O sea, superdrásticas pero… tarde, tía

O sea, superdrásticas pero… tarde, tía

“Se nos mueren los viejos, tía. O sea, ¡qué fuerte, tía! A nosotras, con lo prudentes que fuimos y tal, que siempre nos basamos en los datos médicos esos tan superimportantes de la salud pública. O sea, ¡es que no hay derecho, tía! Yo creo que se mueren por fastidiar, tía. A nosotras, que somos el Gobierno de la gente y que enseguida después de la ‘manifa’ ya tomamos todas esas medidas superdrásticas. Pero es que la gente es un asco, tía, que si «dame un beso, ministra», que si «hola, bonita, ¿cómo estás? muac, muac», que si me quieren tocar a la niña… y así todo, o sea, un asco, ya sabes, tía. Si no llega a ser por nosotras y nuestras medidas superdrásticas es que se hubieran muerto todos, tía. Y van y encima se enfadan por 40.000 o 50.000 cadáveres de nada. Como dijo Pablo, «lo de los abuelos nos desespera», «a la gente mayor le cuesta más cambiar el voto» … que morirse. O sea, tía, ¡es superfuerte!”

Nosotros sabíamos que ellos lo sabían, y ahora ya nadie lo va a poder negar. Porque todos hemos visto el vídeo en el que la ministra de Igualdad se lo confiesa a una periodista de la ETB, al día siguiente del 8-M. Le dice que la participación en las manifestaciones ha sido mucho más baja que otros años por el coronavirus, le confiesa que ella misma siente miedo al rozarse y besarse con la gente y que le aterra que quieran tocar a su hija. Y, lo que es peor, cuenta que conoce las medidas de prevención “superdrásticas” que han tomado ya otros países, prohibiendo manifestaciones como esa del 8-M a la que ella asistió y cuya cabecera prácticamente cayó infectada al completo. ¡Qué fuerte, tía!

La vemos hablando en confianza, hasta le cuenta a la periodista que a pesar de que ella sabe que la manifestación les fue mal por el coronavirus, no se le va a ocurrir decirle eso a nadie, para no salirse del discurso único que por aquellas fechas pronunciaba todo el Gobierno y respaldaban las grandes cadenas de televisión. Todos a una escondieron a la población la información que tenían, los miedos que sentían, las precauciones que ellos ya tomaban pero que no querían que nadie supiera. Porque si hubieran sido sinceros, si hubieran contado la verdad, si hubieran compartido los informes científicos de los que ya disponían; no habrían tenido más remedio que suspender las manifestaciones comunistas del 8-M y, como consecuencia, todo el resto de actos multitudinarios que no pudieron suspender sin cancelar ese otro. El 8-M no fue el único gran foco de contagio, claro que no. La gente se contagió en el fútbol, en los conciertos y hasta en el mitin de VOX. Claro que no fue el único foco, pero el 8-M fue el único motivo por el que no se cancelaron los demás eventos.

Y la gente se murió por miles, por decenas de miles. Si pusiéramos en fila los ataúdes de todos los fallecidos veríamos una macabra procesión que llegaría desde Madrid a Ávila, desde Sevilla a Huelva, o desde Bilbao a Santander. 100 kilómetros de muerte y dolor. Irene habla como una pija desorejada, una pija de mercadillo, de imitación, una pija de marca blanca, habla como una pija de quiero y no puedo. Cayetana Vallecana, le dicen. Es la choni pija que ocupa un puesto que a todas luces le viene grande. La vemos hablando y nos la imaginamos portando una cartera ministerial de imitación, una Louis Vuitton del top manta de la playa. Pero eso no es lo malo, eso es sólo lo ridículo. Lo peor es que Irene Montero forma parte del Gobierno que durante más tiempo ha tomado las medidas más “superdrásticas, tía”, que nos han tenido a todos encerrados y callados, pero son los responsables de que seamos el país con más muertos por habitantes. Irene lo sabía, pero… jo, tía, “o sea, no lo voy a decir porque… no lo voy a decir”.

Lo último en Opinión

Últimas noticias