Podemos y el piolet

Podemos y el piolet

Corría el año 1940 cuando un joven comunista llamado Ramón Mercader viajó hasta Coyoacán, una de las delegaciones de la Ciudad de México, haciéndose pasar por un periodista admirador de León Trostky. Cuando el líder soviético, exiliado por su oposición al estalinismo, accedió a atenderle, Mercader entró sonriente en el despacho, y mientras observaba como Trostky bajaba la mirada para escudriñar sobre la mesa unos papeles, le dio pasaporte. Agarró un piolet, de proporciones no muy grandes, y se lo clavó en la cabeza. Cuando el líder opositor, expulsado por Stalin del Partido y de la URSS en 1929, agonizaba sobre la mesa de su escritorio, pidiendo entre balbuceos a sus guardaespaldas, que en ese momento apalizaban a Mercader, que no mataran a su asesino, «sin saber antes quién lo envía», en la otra parte del mundo no libre, alguien sonreía de satisfacción. Los dictadores siempre han preferido manchar de sangre su conciencia antes que sus manos. Uno recuerda la escena de ‘El Padrino III’ cuando el enviado de Michael Corleone asesina al capo mafioso Lucchesi clavándole sus gafas en el cuello. Los corazones oscuros del mafioso siempre han pensado que el asesinato del disidente, la muerte del discrepante, cuanto más escabrosa, mejor.

Mercader cumplió con su cometido. Apagar la respiración del único hombre que podía arrebatar el control del régimen soviético a Stalin. Todos sabían quién le enviaba. Nadie pudo demostrarlo jamás. Hasta tuvo buena prensa el asesino. Le llamaron ‘El Santo’ por su trabajo alfabetizando a los presos de la cárcel de Lecumberri. Cuentan que incluso Sara Montiel apelaba a la bondad de un hombre comprometido con sus ideales de mejorar el mundo, aunque fuera a golpe de piolet y martillo. Aquel suceso entró en la historia de los asesinatos políticos célebres.

Consustancial al ADN de todo totalitarismo es despedir al adversario en loor de multitudes para tapar el olor a podredumbre. No extraña, pues, que en Podemos hagan de cada día la metáfora del piolet perfect. El damnificado López es sólo la punta de lanza de una estrategia perfecta de descrédito y persecución al discrepante. Fue, en vísperas de Nochebuena, víctima del otro Ramón, mercader preferente de día, ejecutor de adversarios de noche. La destitución del portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid, errejonista convencido, se hizo practicando la estrategia del foco alternativo. Anunciarlo el día en el que medio país está a otra cosa, pendiente el pueblo de gordos y reintegros, como cuando el Gobierno no quiere que nos enteremos de algo que publica en el BOE. El foco alternativo se construye para dar oscuridad al mensaje oficial y real. La verdad nunca tuvo luces que la iluminaran.

El ejército de Íñigo Trotsky conoce perfectamente las prácticas de ese comunismo que ahora le está purgando, porque de sus teorías siniestras nacen sus maquiavélicas tácticas, porque presumen de ser aunque prefieran parecer. Sorprende que no sepan —la resaca del olvido es la peor de las resacas— que el primer mandamiento del comunismo es totalizar la igualdad, el «todos a una» moscovita. Sólo se escapa de discrepar quien lanza la orden. De ahí para abajo, todo el mundo es sospechoso. El castigo es el piolet del olvido, ahora transformado en hashtag de señalamiento #IñigoAsíNo.

Si supieran un poco de historia y no se centraran tanto en potenciar el significante y la hegemonía de sus conceptos de venta gramsciana, se hubieran adelantado a los piolets digitales y personales que el ejército del líder regala cada día entre su fiel tropa. No se engañe el lector. El comunismo y el piolet forman el maridaje perfecto que resume su esencia y sustancia. Hoy, los Mercader del siglo XXI van en coche oficial, se autodefinen portavoces de la gente y hablan como si la humanidad fuera su ignorante marioneta. La triste metáfora de una historia que repiten con sublime exactitud.

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