Pistolero rodeado de cadáveres

Sánchez CNI
Pistolero rodeado de cadáveres

«Me fascina cómo mata Sánchez. Su frialdad de pistolero implacable. Uno tras otro van cayendo a su alrededor mientras se protege tras los cadáveres. Lo más grave será cuando ya no le queden víctimas o instituciones que interponer. Entonces estaremos desnudos y a la intemperie».

Este retrato magistral del personaje lo escribió Arturo Pérez Reverte hace algún tiempo y lo volvió a poner en órbita el pasado 10 de mayo, a las 14:41 horas, cuando el cadáver de la directora del CNI, Paz Esteban, todavía estaba caliente. Nunca se había visto nada igual en la España democrática: una proba alta funcionaria entregada a las fauces del leviatán separatista por menos que un puñado de votos.

¿Nos queda algo por ver en esta España sanchista que se desmadeja a velocidad de crucero como un capullo carcomido por una legión de insectos? Me temo que todavía sí, incluso es posible que más obsceno y macabro, antes de que indefectiblemente ocurra lo que tiene que ocurrir.

Sánchez calcina todo lo que toca. Quedaba el Centro Nacional de Inteligencia, la última ratio en el mantenimiento decente en cualquier estado democrático, y a partir de lo ocurrido ha pasado a formar parte de las instituciones decrépitas y en derribo bajo el colt humeante del pistolero. Ya no queda nada a salvo y sin contaminar. Aislado en su propia enfermedad y balanceado por sus obsesiones -mantenerse en el poder a toda costa-, Sánchez se ha convertido en el esperpento humano y político que él mismo retrató el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados. La oposición que insulta y desprecia es la que salva sus muebles, mientras a los que da de comer son los que le cortan la muñeca. ¡Patético!

Ni siquiera sus deudos han terminado por entender la hoja de ruta de un personaje que evidencia día a día que no tiene la mínima consideración ética presumible en un primer ministro democrático. Ni siquiera aquellos que le deben sus opíparas haciendas dan razón de un caudillo al que la cambiante fortuna del tiempo iba a situar ante su propia incompetencia envuelta en autoritarismo y satrapía.

Definitivamente, el camino llega a su fin. El cupo de engaños se desborda. La huida hacia adelante no encuentra resquicio para siquiera renovar la mínima esperanza. La marcha forzada de aquel Rodríguez Zapatero fue benigna para el oprobio que le espera a su sucesor cuando se levanten las alfombras. Porque si se conduce con tanta miseria en la luminosidad del hemiciclo, habrá que llevarse las manos a la cabeza de lo que se presume con justeza acerca de lo perpetrado durante tres años en la oscuridad de La Moncloa.

¡Vivir para ver!

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