La primavera de las mascarillas

Hace ahora 52 años que la antigua Checoslovaquia vivió un intento de liberalización frente al dominio soviético y que se conoce como la Primavera de Praga. Las protestas callejeras y la resistencia frente al intento de Moscú de imponer su inmovilismo sirvieron de inspiración para los acontecimientos posteriores y que tuvieron en Mayo del 68 su gran exponente. Mientras que los militares de la URSS creyeron en enero de aquel año que en cuatro días podrían restituir la normalidad al país, la resistencia se dilató durante ocho meses. La aperturista Primavera de Praga, que tuvo testigos excepcionales como el del escritor español Miguel Delibes que le dedicó un amplio reportaje en la revista Triunfo, se convirtió en un ejemplo de manifestación pacífica frente al comunismo nacida en el descontento de la sociedad civil y que tuvo su consumación en la Revolución de Terciopelo veinte años después. Aquella Primavera de Praga ha servido para bautizar la Primavera de las Mascarillas aquí en España.

Las protestas eclosionadas hace diez días en España con el levantamiento ciudadano contra un gobierno en manos de socialistas y comunistas son la reacción al sacrificio de derechos y libertades impuesto por Sánchez e Iglesias que pensaron iba a salir gratis. Si bien es cierto que en otros lugares de Europa y de América ha habido protestas contra el confinamiento puntual decretado por las autoridades, los españoles que salen a manifestar su descontento lo hacen porque son conscientes de que el estado de alarma ha sido un instrumento para imponer un estado de abuso sobre la sociedad española por parte del PSOE y Podemos. Las caceroladas y las protestas son la válvula de escape de una ciudadanía descontenta con el retroceso democrático vivido en España en los últimos dos meses. Aquí empezamos por la restricción de movimientos que fue impuesta hace ya más de dos meses -mostrando una plena desconfianza en la ciudadanía-, fue seguida por la limitación a la libertad económica, la censura a los medios de comunicación y al derecho a la información de los ciudadanos. No tiene sentido que mientras buena parte de los españoles se encuentra en fase II del desconfinamiento con todo lo que ello implica en la vida cotidiana, el presidente del Gobierno siga instalado en la fase 0 en sus relaciones con los medios de comunicación. 

No se puede pasar por alto que Pedro Sánchez es el único presidente del mundo occidental que sigue sin atender directamente a los medios de comunicación, que no admite ser repreguntado por los periodistas ante su habitual estilo de eludir ciertas cuestiones. El presidente de los EEUU, Donald Trump, tendrá todas las excentricidades inimaginables, pero comparece constantemente allí donde se encuentre a su cita habitual con los medios de comunicación, cara a cara, sin comisarios de propaganda que le filtren las preguntas y los periodistas que no han encontrado respuesta a su pregunta, pueden volver a cuestionar hasta que se cansen o agoten a Trump. Además, Sánchez e Iglesias han establecido un ridículo sistema de sorteo, aceptado inexplicablemente por los colectivos periodísticos, a través del cual sólo unos pocos medios pueden preguntar. Casualidad o no siempre hay mayoría de medios acríticos a la hora de preguntar.

En esta última semana de mayo España es el único país de Europa occidental que mantiene el estado de alarma sobre el conjunto de su población. Por mucho que se empeñe el Gobierno en blanquear esta figura excepcional, el uso de la misma es la demostración de una desconfianza ciega a la ciudadanía y su habitual comportamiento cívico y responsable. Frente al intento de confinar a la población, la oposición popular y su fraternización con las protestas que se producen en otras ciudades va a ser cada vez mayor. Una ciudadanía que ha convertido en su himno la canción “Libre” de Nino Bravo dedicada a la primera víctima que murió en su intento de cruzar el muro de Berlín. Una señal de que la ciudadanía se confinó, pero no se entregó.