Pujol, el padre del proceso
La Vanguardia informaba el pasado viernes que la Audiencia Nacional había fijado finalmente la fecha para el juicio de la familia Pujol. Eran tres columnitas en la última página de la sección de Política. La vista oral en cuestión tendrá lugar, como mínimo, dentro de un año. Entre noviembre del 2025 y abril del 2026. Todavía falta mucho. Por razones de edad, quizá Jordi Pujol no lo vea. Y, en el caso, de que hubiere sentencia condenatoria, dudo mucho de que entre en la cárcel. Ahora tiene 94 años.
Casualidad o no, el mismo diario publicaba dos días después tres páginas también con el expresidente de protagonista. Parecía casi un homenaje. Se han prodigado las operaciones de blanqueo en los últimos años.
Era una conversación distendida entre él, su delfín Artur Mas y su consejero durante 12 años, primero de Sanidad, luego de Presidencia, Xavier Trias.
El tema, como se pueden imaginar, no era el juicio, sino los 50 años de la fundación de Convergencia. El partido que se fundó en el monasterio de Montserrat precisamente el 17 de noviembre de 1974.
Ya puestos, más que una conmemoración, podían haber celebrado un funeral en diferido. En efecto, CDC -que fue hegemónica en los 80 y los 90- ya no existe. A pesar de que entre 2010 y 2012 alcanzó el cénit de su poder: Mas gobernaba en la Generalitat con 62 diputados. Trias había llegado a alcalde de Barcelona tras las municipales del 2011. Y Duran había conseguido 17 diputados en Madrid en noviembre de ese mismo año. Además, mandaban por primera vez las cuatro diputaciones catalanas. Solos o con Esquerra. Lo nunca visto. Ya no queda nada.
Convergencia sucumbió por la corrupción -el caso Palau o el citado caso Pujol- y también por el proceso. Personalmente, nunca supe por qué Pujol se hizo independentista. Recuerdo que Luis María Anson lo nombró el 20 de mayo de 1984 Español del Año. Creo que el entonces todopoderoso director de Abc lo hizo porque era el único que ganaba a los socialistas. Pero Pujol aceptó el galardón.
En efecto, el 29 de abril de 1984 se habían celebrado las segundas elecciones autonómicas y el líder de CiU consiguió la primera de sus tres mayorías absolutas. La mayoría del PSOE -la famosa foto del Palace con Felipe y Guerra- había sido dos años antes: en 1982.
Pero, insisto, no sé por qué Pujol se apuntó al proceso. Sospecho que fue para salvar a sus hijos. Siempre tuvo remordimientos de haber sido un mal padre. Haberse dedicado más a la Generalitat que a la familia. Ni los fines de semana descansaba. Hacía las famosas visitas a comarcas. El secreto de su éxito electoral durante tantos años.
El entonces ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, reveló por ejemplo en el 2014 en el Congreso que la Agencia Tributaria había empezado a investigar a los Pujol en el 2000.
de que no se había visto investigación tan lenta, el presidente debió pensar: «¿Ah sí? Pues ahora os vais a enterar». Al fin y al cabo, Pujol es uno de los padres del proceso. Mas prendió el fuego, pero Pujol puso el combustible.
Sin obviar tampoco a Pasqual Maragall, que iba desesperado por alcanzar la presidencia de la Generalitat después de que, en 1999, se quedara a las puertas. Aunque de eso podemos hablar otro día.
Lo digo no solo por el famoso Plan 2.000 -el de la recatalanización de Cataluña- sino también porque pudo haber frenado el mencionado proceso y no lo hizo.Tenía la autoridad moral para hacerlo o para haber advertido al menos de sus riesgos. Y no lo hizo. El colega de estas mismas páginas de opinión, Jorge Fernández, se fue a verlo a su despacho en el Paseo de Gracia en el 2013. Pujol y él se conocían desde hace años. La prueba es que es de las pocas personas a las Pujol que tutea. Jorge Fernández, aparte de haber vivido en Barcelona desde los tres años, fue en su época el gobernador civil más joven de España.
El 23-F le pilló en Asturias y el presidente de la Generalitat le llamó para interesarse por la situación. Ya entonces le dejó claro que era catalanista pero no «separatista». El que fuera ministro del Interior (2011-2016) pensó en aprovechar esta relación personal con el visto bueno de Mariano Rajoy. El Parlament había aprobado en el 2013 la Declaración de Soberanía, que ponía en marcha oficialmente el proceso, por exigencias de la CUP.
«Presidente, le dijo, usted sabe que esto no tiene salida», le dijo en un encuentro informal antes de la Diada de ese año. «Yo no soy catalanista, pero quiero a Cataluña», añadió Jorge Fernández.
Pujol se hizo el longui. De hecho, al salir, le regaló el libro que marcaba su giro independentista. El caminant davant del congost. (El caminante ante el desfiladero), en su versión en castellano. Con el ruego de que, si no tenía tiempo de leerlo entero, leyera al menos el prólogo.
El ex presidente, en la entrevista de La Vanguardia, aseguró el otro día que Cataluña «corre peligro». Es lo mismo que decía en su obra más importante, publicada en los años 60 tras salir de prisión. Yo me la leí de jovencito porque entonces era pujolista. Decía más o menos lo mismo, que Cataluña estaba en peligro.
Es curioso, sin embargo, de que Jordi Pujol haya contribuido a ello. El proceso, como saben, ha arrasado con todo: una clase dirigente, la imagen de las instituciones catalanes, la credibilidad de TV3, la neutralidad de la función pública -¡esos lazos amarillos en edificios públicos-, la eficacia de los Mossos e incluso el nivel de la escuela catalana, que sale al final de todo en los informes de Pisa. De todo, Pujol es uno de los máximos responsables. Podía haber actuado y no lo hizo.