El PSOE compra el relato de Herri Batasuna
Cualquier persona decente preferiría fregar escaleras antes de pisar un plató o un escaño a costa de llamar “fascista” a José Antonio Ortega Lara. A costa de llamárselo o a costa de tolerarlo. Sin ambages: todos ellos son culpables de procurarle la muerte civil junto a todos los que nos representan para vivir de las lisonjas de esas industrias. Las que provocan la náusea física, cada vez que un presentador o tertuliana hiperhormonada le llama “ultraderechista” antes de dar paso en la escaleta a Gonzalo Boye, aquel gordo infame del terror que ascendió a abogado de un golpista fugado décadas después de secuestrar a Emiliano Revilla. A todos esos sinvergüenzas que el lunes menospreciaron a Ortega Lara y defendieron la tesis de “la provocación y la crispación de las tres derechas” frente a la horda etarra en Alsasua, los batasunos también les hubieran partido la cara por tratar de hacer su trabajo en aquella plaza.
Por eso, ninguno se metió el pasado domingo entre aquella piara de paletos tribales fabricados en las ikastolas del PSN y de Uxue Barcos, que gritaba a la Guardia Civil y a Ortega Lara “hijos de puta, nazis” y “terroristas”. El lunes siguiente al acto era hilarante ver a los rutilantes analistas laicos aparcando su odio anticlerical un rato para no hablar de la Iglesia vasca de Setién. Aquel obispo que, en lugar de bajar al infierno tras sus exequias, debió meterse en el campanario navarro para tañer las campanas que el domingo silenciaron a las víctimas de ETA y que avisaron a los padres de una de las mujeres apaleadas en el puto bar Koxka, y que aún viven en Alsasua, que era hora de volver a bajar las persianas de su casa. Con la intención de levantarlas se había desplazado, desde Burgos hasta el perímetro de su secuestro, Ortega Lara.
También para trazar la línea de la decencia junto al resto de las víctimas, Ciudadanos, el PP, y VOX. Todos menos el PSOE que, representado por Marlaska, el portavoz del PSOE en el Senado, Ander Gil, RTVE, EFE, el ministro de Fomento Ábalos, y María Chivite, la secretaria general del PSN firmaron en el bando del Carnicero de Mondragón, el asesino de niños y embarazadas que una vez se eusko-cagó encima al ser detenido por la Guardia Civil. Ciudadanos y PP aseguraron que era la primera vez que el PSOE había cruzado aquella línea, aunque el PSOE la sobrepasó 15 años antes. Desde el 3 de noviembre de 2003 cuando, tras firmarse el tripartito de PSC, ERC, ICV en Cataluña, los socialistas aspiran a reeditarlo en el País Vasco y Navarra. Para lograrlo compraron el relato etarra. Y llamaron a la estrategia y a la revitalización ideológica de la ETA “nuevos tiempos”.
Un mojón poético para que pareciera menos sucio y bastardo. El diseño retórico le correspondió a Jonan Fernández, ex portavoz de Herri Batasuna en Tolosa, que aplaudió los tres asesinatos que costaron el trazado de Leizarán y que hoy vive del dinero público como secretario general de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco. La dirección socialista delegó el trajín de la pomposidad de la paz a cambio de votos en manos de Jesús Eguiguren, entonces presidente del PSE-EE que describió a Josu Ternera como “un hombre castigado por la política». Y, tras ello, los socialistas consumaron la batasunización de Navarra gracias a su concubinato con BILDU para forzar la dimisión de Barcina en 2014. Lo que los medios compraron a partir del lunes siguiente al acto fue el relato de Fernández y otros como él, que siempre negaron a las víctimas su derecho a salir a la calle cuando las mataban para exigir la aplicación de la ley. Entonces, como el pasado domingo, también eran apedreadas.