OPINIÓN

De Papa a caudillo: la herencia que deja Francisco

De Papa a caudillo: la herencia que deja Francisco

Josif Stalin, el tirano bolchevique, dijo con desprecio: “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”. La respuesta a la pregunta era ninguna; pero la ausencia de poder militar no implica la indefensión ni la derrota. En 1953, Stalin falleció; en 1956 fue condenado por sus camaradas; y en 1991 la bandera roja se arrió de su palacio del Kremlin. En ese día, el 25 de diciembre de 1991, en el Vaticano un papa polaco debió de sonreír.

Otra cita de Stalin es “No importan los votos, sino quién los cuenta”. Esta última, aunque quizás sea apócrifa, se trata de una gran verdad. En todo lo relacionado con las votaciones, el censo, el procedimiento y el recuento son fundamentales. Bien lo sabe la Iglesia católica, que desde el siglo XI ha acogido las que podríamos calificar de elecciones más importantes del mundo, los cónclaves, a uno de los cuales asistiremos en unas semanas.

El 14 de febrero pasado, el Papa Francisco, de 88 años y conocida mala salud, fue ingresado en el hospital Gemelli por una bronquitis que derivó en una neumonía bilateral. Después de recibir el alta y asistir a los oficios de Semana Santa muy afectado, falleció el Lunes de Pascua. Ha concluido así este largo pontificado, que comenzó el 13 de marzo de 2013.

Jorge Bergoglio impuso en el Vaticano los modos peronistas que trajo de Argentina y que podemos definir por la imposición de la voluntad del caudillo por encima de todo tipo de ley y, en el caso de la Iglesia, tradición. Quien ha contradicho al capitoste ha sido destituido, sin guardar los procedimientos del Derecho Canónico, como sufrieron en sus carnes los obispos Daniel Fernández y Joseph Strickland, mientras que quien le obedecía era elevado, como el obispo argentino Víctor Manuel Fernández.

Con la enfermedad del Papa, comenzaron a circular susurros sobre un cambio de las normas del cónclave alimentados por el carácter atrabiliario y voluble del pontífice. Según estos rumores, el propio Francisco o quienes gobiernan a su sombra (a la manera de otro prócer católico y bien visto por los dueños del mundo, Joe Biden), podrían firmar la derogación del quorum de dos tercios de los votos para la elección válida de Papa.

Este requisito lo promulgó Juan Pablo II en la constitución apostólica Universi dominici gregis (1996) y lo reforzó Benedicto XVI mediante un motu proprio de 2007 que lo extendió a todas las votaciones que se hagan, con independencia de su número. Según diversas publicaciones, se instauraría la mayoría absoluta desde la primera votación. Al final, no se ha realizado. La generación de estos rumores sobre un pucherazo en el cónclave indica el ambiente de este pontificado tan asombroso, que comenzó con una abdicación, inédita desde 1294

Ahora corresponde preguntarse quién puede ser el sucesor de Francisco (ni Bergoglio ni sus admiradores han usado nunca el ordinal de primero, como si en vez de un Papa fuera un retoño del franciscano de Asís). A la vista del desastre, del caos y de las protestas internas que deja el primer americano en ocupar el trono de Pedro, parece improbable que los cardenales vuelvan a elegir a alguien cuyo mérito (principal o único) consista en provenir de “las periferias de la Iglesia”. Esto excluiría a los originarios de Hispanoamérica, Asia y África.

La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y el giro derechista que está dando a la política mundial sin duda influirán en el ánimo de los electores, tan proclives a congraciarse con los poderosos de este mundo, como vemos en España, pero elimina de las quinielas a los cardenales norteamericanos.

De cumplirse este pronóstico, la Santa Sede la ocuparía un europeo o alguien que haya desarrollado su carrera eclesiástica en Roma hasta el punto de ser más un ciudadano del Vaticano que de su país natal. Sin embargo, ¿de qué orientación?, ¿restauradora, al estilo de Ratzinger, o devastadora, como la de Bergoglio?

En la actualidad, el Colegio cardenalicio lo forman 252 personas, de las que Francisco ha nombrado a 149. La participación en el cónclave como electores está restringida a quienes tengan menos de 80 años, según la regla fijada por Pablo VI en 1970; por tanto, quedan 136. Hay otra limitación al cónclave, que consiste en el número de 120 participantes. Nunca se ha dado el caso de un cónclave que supere esa cifra, por lo que no existen normas ni precedentes. Seguramente el cardenal camarlengo, encargado de la sede vacante, permitiría la entrada de todos en la Capilla Sixtina. De nuevo, nos encontramos con el censo y el procedimiento de la elección.

En estas conjeturas no podemos olvidarnos de las maquinaciones de grupos que tienen sus candidatos. Se ha atribuido la elección del arzobispo de Buenos Aires a las intrigas de la llamada Mafia de San Galo, una logia de obispos y cardenales progres (en la Iglesia les cabe el nombre de modernistas, creencia condenada repetidas veces por los papas), volcados en adaptar la Iglesia a “los tiempos de hoy”, lo que supone reformar la doctrina para que apruebe desde la descarbonización de la sociedad a la eutanasia y reemplace pecados como el adulterio y el ejercicio de la homosexualidad por otros como el desprecio a la madre tierra.

Aunque la simonía, el veto (ius exclusivae) y el pacto entre los cardenales para dar su voto antes del cónclave se consideran delitos sancionados algunos de ellos con excomunión, nunca hay que descartarlos, sobre todo por parte del sector llamado progresista, siempre el mejor organizado y con más capacidad de convencimiento, mediante tentaciones como el dinero y la fama, es decir, el mundo.

Pero al final, cuando las puertas de la Capilla Sixtina se cierran, los cardenales quedan solos con su conciencia… y con el Espíritu Santo. Y en ocasiones, del cónclave salen santos, como san Pío V y san Pío X, presos de déspotas, como Pío VI, luchadores por la libertad como san Juan Pablo II, o sabios como Benedicto XVI.

Empezamos con un par de citas del genocida Stalin. Concluimos con otra, centenaria, y confirmada por la historia: “En el cónclave, quien entra como Papa sale como cardenal”.

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