Rajoy, con poco y reservón, los machaca

Graciano Palomo
  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

La comparecencia del ex presidente Rajoy ante la comisión parlamentaria que investiga la llamada operación Kitchen ofreció al respetable (escaso) una idea acerca de los santones de la moralidad pública (sic) que han conseguido multiplicar en progresión geométrica su nivel de vida por cien sobre la base del stajanovismo militante.

Tenía ganas el gallego de encontrarse con los que usan navaja para sacar la piel a tiras a los que no piensan como el adversario. Sí, pero en su pecado ha llevado la penitencia. Su falta, gran falta, no vislumbrar (porque para eso no estuvo nunca capacitado) la que se le venía encima y despreciar los consejos -continuos-de sus ministros y colaboradores acerca de que había que tomar medidas “políticas” y no sólo preocuparse de las cuestiones económicas, que tampoco está mal.

Rajoy, además, cometió el enorme fiasco de nombrar ministros sobre la base de la confianza personal que le inspiraban; en departamentos claves. Sobre todo, que aquella obsesión de no meterse en líos, le condujo al mayor de los líos: ser despedido con deshonor de la presidencia del Gobierno y someter a su partido a una larguísima y dolorosa travesía por el desierto.

De modo y manera que llegó a la Comisión con ganas de desquite, además, claro está, de salvar su propio pellejo que a esa hora ya estaba en almoneda. Sin “meterse en líos”, le bastó la puerilidad de los Rufián&Sicilia para machacarlos. La escasa entidad de los ‘frankenstein’ le hizo crecerse en sus silencios y su coña galaica. Punto y aparte.

El ‘ejemplo Rajoy’ -que lleva muy mal su final pese a su perfil de marmolillo-debería servir a sus jóvenes conmilitones de escuela. La diletancia ante los problemas gruesos al final no sirve para otra cosa que para fabricar más detritus. El desprecio al adversario (en este caso enemigo, a juzgar por las formas) porque no han ganado una oposición se ha quedado muy antiguo. Hoy gana y “espabiladillo”, máxime si tiene hechuras rufianescas.

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