Page, ¡que no te creemos, hombre!

Page
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Son tantos los denuestos tiernos, las admoniciones frailunas de este presidente de cara amplia y enrojecida, que cada vez que se presenta ante una alcachofa periodística, algo muy frecuente, nos decimos: «Vamos a ver qué se le ocurre hoy», y como parece hombre instruido, no como la mayoría de sus colegas simuladores de cultura, siempre rescata una cita clásica o construye una sorpresa retórica tipo «corremos del ciclo al ciclón» que se agradecen, pero nada más. Seguro que, tras acabar de explayarse ante el plumilla de turno, Page acude a alguno de sus peloteros y le espeta: «¿Qué? ¿Qué te parece?». Y ahí se queda todo, aunque claro está, el interpelado, arrobado, le replica: «Has estado dabuten, presidente». Pero, de verdad, la cosa no da para más. Recuerdo a este respecto algo que siempre repetía aquel inefable ministro de tantas cosas, Pío Cabanillas Gayas: «A alguno de los recién llegados, y vienen en trenes, les digo: ‘¡Hala! Ahora al Juzgado de Guardia’». Es así, las descalificaciones de Page, cuando se hace entender que tampoco hay que exagerar, son de tal trascendencia que sólo serían creíbles si, tras la perorata de turno, rompiera su carné rojo del partido y anunciara a Sánchez que se constituye en alternativa a su autoridad repleta de fechorías barreneras, propias de un dinamitero que tiene como único objetivo destruir España, cosa que a Page, eso es indiscutible, le pone literalmente de los nervios.

Como al resto decente del país, con un enfado, según denuncian las encuestas, grandioso, estruendoso más bien. Este resto ya no está para soportar sermones, aunque estos suenen bien y cualquier invento que ponga en valor la infamia que representa Sánchez sea, desde luego, muy bienvenido. Las palabras, ya se sabe, se las lleva el viento y cuando no se las lleva sirven para que Sánchez envíe a alguno de sus amanuenses de turno a contestar al manchego. Hablo, por ejemplo, de ese personaje que atiende como De Celis o cosa así (un apelativo de un torero mediocre de los cincuenta) que, como no tiene el gracejo de las gachas de su oponente, se limita a recodarle, como si tratara de un escolar simplemente díscolo, que hay que hablar dentro y no fuera, algo que a Page le trae exactamente por una higa. Realmente no se sabe a ciencia cierta en quién manda Page. Desde luego en sus electores, que todavía no se han cansado de él, porque si soportan el calor de Campo de Criptana, cómo no van a aguantar las homilías oblicuas de su presidente. Page manda en todos los que le votan y poco más porque no lo hace sobre los diputados que él envió al Parlamento de Madrid para que más o menos le representaran y ahora le hacen peinetas. Son una septena de ovinos del Grupo Socialista de Congreso que, sin balar, lanarmente, están dispuestos a celebrar todo lo que se le ocurra al jefe. Luego, eso sí, van quejándose por las esquinas, lloran y admiten que lo hacen por la imprescindible disciplina de voto, pero que a ellos, ¡faltaría más!, les escuece el sólo sí es sí, o la disparatada amnistía que estremece a todos los paisanos que se toman un chupito en cualquier bar de Ciudad Real.

Así que Page, por favor, que entienda de una vez por todas que no nos debe dar más la chapa, que bastante nos la ha dado ya. O pasa a la acción o que se retire a sus posesiones, que parece que tiene varias. Todo, menos dirigirse al público en general, propio y ajeno, y afirmar como lo ha hecho solemnemente esta semana, que «la amnistía pone de rodillas a la Constitución española» o que el «caso Koldo es una bomba de racimo, se sabe por dónde empieza, pero no por donde termina». Muy bonito queda. Pero, díganme, por favor, si después de formular tales proclamas acusatorias puede seguir jugando en el mismo equipo del individuo que, paradójicamente, se está cargando la Constitución y está enredado en el racimo de la corrupción del propio Koldo, de Ábalos, de Armengol, de Torres, de Sánchez o de su señora Begoña Gómez. A los antiguos de la política, por ejemplo a Felipe González, le gustaba hablar así, como diría componiendo el gesto trascendente. «Un poco de sindéresis, señores».

Coherencia, Page, si no pasa de las palabras encendidas a los hechos irreversibles, el tipo al que siempre se refiere todavía con algún respeto, va a dejar -lo está dejando ya- su partido para las raspas. Ni esas raspas va a poder coleccionarlas Page en el caso, muy lejano, de que se proponga ese menester. Sánchez no repara en barras y lo único que aún permanece en pie, o mejor dicho para el caso, en el aire, es su avión y su helicóptero de los que se ha apropiado como si la Fuerza Aérea Española también le perteneciera. Estamos seguros de que Page a no va a dar paso alguno adelante; se siente seguro en Fuensalida, repleto de recuerdos históricos y de electores que no le plantean demasiados problemas, sobre todo porque el Partido Popular no es que dé desgraciadamente mucho de sí. El PSOE se está diluyendo en una lenta lisis y no queda nadie, tampoco Page, que se oponga a los designios de este mequetrefe sectario al que los principios más elementales le resultan una birria desdeñable. El PSOE ya no existe, esta es la sentencia que formulan algunos dirigentes antiguos que tampoco dan la cara, porque, ¿dónde están los Solana, los Solchaga, o los Almunias?, pues balbuceando un «¡Por Dios, por Dios!» cada vez que su sucesor derriba un pedrusco más de nuestra convivencia democrática. No queda esperanza, de eso debemos estar seguros, porque Sánchez tiene razón cuando, con su fanfarronería habitual, amenaza con que «de aquí no nos mueve nadie en cuatro años». Ahí se va a quedar aunque le echen sucesivas elecciones, corrupciones de todo jaez, amnistías traidoras, referendos para trocear España o cualquier desmán que se le vaya pasando por el magín. Las cosas son así, Page, por tanto, o deja el micrófono y empuña un espadón toledano, o de verdad, y con todo cariño, que le escuche, que sufra sus dicterios el familiar que más le plazca. Más homilías de predicador compungido, no. Nos hemos desenganchado de él. ¡Vaya!, que no nos lo creemos.

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