La política económica actual perjudica a los jóvenes

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Desde hace años, nos encontramos con dos problemas que hace que los jóvenes españoles no puedan tener la posibilidad de emanciparse antes y de la elevada tasa de paro de dicho segmento poblacional. El primer problema es la falta de suelo, no porque no haya, sino porque no se liberaliza. Así, queda restringida la oferta y suben los precios. Si le sumamos una demanda creciente, por aumento de población, los precios vuelven a presionar hacia arriba. Si le añadimos la política intervencionista que limita alquileres, que no da seguridad jurídica contra la ocupación de viviendas, y que trata de introducir precios máximos en el mercado, la oferta baja todavía más y el precio sube.

El segundo problema, que es gravísimo, es que hace alrededor de veinte años, quizás alguno más, que a los jóvenes españoles se les introdujo en una burbuja de fantasía, donde se les venía decir, a través de las múltiples series de televisión y de los cambios sociales en muchos comportamientos, que todo lo tenían al alcance de la mano y que tampoco iban a tener que trabajar mucho para lograrlo. Les introdujeron en sus cabezas la idea de que la vida está para disfrutarla, pero que para lograrlo no hacía falta trabajar mucho, sino viajar cada fin de semana, cada puente, cada período de vacaciones; salir constantemente. En definitiva, vivir como si no hubiese mañana.

Esa cultura contraria al esfuerzo, al sacrificio, tuvo su mayor carga de profundidad en la relajación de la exigencia educativa, donde se podía pasar de curso en el colegio o instituto con asignaturas suspensas; donde se rebajaron los temarios; donde se impulsó una educación que tratase más de ser un juego que una disciplina de aprendizaje.

Y, ahora, todo ello, se traduce en que no están preparados ni conocen bien el espíritu de sacrificio, no porque valgan menos, ya que muchos de ellos seguro que podrían destacar enormemente, sino porque, pese a que se repita que son la generación mejor preparada, no es verdad: su preparación es escasa académicamente, porque el nivel se relajó mucho, y su capacidad de sufrimiento y de esforzarse está limitada, porque durante muchos años la sociedad les ha bombardeado con un mensaje en sentido contrario. El informe PISA no deja lugar a dudas sobre el deterioro de la calidad educativa: el relativo a 2022, último disponible, establece que respecto a 2015 los alumnos españoles han bajado 15 puntos en matemáticas, 22 en lengua y ocho en ciencias.

Si unimos la contraproducente intervención en el mercado y la burbuja irreal, de fantasía, que ha hecho tanto mal en la capacidad de las generaciones jóvenes, el cóctel es explosivo, que es fuente de frustraciones, que limita la vida de los jóvenes.

Tiene remedio, pero, para ello, los jóvenes tienen que mirarse en el espejo de sus padres y abuelos: no han tenido nada regalado, sino que, poco a poco, gracias a trabajar mucho, muchísimo, fueron formando familias a las que cada vez pudieron dar un mejor nivel de vida. No nacieron con todo su patrimonio formado, como norma general, sino que fueron progresando gracias a su esfuerzo, a su espíritu de sacrificio, a su incansable trabajo. Sus padres y abuelos no viajaban constantemente, y primaban el ahorro frente al consumo para poder destinarlo a otros bienes, una vivienda en muchos casos.

Ahora mismo, por el contrario, los jóvenes sí quieren realizar esos otros gastos, lo cual no está ni mal ni bien, sino que es un cambio de preferencias. Sin embargo, olvidan que su restricción presupuestaria es limitada, como en todo consumidor, y que si destinan sus recursos a comprar unos bienes, no podrán adquirir otros. Y aquí se inicia su frustración, porque la sociedad les ha venido a decir durante las últimas dos décadas que pueden acceder a todo, y, por tanto, ellos quieren situarse en un punto inalcanzable para su restricción presupuestaria. Quieren una satisfacción de una curva de indiferencia -que es lo que en microeconomía nos devuelve la utilidad de una combinación de consumo- que no pueden alcanzar.

Por ello, los jóvenes pueden mejorar su situación formándose todavía más; trabajando hasta la extenuación en su profesión, para poder aprender y crecer profesionalmente; esforzándose al máximo. Pueden mejorar, asumiendo que no pueden tener todo, y que tienen que priorizar, y que para adquirir una vivienda tendrán que renunciar a muchas cosas, como coche, vacaciones, viajes o comer y cenar en restaurantes, como hicieron, en muchos casos, sus padres y abuelos. Las cosas no se regalan y ellos han tenido, en general, esa sensación durante muchos años. No es culpa suya, sino de la sociedad que los ha envuelto, pero pueden ponerle remedio si abrazan esa cultura del esfuerzo, del sacrificio y de la entrega que las políticas de Zapatero comenzaron a hacer desaparecer en España, que con Sánchez se ha intensificado, pues quiere una sociedad sometida a base de subsidios para comprar voluntades políticas. Si los jóvenes huyen de eso, conseguirán progresar y, con ellos, toda la economía española. Y, paralelamente, pedir que los políticos no interfieran en la economía y que liberalicen el suelo, para que el potencial incremento de oferta pueda hacer bajar los precios. Los jóvenes han de pedir el fin de esta política económica intervencionista, pues el intervencionismo es el único responsable de que no puedan acceder a una vivienda, porque los intervencionistas se niegan a liberalizar el suelo y, con ello, provocan que los precios sigan aumentando, por descenso de oferta y ascenso de la demanda. Los jóvenes deben clamar por otra política económica que les dé oportunidades, no que se las disminuya; deben decirlo claramente y no conformarse con esperar a recibir el subsidio de turno del político que así quiere comprar voluntades.

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