Quieren robarnos la «experiencia»

Experiencia

¿Qué pensamos cuando hablamos de experiencia? En la mayoría de los casos, se asocia con el aprendizaje que tenemos de algo o de alguien, o de las múltiples situaciones que hemos vivido a lo largo de nuestra vida y de las cuales hemos sacado algún conocimiento.

Sin embargo, con el tiempo nos hemos ido olvidando de que la verdadera y más importante experiencia es aquella que se refiere al yo; a ese momento casi místico en el cual, por distintas circunstancias, nos interrogamos ante un mundo difícil e incompresible que nos obliga a sopesar nuestra propia existencia. Ya decía el psicólogo Carl Jung: «No es posible despertar a la conciencia sin dolor».

La experiencia del yo se refiere a todos esos momentos trascendentales en los cuales tomamos conciencia de nuestro propio ser, analizando el sentido de este mundo, y haciéndonos esas preguntas tan incómodas como ¿quién soy yo? Son esos instantes en los que comenzamos a conocernos, a tener conciencia de nosotros mismos, y a partir de ahí, a diferenciamos en medio de una colectividad. La experiencia del yo nos permite sentir y entender el mundo desde una forma única y personal, que da forma a lo que llamaríamos personalidad, alma, conciencia, ser, espíritu, etc.

Y esta palabra, tan importante para nuestra propia trascendencia, y que nos diferencia complemente de las máquinas, se ha ido instrumentalizando de tal manera que, hoy, para las personas, es más fácil relacionar el significado de «experiencia» con la compra de un detergente, que con un acto de autoconciencia.

Como ya ha sucedido con otros términos, el marketing y el coaching se han apropiado de esta palabra tan metafísica, para acompañarla de valores netamente mercantiles, como la experiencia de usuario, de cliente, de empleado, de compra, de visita, etc.

¿Cuántas encuestas has recibido durante el último mes pidiéndote que califiques tu «experiencia» con una marca, producto o servicio?

Vivimos en un mundo en el que lo digital ha permeado todos los aspectos de nuestras vidas, sin que hayamos sido conscientes de ello, por tanto ha cambiado la forma en que pensamos, sentimos y entendemos el mundo. Y es por esta inconciencia que somos incapaces de comprender lo que nos pasa. Un ejemplo de ello es la famosa globalización, que nos impulsa a vivir conectados bajo la premisa «conéctate cuando quieras, como quieras, y en donde quieras», pero desde la soledad y el aislamiento.

La verdadera consecuencia de un mundo en el que las personas han aprendido a conectarse y desconectarse de los otros, como si de cambiar de ropa se tratase, es que hemos perdido la experiencia del otro, tan importante en la formación de nuestro propio ser.

Lo que no hemos sido capaces de ver es que, cada vez que tratamos de sentir la experiencia de nuestro yo, siempre habrá una aplicación, un juego, un bulo o una red que está dispuesta a robarnos la atención, para que cada vez nos alejemos más de nosotros mismos y sigamos consumiendo contenidos que terminan por uniformizar el pensamiento, en relación con los cánones que se imponen en internet.

Y cuanto más nos alejemos de nuestra experiencia del yo, o más bien, sigamos permitiendo que las máquinas lo hagan, éstas mismas adquirirán más poder frente a nosotros, porque cuanto más tiempo estemos conectados, más nos conocerán a través de los datos que generamos durante la conexión. Y de allí su interés en que sigamos conectados. Hoy Facebook sabe más de ti, que tú mismo.

Siento que vivimos una especie de síndrome de Estocolmo con el internet, y que la única forma de librarnos del opresor es desconectándonos, o teniendo una conexión consiente.

Y tú, ¿estarías dispuesto a desconectarte de internet?

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