Quo vadis? ¿A dónde vas España?

sanchismo

Ya escribimos que la degradación política además de la degradación ética y moral que ha traído Sanchez a España desde su incorporación a la primera línea de la política, ha provocado un daño que la Historia juzgará. Pero va a más cada día que pasa y en última instancia, es consecuencia de actuar como si la verdad no existiera, instalándose en una irreal postverdad. En esa irrealidad la palabra dada carece de valor, lo que hace imposible una razonable convivencia social.

Pero cuando la carencia de valor de la palabra dada es la del presidente del gobierno, el efecto se proyecta en todos los ámbitos de la sociedad provocando un deterioro general. Si además a esa patología se le añade la carencia de otros límites éticos y morales como que «el fin justifica los medios», el resultado es demoledor para una convivencia social digna de tal nombre. Y la polarización y radicalización política es una consecuencia de la degradación ética en que la ha sumido esa conducta.

Es preciso tener conciencia de que el gobierno es un auténtico Frente Popular, formado por una coalición de socialistas, comunistas y una amalgama de nacionalistas diversos con el apoyo parlamentario de formaciones separatistas y los sucesores políticos de ETA.

Pretender gobernar España apoyado en fuerzas políticas cuyo objetivo último y acreditado es irse de España , es una contradicción existencial. Es literalmente imposible vivir instalado en la contradicción y eso es aplicable tanto a una persona como a una sociedad o un país. Y esa es la situación a la que Sánchez ha llevado a España con el silencio cómplice de un PSOE convertido en mera plataforma política al servicio de lo que su cambiante opinión considere en cada momento como la más conveniente para sus intereses.

El sanchismo lleva ya seis años en el poder al que llegó impulsado por un «bloque político de la moción de censura» ahormado por Pablo Iglesias y el daño producido ya resulta evidente para cualquier observador que se acerque a analizar lo que sucede con una mínima objetividad. El insólito espectáculo de los cinco días durante los que el presidente del gobierno se ausentó de sus obligaciones para «reflexionar» acerca de su continuidad en el cargo comunicándolo mediante una «carta a la ciudadanía», es un nítido ejemplo para ilustrar la situación en la que estamos instalados. El fruto de esa reflexión – coincidente con la investigación judicial a su mujer- consistió en incorporar a la política la tesis del «lodazal, el bulo y el fango» y el control de los medios y el poder judicial como responsables de los mismos.

Ahora y tras conocerse una investigación a otro familiar suyo ya anuncia con carácter inmediato la concreción de esas medidas y escribe otra carta. En una democracia parlamentaria, ante unos hechos de estas características la respuesta debida es una explicación clara de lo sucedido en una comparecencia parlamentaria o ante los medios de comunicación, y con posibilidad de preguntar libremente los periodistas. En lugar de eso, la respuesta dada es un intento de control a la prensa y lanzando sobre la justicia una sombra de sospecha sobre su independencia y objetividad. Provocando su degradación institucional que tiene en la institución de la Fiscalía General del Estado un ejemplo paradigmático de ello poniéndola al servicio del interés del gobierno – «¿de quién depende la Fiscalía? Pues eso», de tal manera que está afectando gravemente al respeto y prestigio debido a la misma. Lo que mal empieza suele acabar mal, y lo que empezó con una moción de censura accediendo a la Moncloa con la exigua cifra de 84 diputados y apoyado en Pablo Iglesias y su bloque político, ha acabado de momento con una amnistía concedida a un político y prófugo de la justicia a cambio de permitirle seguir en el poder. Quien afirmó que no indultaría a políticos, lo hizo para poder continuar en él , e incluso eliminando del Código Penal la sedición, el delito principal por el que fueron condenados por el Tribunal Supremo. Y por si fuera poco, ahora los amnistía. Quo vadis, España con Sánchez?

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