Patriotismo frente a nacionalismo ante el Desastre
«No se puede amar lo que no se conoce, y no se defiende lo que no se ama» es una máxima que puede utilizarse para todas las realidades de la vida, pero tiene una aplicación especial en la familia, a la que se ama y defiende «con razón o sin ella». Pero también se proyecta en la Patria, País, Nación o Pueblo donde se nace o «se pace»; al que uno se siente naturalmente vinculado por sus ancestros personales y vitales de lengua, cultura, religión etc.
El patriotismo no es nacionalismo, es más bien su antónimo, en tanto que el primero ama lo propio sin rechazar lo diferente, aceptando lo diverso y plural como enriquecedor; mientras el nacionalismo necesita la negación del desigual para afirmarse. En este sentido, Mikel Azurmendi, antropólogo, ex miembro de ETA y uno de los primeros fundadores del Foro de Ermua, recientemente fallecido, escribía lo siguiente en relación al nacionalismo vasco: «Los nacionalistas que gestionan desde el poder ese bien [la paz y el orden público] no son neutrales ante él, pues suponen que sólo sus proyectos de vida buena deben triunfar y, también, que su legitimidad es intrínsecamente superior a cualquiera de sus ciudadanos o incluso a la otra mitad de la sociedad vasca, la no-nacionalista precisamente. En cambio, no se cumple la recíproca, es decir, los no-nacionalistas no suponen como ellos».
El amor a la Patria es una virtud asimilable al amor materno y filial, como vemos en la expresión «madre Patria» (al menos, hasta que llegó al Gobierno una vicepresidenta tan feminista que descubrió la madre «matria»). Por ello, la historia de las patrias, al igual que la de las familias, debe ser conocida para poder amarla y defenderla: «Con la Patria se está, al igual que con la familia, con razón o sin ella».
Unas semanas atrás ya escribí que, hace exactamente cien años, comenzaba una una experiencia militar traumática para España en el territorio del Protectorado de Marruecos asignado por la Conferencia Internacional de Algeciras en 1906, terminando tal día como hoy. Sus consecuencias marcarían la vida política y social de nuestra nación durante gran parte del pasado siglo. La historiografía la recoge como «El Desastre de Annual», lo que, siendo cierto, es limitativo de lo que finalmente constituyó una misión que al precio de mucha «sangre, sudor y lágrimas», se culminó exitosamente en 1927. Actualmente podría asimilarse a una «misión de paz» de las que Naciones Unidas u otras instituciones internacionales -como la misma OTAN en el caso de la antigua Yugoslavia- encargan a uno o varios países para pacificar un territorio convulso e incapaz de ser apaciguado sólo por sus propios medios.
El Desastre puso de manifiesto una notoria incapacidad de aquel Ejército, con unas Juntas de Defensa que, cual lobbys -hoy diríamos «sindicatos corporativos»-, constituían un auténtico cáncer de la institución militar, verdaderos grupos de presión que se proyectaban sobre los sucesivos Gobiernos de la época. Por si ello fuera poco, las leyes de reclutamiento vigentes permitían mediante el pago de una cuota en metálico, una importante reducción del tiempo de incorporación a filas, con la lógica consecuencia de una tropa de extracción social baja. Esto, unido a una deficiente formación e instrucción militar, constituía el grueso de un Ejército injustamente conformado y de deficiente adiestramiento y dotación. La creación de la Legión y los Regulares fueron el embrión de un ejército con unidades profesionalizadas y debidamente instruidas para su misión en el Rif marroquí. En última instancia, Annual, con aquel desastre militar que colapsó la Comandancia General de Melilla al mando del general Fernández Silvestre en estas fechas de 1921, constituyó un revulsivo militar y nacional para conseguir en 1925 un exitoso desembarco aeronaval en Alhucemas y el final victorioso de la contienda de África en 1927, tras 18 años de guerra en el Protectorado español de Marruecos, culminando la misión de su total pacificación.
Nuestra Historia patria es pródiga en empresas universales y plenas de heroicidades individuales y colectivas, pero también de episodios como el sucintamente recordado, que ponen a prueba la aplicación de un adecuado patriotismo basado en el conocimiento de la verdad histórica. Ésta, como nuestra personal historia -nuestra biografía- se escribe con éxitos y fracasos, como el Desastre de Annual, que dejó más de 10.000 compatriotas caídos por la incompetencia de una España indolente y herida.