Parar el tiempo

Parar el tiempo
Joan Guirado

Hay algo que siempre me ha fascinado de las relaciones humanas: la capacidad de conexión o detracción hacia otra persona en el momento de conocerse, en cuestión de minutos. Incluso de segundos, me atrevería a decir. Lo llaman química. Pero es algo que, sinceramente, me cuesta mucho entender. Como con una mirada, una sonrisa, un saludo o un like en Instagram de un desconocido -para las nuevas generaciones-, se nos puede parar el mundo. Y pensar que todo lo que habíamos hecho o recorrido hasta entonces era sólo el camino para llegar hasta ese momento. Hasta esa persona. Hasta quien supuestamente buscabas para complementar una parte de tu vida cuando decías, a tus amigos e incluso a ti mismo, que no buscabas nada.

Y no siempre ese encontronazo tiene que ser amoroso, aunque en muchas ocasiones, todo te lleve a dudar. A veces, basta con topar con esa persona cómplice con la que compartes aficiones sin pedir permiso, ni justificaciones ni explicaciones. Con quién conectas mientras sigues empeñado en que estás en modo off a la hora de permitir entrar gente nueva en tu vida. La que de repente te aparece a diario en tus favoritos de Whatsapp y con la que prácticamente hablas a diario del último meme que se ha hecho viral o del día a día de tu familia. Poco a poco, y casi sin darte cuenta, esa casualidad con la que compartiste espacio y tiempo va ganando terreno en tu vida. O se lo dejas ganar o, diría más, provocas que se lo gane.

Y también, poco a poco, tejes una confianza que pocas veces has tejido con nadie de respeto mutuo, planes conjuntos y un miedo a no se qué. El cariño que existe en los abrazos no es más que una forma de protección mutua y el calor que transmite el reposo de un cuerpo sobre el otro, viendo el amanecer sobre la cama, una transmisión de paz y energía. Cada discusión un aprendizaje al morderte la lengua para, pese a la admiración que le profesas, no decirle aquello que crees que no hace bien. Ya que sabes que al decírselo en ese momento le puedes herir. Como canta Melendi: Ser las cuatro patas de su cama, su guerra todas las noches y la tregua cada mañana.

A menudo, las relaciones humanas, como en tantas otras cosas de la vida, te demuestran que se adora mucho y se valora muy poco. Y mientras lo primero lo haces a diario mientras siempre sonríes, incluso cada vez con mayor intensidad, de lo segundo sólo nos damos cuenta cuando alguna cosa se tuerce y todo se inunda de lagrimas.

Lo último en Opinión

Últimas noticias