del mafioso cubierta con una capucha y unos cascos para no ser reconocida, ella con la cabeza alta y el porte digno de quienes se saben en el lado correcto de la historia.
Ciento ochenta minutos de clase de democracia. DEMOCRACIA con mayúsculas, naturalmente. De ésas que sólo pueden impartir aquéllos que han defendido el Estado de Derecho con esfuerzo, sudor, lágrimas, miles de lágrimas, y hectolitros de sangre. Pese a ser un estudioso de la tragedia de la Venezuela contemporánea, no me puse en su lugar hasta escucharles de viva voz. En España te pueden matar civilmente, pueden cerrar o asfixiar económicamente tu medio de comunicación, pero el asesinato físico y la cárcel por decreto no están en la hoja de ruta. De momento.
Termino una de las más gratificantes tertulias de mi vida reconciliándome con un oficio, el de la política, denostado pero que legítimamente ejercido es el más relevante y decente que se pueda concebir en una sociedad madura. ¿Acaso existe algo más importante y honorable que arriesgar tu vida y tu libertad para garantizar la de los demás? Y convencido de que el 28 de julio la oposición democrática volverá a arrasar al asesino del Palacio de Miraflores pero con la natural duda de si esta vez aceptará el veredicto de las urnas. Lilian, Leo y sus ángeles de la guardia españoles, Javier Cremades y Arancha Calvo-Sotelo, se van y yo me quedo con las ganas de exclamar: «¡Viva Venezuela libre!». Como es la una de la mañana, y tampoco es cuestión de despertar al vecindario, me lo guardo para mis adentros.