Periplo otoñal de un escapista: Bombay, Bakú, Río y Sevilla
Cuando el Tribunal Supremo encausa al fiscal general del Estado o los correspondientes Juzgados procesan a Begoña Gómez y al hermano de Pedro Sánchez, estamos ante una persecución judicial. Cuando los senadores o los parlamentarios de la Asamblea de Madrid requieren la comparecencia de varios ministros, de la presidenta del Congreso o de la propia Begoña estamos ante una persecución política. Cuando algunos periódicos y medios de comunicación denuncian la relación de Pedro Sánchez y todo el entorno de Moncloa con los graves casos de corrupción amalgamados alrededor del exvicepresidente Ábalos estamos ante una persecución mediática.
Con tanta persecución el sanchismo protagoniza una nueva versión de El Fugitivo en la que Sánchez encarna el papel de un doctor Richard Kimble injustamente acusado de diversas atrocidades por «falaces» evidencias que insisten en hacer parecer las cosas distintas de lo que él cree que son. Por eso, hasta que «la verdad ponga las cosas en su sitio»(Begoña dixit), el presidente no se bajará del Falcon e irá empalmando viajes a cualquier lugar en el que haya un progre organizando un bolo. La semana anterior le tocaba hacia el oriente y se presentó en Bakú para advertirnos de que el cambio climático mata. Es una lástima que este iluminado no llegara a tiempo de avisar a los que murieron en el tsunami del Índico, en el terremoto de San Francisco, en el maremoto de Lisboa, en Pompeya por la erupción del Vesubio o en el diluvio universal del Génesis. Aunque nos hubiéramos conformado con que avisara con antelación suficiente para limpiar y encauzar la rambla del Poyo.
Y esta semana el viaje es a occidente, y aparece como «also starring» en la reunión del G-20 en Río de Janeiro, que, con Lula y Biden, es una mezcla entre un viaje del Imserso, una convención de la Iglesia evangélica y una asamblea del 15-M con cachaça, tangas y relojes Rolex, a la que los asistentes llegan en jets privados en vez de en la línea 1 del Metro. Es una geringonça tan amorfa y heterogénea que será un éxito si se ponen de acuerdo en acordar por donde sale el sol o hacia donde mira el Corcovado.
Para la semana próxima va a aprovechar que el Falcon tiene que pasar la revisión de las 1000 cumbres para pasarse por el Congreso el día 27 a interpretar una nueva versión del hit «si necesitan algo que me lo pidan». Eso sí rapidito, que hay que bajarse a Sevilla al Congreso del PSOE; pero vamos… feliz, que ahí sí que le van a aplaudir con ganas.
Porque en Sevilla todos van a la exaltación del líder y a la consagración del sanchismo, lo que trae de mano la demonización de la oposición y la total ausencia de autocrítica. Lo primero en lo que van a ponerse de acuerdo es en defender la teoría de la persecución; entre el rebujito y el jamón del bueno ni una palabra de malversación o de tráfico de influencias. Después, todos insistirán en sacudir al PP: por su incompetencia criminal en Valencia o por su antipatriotismo en Bruselas, leña a Feijóo al modo Topuria, con las manos, con los pies, en el suelo…
Con ese preámbulo, la ponencia política y la cohesión del partido alrededor del sanchismo (que era el asunto mollar que motivó el evento) se solventará con un par de párrafos en un sello de correos. En definitiva, todos comprarán el modelo sanchista del federalismo asimétrico y variable; eso sí, con la autorización implícita para hacerse el indignadito con las desigualdades territoriales que el régimen genera como un daño colateral.
Esa es la gran novedad que se va a introducir en el funcionamiento territorial del partido; se va a generalizar el modelo Emiliano García-Page, que se ha manifestado utilísimo para el líder castellano-manchego. El sistema funcionará así: ante los innegables agravios que el sanchismo genera en todas las comunidades respecto de Cataluña y el País Vasco, los dirigentes socialistas estarán autorizados al desahogo verbal y a encabezar movimientos de (autocontrolada) protesta; ahora bien, sin que se produzca ninguna deserción cuando haya que votar, cuando de verdad las papas quemen. En definitiva, ni una buena palabra ni una mala obra, y el éxito quedará supeditado al grado de cinismo del barón socialista y al grado de tragaderas del paisanaje.
Al final de los aplausos, Sánchez habrá dejado preparada la purga local de quien no haya entendido el mensaje, y antes de volver a subir la escalerilla del Falcon les dirá a sus camaradas lo de «si me queréis algo irse a su puñetera casa».
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