Pactos de la Moncloa: Desterrar al populismo y a la política líquida

Los pactos firmados entre el 25 y el 27 de octubre de 1977 dotaron al sistema español de la estabilidad necesaria para alcanzar con éxito la transición hacia la democracia; es decir, la aprobación de la Constitución de 1978. Ahora mismo un acuerdo en la misma dirección debería servir no para un cambio de régimen, pero sí para un cambio de forma de hacer política que nos permita disponer de actitudes responsables y de soluciones consensuadas para que la crisis sanitaria no derive en un infierno social y económico.
Sin duda el punto de partida de los Pactos de la Moncloa tiene cierta similitud con la situación actual, pues podemos decir que en ambos casos España está o estaba al borde del descarrilamiento. En 1977, la grave crisis económica que azotaba España protagonizada por una altísima inflación, reducción de las inversiones que afectaron negativamente a la producción con un incremento importante del desempleo, y los desequilibrios en los intercambios comerciales con el extranjero, fue el condicionante para empujar a políticos de distintas ideologías a tejer un acuerdo amplio en materia económica. Con una parada prácticamente total de nuestra economía, donde vemos un claro ejemplo en la industria turística que supone uno de los principales motores de nuestro país, con un incremento del paro vertiginoso en la mayoría de los sectores y con una sensación de colapso financiero, podemos decir que se dan los requisitos necesarios para buscar el consenso a través de acuerdos de Estado.
No podemos obviar que la situación actual nos pilla en medio de un grave deterioro de las instituciones democráticas debido a los ataques que han sufrido por parte de formaciones independentistas y populistas durante los últimos años. Unas de las formaciones que más han contribuido a erosionar la imagen de las instituciones y de lavar la cara a los movimientos independentistas es Podemos, que para colmo ahora está metido en el seno del Gobierno. Por lo tanto, se abre un dilema, pues vivimos un momento propicio para demostrar la utilidad de nuestras instituciones públicas y su capacidad de gestionar de forma eficiente y eficaz la crisis actual, pero sin embargo el populismo está en auge y su falta de respeto hacia las instituciones hace desconfiar de sus verdaderas intenciones. Bien entendido, un gran acuerdo de Estado nos permitiría mejorar la imagen y recuperar su prestigio de las instituciones democráticas, pero para hacerlo con éxito PSOE-Unidas Podemos no deberían ir de la mano a la hora de cometer dicha tarea. Por lo que cobra peso forzar un gobierno moderado entre PP-Cs-PSOE o convocar unas elecciones Generales, aunque este último escenario nos haría perder un tiempo muy valioso.
Otro factor diferenciador entre los Pactos de la Moncloa y la situación actual se refiere a las relaciones personales entre los distintos participantes, que llegaban a estar a veces por encima de su propia ideología. Eso nos tiene que hacer reflexionar sobre cuál es el grado de afinidad de nuestros políticos entre ellos. Es desolador pensar que en el ejecutivo actual o entre los pesos pesados de los partidos de la coalición de gobierno se lleven mejor en lo personal con los independentistas o con los que persiguen políticamente los mismos fines que tenía la banda terrorista ETA, que con las personas constitucionalistas con las que deberían promulgar un gran pacto para defender el futuro de España. Esto nos debería hacer pensar que las cosas deberían cambiar mucho para proponer con éxito un acuerdo que abra un escenario de estabilidad.
Por último, y no por ello menos importante, llevamos años inmersos en una forma de hacer política líquida cuyo objetivo principal es atender a las estrategias de comunicación de los partidos apelando a la confrontación como garantía para copar titulares. Dicho de otra manera, gran parte de la clase política dedica más tiempo a diseñar su puesta en escena del chascarrillo diario, del tuit, de cómo atraer los focos o cómo hacer viral una ocurrencia, en vez de pensar y diseñar medidas bien argumentadas, estudiadas y estructuradas para solucionar los problemas de los españoles. Si seguimos actuando igual, ningún pacto servirá para nada. Será otra herramienta cosmética, de postureo y de lavado de imagen que no nos lleve a ningún lado. Sin embargo, si se ven muestras de cambios de comportamiento y se valora adecuadamente el trabajo conjunto para sacar a España adelante, podremos mirar al futuro con optimismo e incluso plantearnos el perdonar estos años de política vacía que de poco nos han servido al conjunto de los españoles.
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