¿Por qué es importante derrotar la inmersión? Por Margarit y tantos otros
Es importante derrotar la inmersión porque es un vehículo de penetración del separatismo. Tal cual. Si me hubiera oído a mí misma decir esto hace 20 años hubiera pensado que me había intoxicado con algo. Mi lengua materna es el catalán y es además mi lengua familiar. Hace 20 años estaba convencida de que el objetivo de la inmersión era que tanto los niños catalanohablantes como los castellanohablantes acabasen sus estudios con un buen conocimiento de ambas. Nunca reflexioné sobre si era normal que en un lugar de España un escolar no pudiera estudiar en español si así lo preferían él o sus padres. En todo caso me parecía una exageración montar mucho jaleo con esto. Durante años fui consciente de su fragilidad de lengua minoritaria y que todo era poco para protegerla.
Pero ese “poco” era un “poco” dentro de la ley y del respeto por los derechos de los demás. No los extremos a los que les han dejado llegar. Y, después del otoño del 2017, no tengo duda de que ya no hablamos más de la lengua. Se trata de otra cosa. Lo que menos les importa a sus fanáticos defensores es el catalán mismo. Lo que quieren es un ámbito donde parezca que no se vive en España. No es tanto que el catalán no se pierda como que se pierda el castellano. Que esto sea una fantasía sin esperanza es lo de menos. Está la mala intención, la necesidad de seguir con su enemigo ancestral a costa de la mitad de la ciudadanía.
No, el catalán no les importa. Lo que les importa es salirse con la suya, demostrar que esta tierra es suya. Nada más. Si les importara, se preocuparían de que la gente no tuviera recelos sobre la doble intención de quienes controlan Educación en Cataluña. El temor a que detrás de esas bonitas campañas y de toda esa victimización de las lenguas minoritarias se oculte el afán de metérsela doblada a quién no está dispuesto a ser un ciudadano de segunda.
Para que a una catalana como yo ya le dé grima su lengua tienen que haberse pasado varios pueblos y toda una autonomía. Precisamente lo que han hecho. Como esos que están rabiosos por la (demasiado discreta) entrega del premio Cervantes a Joan Margarit, del que han dicho cosas terribles por aceptarlo. Esos capaces de decir de su poesía que “Está escrita en una lengua de campo de exterminio, de miseria servil, acomplejada, apaleada, asustada, siempre aproximada y subordinada a la matriz española, al modelo castellano, imperial”. O que “Es la lengua viva del preso, precipitada, del catalán corrompido por tanta riqueza como nos aporta el castellano en las grandes ciudades”.
Si eso es amar la lengua y la cultura catalanas, quizá ya no valga la pena seguir con esta farsa. Si para ello hay que ser un miserable como el autor de esas palabras, mejor lo dejamos correr. Si la lengua se utiliza como un vehículo para el odio y la separación, muchos catalanes ya no la queremos. Los pocos que creen que de verdad así la defienden, en realidad provocan su abandono, el desapego del corazón.
Y las calles se llenaron de ciudadanos este domingo contra el blindaje de la inmersión que significa la Ley Celaá. Una Ley que se da de bruces contra la sentencia histórica del TSJC que hace obligatorio para todas las escuelas ese miserable 25% de castellano. 400 vehículos partieron de la Plaza de España y recorrieron el Paralelo. Con la ausencia de un PSC que pedía no hace mucho “flexibilidad” y hoy dice cualquier cosa que contente a ERC.