Orgullo y sensibilidad

Orgullo y sensibilidad
Orgullo y sensibilidad

Las mujeres nos caracterizamos por tener ciertos pliegues y velos, que, según la inteligencia natural de cada una, pueden reconvertirse en conductas sanas y graciosas. Nuestro género está lleno de arabescos, recovecos, cualquier cosa que no sea una línea recta. Como complemento, el macho es lineal en sus principios y actuaciones. Si quiere algo, va a por ello; si algo molesta, lo aparta. Sufre menos, porque suele tener claros los objetivos y no ve esos pliegues, que pueden entorpecer su tranquilidad. Cuanto más macho, más cercano a este estereotipo. Ahora bien, si la naturaleza empieza a hacer de las suyas y mezcla en la concepción un poquito de aquí y otro poquito de allí, la cosa empieza a complicarse, y no necesariamente para bien. Voy a intentar explicarme. Me centraré, fundamentalmente, en el hombre con esencia de mujer.

Por exigencias del guion, en el último proyecto en el que me embarqué, me vi inmersa en un abismo de homosexualidad bastante desbordante. Mis mejores amigos pintores -todos, sin excepción- son varones de los pies a la cabeza. No me vale la ecuación que invita a pensar que los que gustan de su mismo sexo son más sensibles que los otros. Simplemente, y aquí es cuando me empiezan a temblar las piernas, están como sobredotados de esos pliegues femeninos mencionados, más acuciantes en sus anhelos, más embelesados, fulminados por lo no esencial, como una intensa novela en verso, incluso con sus dramas clamorosos. Noten la palidez del rostro, aunque haya bronce aparente, la mujer fatal típica es pálida, como lo era el héroe byroniano. Acabo aquí este párrafo que me están empezando a caer goterones de sudor, y no precisamente por el calor, porque escribo bien fresquita.

En las Memorias de Tennesse Williams, que es un libro que me recomendó -como no- un homosexual de la aventura antes descrita, el firmante exterioriza continuamente una necesidad que he observado con bastante frecuencia en este tipo de personas. Se trata de poner sobre el tapete lo no decoroso, para normalizar lo que ellos llaman “orgullo” (lo de gay, sabemos que obvio): “Iba yo paseando, cuando oí, a mi espalda, unos pasos que me seguían a corta distancia, de modo que al cabo de un rato volví la cabeza y vi a aquel muchacho moreno y apuesto. Me senté en un banco de piedra, y el chico se detuvo y se acomodó a mi lado. Yo no hablaba nada de español, y el muy poco inglés, pero aquella noche la pasamos en mi cuarto”. Fantástico Orgullo Gay. La promiscuidad como bandera. No perdamos de vista que esto se escribió en la primera mitad de los años setenta, hace medio siglo.

En España, supuso un hecho revolucionario en favor de la aceptación de la libertad gay la canción Pluma Gay del dúo humorístico sevillano Los Morancos (año 2004). Rompiendo estereotipos y límites forjados durante siglos bajo una moral coronada por un exacerbado catolicismo, este tema, también conocido como Marica Tú, se proclamó en una especie de himno, que además hizo “salir del armario” definitivamente a uno de sus miembros. De esto hace ya 18 años, que se dice pronto. Los clubs londinenses superaron estos complejos tres décadas antes. Siempre a la cola, pero con gracia.

Ya va siendo hora de normalizar este asunto. La inmensa mayoría entendemos y aceptamos la homosexualidad, pueden dejar de dar gritos desesperados. No es necesario el espectáculo general. Los heterosexuales básicos, los que no tenemos ni un resquicio de duda de nuestra condición, con una mínima formación, carecemos de esos tabúes absurdos típicos de épocas pasadas menos tolerantes. Otra cosa, muy distinta, es que prefiramos a nuestro complemento íntegro, sin añadiduras. Esto es tan respetable como lógico. ¿Qué sería si no de nuestra especie? No hace falta contar ni mostrar tantas intimidades en público, los encuentros amorosos son de las cosas más personales que hay. Exhibirlos no es necesario, ni agradable, ni recomendable y, para la mayoría, resta. Menos arcoíris, más decoro, más respeto a los momentos de intimidad, menos sinuosidades serpentinas y, sobre todo, mucha belleza pura, de la esencial. Nitidez y decisión, pero sin dictadura, sin pedantería, con mucha finura, aunque sin demasiada quintaesencia.

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