Pablo, si encuentra algo mejor, ¡cómprelo!
Su entrevista en El Hormiguero no merece la pena ser revisada para apreciar cautivadores mensajes llenos de sabiduría; tampoco sus discursos públicos y sus intervenciones en la Asamblea de Madrid son estupendos ejemplos de argumentación y retórica; y sus escritos y publicaciones, si es que existen, son desconocidos. Pero Isabel Díaz Ayuso es una mujer de su tiempo, de nuestro tiempo; y en este siglo tener las cualidades antes referidas no es lo necesario para ser reconocido, valorado y, sobre todo, votado. Ahí radica la primera razón de su éxito, ser una persona encuadrada en el momento que le ha tocado vivir.
Pero claro, además, y al contrario de otros políticos que también se mueven con soltura en el epidérmico e instagrámico mundo actual, Ayuso, sin demostrar condiciones o formación de estadista, tiene apreciables valores que la permiten destacar y ser percibida como un provechoso líder del centroderecha. Empezando porque está cargada de sentido común, entendido este no sólo en el significado de habitual, sino también en el de cartesiano, es decir lógico, y por tanto, sensato y predecible.
Tiene para su edad, y aunque no tiene hijos, una experiencia vital extensa que le ha permitido valorar el esfuerzo y entender que los logros, sobre todo cuando no se tienen portentosas facultades intelectivas, solamente se consiguen poniendo mucha voluntad y dedicación. La necesidad de sudar la camiseta ha hecho que sea consciente de sus limitaciones, y posiblemente es por eso que es sincera cuando dice que no se cree dónde está y lo que ha logrado, y que no tiene más aspiraciones; porque, al contrario de lo que le pasa a Pedro Sánchez, y es inevitable la comparación, ni pretende ser lo que no es, ni se tiene por alguien excepcional.
Esa consciencia de sus capacidades tiene otra consecuencia positiva, y es que, con pocas y muy razonables convicciones, no duda en rodearse de lo mejor que encuentra para que hagan lo que ella no podría o no sabría hacer. Realmente tiene poca formación en economía, igual que no sabía nada de sanidad, pero sí sabe que sólo puede tener éxito confiando y apoyando ciegamente a un equipo bien elegido. Eso sí, quiere ser bandera de la libertad, y exige a sus colaboradores que conviertan sus proclamaciones genéricas en políticas concretas que devuelvan el protagonismo a los ciudadanos.
Además, demuestra una empatía tan fresca y viviente que solamente puede ser natural. Parte será porque es buena persona en el sentido más rousseauniano y también por su aprendizaje vital; seguramente que como consecuencia de ser callejera, tabernaria y pandillera ha potenciado su capacidad de alegrarse, emocionarse y sufrir con lo que les pasa a los demás. Sin saberlo es una socialdemócrata del siglo XXI, pues eso es en lo que consiste el neo-liberalismo factual y actual; y no el ruinoso socialismo subvencionado, ecologista y feminista que propugna el progresismo.
Pues claro que no es Churchill o Adenauer, ni tampoco Kennedy que, a pesar de su imagen y sex appeal, leía más de cuatro mil páginas a la semana; pero es una mujer honesta, con ramalazos a veces de Thatcher y a veces de Evita, que conecta con la mentalidad de las personas de su tiempo y que tiene empuje para obtener el mayor esfuerzo de todos. Y, sobre todo, como es valiente y desacomplejada, es útil para desenmascarar las falsas políticas y actitudes del gobierno y para ayudar a desalojarlo del poder. Y no sustituyendo a nadie en el PP, sino empeñándose en demostrar desde Madrid que las nuevas californias no son las cataluñas subvencionadas, ideologizadas y radicalizadas. Esto lo han visto un gran número de españoles y lo han confirmado en las urnas la mayoría de los madrileños. Casado, que fue el primero en ver su potencial cuando nadie lo veía, es quien no lo quiere reconocer ahora que lo ve todo el mundo. ¡Por lo visto, tienen algo mejor!
Y de Díaz a Díaz. Asombra hasta la incredulidad como el trampantojo de Yolanda prosigue su carrera al más allá. Haciéndose acompañar ahora por Oltra y Colau para hacerse oposición a ellas mismas y proclamar, esquizofrénicamente, que hay una maravillosa forma de hacer política, diferente, se deduce, a la que ellas mismas hacen.