Postureo democrático y octubre del 34

Postureo democrático y octubre del 34

«Si hubiera una nación de dioses, éstos se gobernarían democráticamente; pero un gobierno tan perfecto no es adecuado para los hombres», decía Jean Jacques Rosseau. Y, más o menos, esa es la idea que tiene gran parte de la izquierda: divinizar la democracia pero desecharla cuando deriva en unos resultados insatisfactorios —para ella—. Asuntos tan dispares como la victoria del Brexit, la mayoría absoluta de Feijóo en Galicia, el rechazo de los suizos a tener una renta básica o el reciente ‘no’ de los colombianos a que los narcoterroristas de las FARC salgan impunes de sus actos criminales dan fe de ello.

El postureo democrático tras el que esa izquierda esconde su vena autoritaria se desvanece cuando la voluntad ciudadana no se ajusta a la lucha de clases, a la revolución obrera o a otros conceptos varios, más propios del siglo XIX que de sociedades avanzadas del mundo occidental como la nuestra, duodécima potencia económica del planeta y referente mundial en la defensa de las libertades civiles, como por ejemplo los derechos de los homosexuales. Sin embargo, cuando la democracia se aleja de esos conceptos decimonónicos, los ciudadanos dejan de ser «la gente» y pasan a ser «fascistas». Este sábado, los podemitas rodearán el Congreso de los Diputados porque, como rezan sus axiomas populistas, los ciudadanos no saben votar.

Hace 82 años del intento de golpe de Estado contra la II República alentado por el PSOE de Largo Caballero, la CNT y el Partido Comunista al que la izquierda denomina ‘Revolución de 1934’. Algunos la señalan como “la última revolución obrera de Europa”, pero fue una sublevación tan despreciable como la que el bando nacional perpetró años después. La única diferencia fue que los segundos sí vencieron. “Tenemos que recorrer un período de transición hasta el socialismo integral, y ese período es la dictadura del proletariado. ¡Templad el ánimo para la batalla!”, aseguraba el por aquel entonces líder del PSOE. Y “la batalla” se saldó con más de 1.400 muertos, según las cifras más conservadoras. Asturias sufrió la peor parte. Incluso se llegó a volar con dinamita la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo y a incendiar tanto la Audiencia Territorial como la propia Universidad. Todo un acto de devoción por la democracia.

Lo de octubre del 34 ni fue una revolución ni mucho menos una huelga, sino una guerra civil orquestada con el objetivo de instaurar una dictadura al más puro estilo soviético en nuestro país. Y todo justificado por la entrada de tres ministros de la CEDA (derecha católica) en el Gobierno de Alejandro Lerroux (Partido Republicano Radical). Tanto aquellos actos como los más recientes arriba citados desenmascaran a los que piden democracia participativa mientras rechazan y desprecian referéndums con resultados contrarios a sus pretensiones o ensalzan a dictadores nonagenarios.

No obstante, la izquierda tiene referentes a los que acudir. Uno de ellos es el intachable comportamiento democrático que tuvo el Partido Comunista durante la Transición, que supo entender el punto de inflexión en el que se encontraba España y actuar por el bien de la sociedad. Entre otras cosas, la responsabilidad con la que actuó el PCE tras la matanza de Atocha fue clave para mantener la estabilidad en un momento en el que la democracia aún se encontraba en pañales, y bueno es recordarlo. Lo preocupante es que ese talante democrático, que debería ser la línea a seguir, cada vez es menos frecuente en nuestros días y prácticamente cualquier veredicto ciudadano contrario a la doctrina marxista se pone en entredicho. Democracia, sí, ¿pero sólo cuándo ellos quieren?

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